Por: Jaime Flores Cedeño
Los actos de celebración de los 502 años de fundación de la ciudad de Panamá, debieron generar un debate histórico que concitara a distintos estamentos organizados de la sociedad, con el objetivo de reflexionar a la luz de nuevos hallazgos documentales y arqueológicos, su origen, desarrollo, destrucción y traslado.
La urbe fue fundada por Pedrarias Dávila el 15 de agosto de 1519 y tuvo 152 años de existencia hasta su destrucción en 1671 por el pirata inglés Enrique Morgan. En ese siglo y medio se constituyó en el epicentro de las conquistas españolas que se dieron hacia Centro y Sudamérica. Recordemos que del Istmo salió la expedición de Francisco Pizarro y los trece de la Fama con destino al imperio Inca. Gran parte del oro y la plata expoliado a esta población y otras culturas del Continente con destino a España pasaron por las calles de la urbe, en otras palabras, el Istmo de Panamá contribuyó al enriquecimiento de la península ibérica por su condición geográfica, pero, contradictoriamente, el estado económico de una amplia mayoría de su población no dejó de ser precario a lo largo de los siglos debido al abandono social que España profería a sus colonias.
El doctor Carlos Manuel Gasteazoro, en ‘La historia de Panamá en sus textos’, argumentaba sobre el particular que: ‘El Istmo de Panamá, por su posición geográfica y ruta de tránsito obligado en el transporte de los metales precioso, provenientes, principalmente, del Perú, y dada la rivalidad de España con Francia e Inglaterra, representó para los corsarios y piratas el punto de atracción de sus aventuras y actividades, patrocinadas oficialmente por las coronas francesa e inglesa, los cuales sembraron el terror y la desolación en las posesiones españolas de ultramar’.
Piratas famosos como: Francis Drake, Thomas Baskerville, Edward Mansvelt, John Oxenham y Francois L. Olonnais, arribaron en distintas épocas al Istmo. Algunos no corrieron con mucha suerte, porque hallaron su final en estas cálidas tierras. En el caso de Drake, falleció por enfermedad en Portobelo, y el Olonnais, tuvo su hora final a manos de tribus en el Darién.
De estos piratas, el único que pudo llegar a la ciudad de Panamá y apropiarse de sus tesoros fue Enrique Morgan. Gran parte de lo que sabemos sobre este suceso se lo debemos a Alexandre O. Exquemelin, médico de la tripulación y amigo de Morgan. Publicó en 1678, un libro titulado ‘Piratas de América’, obra de inmenso valor histórico que ha circulado poco en nuestro país y que sugiero debería reeditarse en el marco de la Conmemoración de los 500 años de la Fundación de la Ciudad.
Exquemelin, manifiesta en uno de sus capítulos que Morgan fue quien ordenó incendiar la ciudad, señalando lo siguiente: ‘Dispuso después, ya cerca del mediodía, que pegasen fuego en diversos edificios de la ciudad, sin que pudiesen asegurar qué era la causa del incendio, siendo tal grande que antes del anochecer casi toda Panamá estaba en viva flama. Intentó Morgan hacer creer al público que habían sido los españoles la causa de ello, y así, con inteligencia, esparció estas sospechas entre los suyos…’. Se ha ensayado que el motivo de esta acción se debió para que salieran de sus casas los españoles que estaban escondidos, los cuales se resistían a ser prisioneros y torturados hasta decir dónde tenían ocultos sus tesoros.
Otra versión de lo sucedido la dio en 1672 el propio gobernador Juan Pérez de Guzmán en un juicio de residencia, donde declaró: ‘que, di orden para que se pegase fuego a las casas de la pólvora como se ejecutó, y yo me retiré a Penonomé’. Argumentó que esta decisión la tomó para que los piratas no encontrarán insumos en la ciudad.
El saqueo que duró cuatro semanas fue descrito por Exquemelin de esta forma: ‘Morgan dejó la ciudad de Panamá o, por mejor decir, el puesto donde estuvo dicha ciudad de cuyos despojos llevó consigo ciento setenta y cinco jumentos cargados de oro, plata y otras cosas preciosas, con seiscientos prisioneros, poco más o menos, tanto de hombres, mujeres, criaturas y esclavos’. El rey Carlos II honraría a Morgan por esta acción en 1674, condecorándolo como Sir y concediéndole el puesto de vicegobernador de Jamaica.
Destruida la ciudad, la Corona nombró como gobernador a Antonio Fernández de Córdoba. Estando en el mando, tuvo la responsabilidad de fundar la nueva ciudad en el sitio conocido como ‘Ancón’ el 21 de enero de 1673. Esta fecha que ha quedado prácticamente en el olvido se celebró en Panamá hasta la primera mitad del siglo XX, con base a un acuerdo Municipal de 1906, disponiendo que ese día fue cuando se fundó la ciudad de “Panamá la Nueva”. Este acuerdo fue revocado el 13 de mayo de 1953, estableciendo el 15 de agosto como fecha de la fundación de la ciudad de Panamá y consideró el 21 de enero día de su traslado y mudanza.
En las actividades de conmemoración de los 500 años, que se dieron en el 2019, hizo falta un verdadero debate histórico sobre lo que significó la ciudad, no solo para los españoles, sino también, para los indígenas y negros esclavizados, muchos de los cuales se rebelaron contra el opresor y merecen su justo sitial histórico, como fue el caso de: Urracá, París, Cémaco, Bayano, Felipillo, Antón Mandinga y Luis de Mozambique.
Además del pasado, en lo sucesivo, se debe reflexionar el presente y futuro de la ciudad, priorizando entre otros temas: ¿Qué se está haciendo en materia de preservación con Panamá La Vieja?, tomando en cuenta que el sitio es Conjunto Monumental Histórico, aprobado por la Ley 91 de diciembre de 1976 y Patrimonio Mundial de la Humanidad (Unesco – 5 de julio de 2003).
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