Por: Enrique Avilés.
Ascanio Arosemena, primer Mártir de esa jornada
Es indudable que en la actualidad hay una tendencia a contar la historia desde puntos de vista anecdóticos, en muchos casos descalificadores y supremamente simplistas, o desde puntos de vista contrapolados que, pretendiendo imparcialidad, asumen fuentes parcializadas con visiones hartamente descalificadas por los testigos de los hechos a nivel nacional e internacional. Se apuesta así, al simple hecho de contar la otra cara de la moneda sin acompañarla de proyecciones teóricas que dimensionen realmente su veracidad histórica. Es mi sentir que en los últimos años este esquema de interpretación, con características de reporte minoritario, se ha pretendido aplicar como válido para dar a comprender los lamentables sucesos ocurridos en Panamá en enero de 1964.Lo anterior, hace pertinente nuevos esquemas de teorización que, sin caer en la simplista heroización de los sucesos, expliquen los motivos reales de fractura en las, para entonces, relaciones contractuales entre ambos Estados. El estallido de nacionalismo que reclamó el reconocimiento de la soberanía en el enclave colonialista canalero, no surgió de manera espontánea, tal cual lo hacen los alborotos o revueltas, su trasfondo ni siquiera marca totalmente sus raíces en acontecimientos inmediatos como lo fueron la operación Soberanía y la Siembra de Banderas, eventos que sin lugar a dudas son la antesala de un barril de pólvora con una mecha corta y ardiendo. Es necesario que la juventud dimensione los reclamos de reconocimiento de la soberanía panameña en la Zona del Canal, comprendiendo que los mismos son, con toda validez, el reclamo por reestructurar un Estado nacional, cuyas falencias de gestación en 1903 constituyeron el interés prioritario de la clase dominante panameña y del imperialismo estadounidense. Fue este interés el que trastocó los elementos fundamentales del nuevo Estado panameño al ceder a perpetuidad su territorio al Imperio estadounidense y permitir la creación del enclave colonial sacrificando la soberanía de la nueva república, fue este interés el que permitió el derecho de intervención exponiendo a su población a ser masacrada por la bayoneta estadounidense. En efecto, lo que se reclamaba en 1964, era la imposibilidad de una nación de seguir teniendo dentro de su territorio otro Estado, reclamo obviado por los sectores dominantes oligárquicos que habían preferido revisar las relaciones contractuales con los Estados Unidos, sin considerar, tal como lo hicieron en 1903, el interés nacionalista de los sectores populares y medios, sino imponiendo el suyo de hacer negocio, siempre en buena lid con el imperio y amasar ganancias a costa de la soberanía. Ese reclamo de 1964, sobrepasó todos los linderos de contención mantenidos por décadas por una oligarquía que nunca contempló la posibilidad del emerger de un nacionalismo antioligarca y antimperialista capaz de tal sacrificio. Por primera vez, tocó a la oligarquía asumir una ruptura de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, ante el clamor de un pueblo que de no ser escuchado pudo radicalizarse en su contra.
La historia del 9 de enero de 1964, no puede ni debe ser vista de manera anecdótica, ni mucho menos depositando la confianza en fuentes estadounidenses supremamente parcializadas, hacerlo más que lograr la comprensión del hecho puede traer confusión, desmemoria, desvalorización del pasado e incomprensión total del presente. Y sin querer ser insidioso, no faltarán quienes deseen tal fin. Esa historia debe entenderla nuestra juventud como parte esencial de un proceso de larga duración donde la oligarquía, el imperio y los sectores populares y medios llegaron a su clímax de desentendimiento respecto a los derroteros nacionales, prevaleciendo al final el interés de estos últimos. Solo así se aborda el pasado para explicar nuestro presente respecto al suceso y su significancia.
El autor es docente de Historia de la Universidad de Panamá e investigador asociado del IIH-UP.
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