José Dídimo Escobar Samaniego
Coronel Segundo De Villareal
Es uno de los hitos más brillantes y emotivos de nuestra historia: el Grito de la Villa de Los Santos. Aquella madrugada de hace 201 años, una mujer, Rufina Alfaro Mendieta, anuncia que los anhelos de independencia de España han llegado al istmo.
Dieciocho días después –el 28 de noviembre- en todo el istmo se rompen las cadenas coloniales que lo sujetaron por más de 300 años.
Los hombres dignos se cansaron de las cadenas del oprobio y el sometimiento de la tiranía.
Al mismo tiempo, la otra gran decisión fue unirse a la Gran Colombia, adherirse con esperanzas a las ideas de una América libre de Simón Bolívar, quien se refirió a la acción libertaria de los panameños diciendo: “en ese sagrado momento se proscribió la monarquía, las distinciones, la nobleza, los fueros, los privilegios: declaró los derechos del hombre, la libertad de obrar, de pensar, de hablar y de escribir. Estos actos eminentemente liberales jamás serán demasiado admirados, por la pureza que los ha dictado”.
Gente sencilla, sin abolengos, se reunieron en esta plaza y asaltaron a las fuerzas que los amenazaban. Pero es que, además, se reunieron para no solo proclamar la libertad, sino para ejercerla.
Para ejercer la libertad hay que tener responsabilidad. Para adquirir responsabilidad se requiere conocimiento. El conocimiento requiere inteligencia, entendimiento y sabiduría. Ninguno de ellos sirve, ni son posibles sin carácter.
Requerimos hoy, a personas con conocimiento, carácter, credibilidad y compromiso con los más elevados valores y principios que Dios nos enseña para nuestra convivencia en la tierra, empezando por amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Es hora de dar fruto bueno y agradable. Fruto de compromiso, en donde debemos hacer todo lo bueno que esté a nuestro alcance.
Hoy recuerdo en este mismo lugar que, siendo el subsecretario general de la Federación de Estudiantes de Panamá, en 1976, un año antes de la firma de los tratados, me reunía un día como hoy con el general Omar Torrijos y conversamos largo rato sobre la lucha soberana y los avances tortuosos en las negociaciones que diez meses después terminaron con la firma de los Tratados Torrijos Carter de 1977. Torrijos, ese hombre profundo y sencillo, siempre tuvo la confianza que era la unidad del pueblo, así como en 1821, la garantía de la victoria.
“¡Cuán espantoso es no creer en la virtud!”
Hoy transitamos un momento de profunda oscuridad, que más que desaliento y desesperanza, sin embargo, a mí me presagia un gran amanecer. Porque la noche nunca se hace tan oscura, sino justo antes de amanecer.
Así fue cuando en 1821, se arreció el dominio colonial y la tiranía, les causaba incontables molestias consuetudinarias a los hombres que resistían, muchas veces en silencio, toda clase de atropellos de las fuerzas coloniales.
En ésta Heroica Villa, justo antes del 10 de noviembre, a pesar de todas las vicisitudes, la gente sencilla se llenó de virtud y amor por la libertad. Y es que nadie puede amar la libertad, sino reside en esa persona la virtud del amor y el respeto a la dignidad humana.
Optar por la libertad es un acto absolutamente voluntario, y en ocasiones requiere pagar un alto precio. Asimismo, quien no la desee puede optar por conservar las cadenas de la opresión, aunque reciba el desprecio de los hombres libres y con virtud, que son los más en el mundo.
Pero hablar de hombres libres, aun hoy, no se puede cuando las cadenas del atraso, la ignorancia, la injusticia social, no permiten que las personas puedan ejercer sus derechos y obligaciones como ciudadanos.
¡Así de sencilla es la cosa!
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