Por Miguel A. Candanedo O.
A raíz del fallecimiento reciente del amigo y colega Pedro Pineda González, don Roberto Bruneau, compañero de luchas y desvelos ciudadanos, escribía en El Periódico una nota necrológica que tituló “Pedro Pineda, un panameño extraordinario: celebramos su vida”.
En efecto, en especial para la comunidad académica, estudiantil y de funcionarios administrativos de la Universidad de Panamá, don Pedro Pineda fue un panameño extraordinario.
Cabe preguntarse, ¿en qué consistió esa naturaleza humana extraordinaria del amigo por excelencia? Y además, ¿cómo se forjó ese panameño excepcional?, ¿cuál fue ese periplo vital que lo llevó a ese elevado sitial en que los afectos y la admiración hacia un ser humano, sencillamente humano, se hace acreedor?
Al ponderar la condición humana de nuestro querido amigo, se impone una reflexión acerca de los orígenes y trayectoria vital en que se incubó este ciudadano ejemplar, cuál fue su punto de partida, los avatares de su existir hasta llegar a ser lo que fue: un panameño de excepción.
Cabe preguntarse: ¿por cuál arte de birlibirloque logró don Pedro constituirse en “maestro de juventudes” y de no tan jóvenes?, ¿cómo este humilde panameño salido de las entrañas más recónditas de la patria logró formarse intelectualmente hasta alcanzar esa erudición de filósofo y sociólogo humanista, esa sabiduría extraordinaria que deslumbraba a propios y extraños? Sin embargo, por admirables que resulten esos rasgos, no se trataba del intelectual petulante ni del sabio inmodesto, que deslumbraba por la profundidad y amplitud de sus lecturas cual enciclopedia ambulante que se desplazaba por los pasillos de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Panamá.
Se trataba, por el contrario, del humilde y modesto maestro que dispensaba sus conocimientos y orientaciones a miríadas de estudiantes indecisos, que no terminaban de encontrar el camino que les llevara a la presentación de sus tesis de grado y el logro de sus títulos profesionales.
De igual manera, don Pedro fungía como consejero y guía espiritual de hombres y mujeres desorientados en su vida familiar y profesional. Se desdoblaba al mismo tiempo como el locuaz y profundo contertulio que asiduamente compartía con colegas y amigos el clásico café de media mañana. La tertulia intelectual universitaria se nutría del ágil intercambio de lecturas y de los chispeantes comentarios acerca de lo divino y de lo humano.
La revisión crítica permanente de los escenarios políticos, económicos, sociales y culturales, tanto de la patria chica como del acontecer internacional, nutrieron cotidianamente de sentido nuestros pareceres personales y familiares.
Hoy sentimos el inmenso vacío que la ausencia del amigo Pedro Pineda González deja entre sus amigos y discípulos, vacío que apenas se atenúa por afectuosos recuerdos de ese panameño y universitario ejemplar. Por ello, nos proponemos, a través de sucesivas entregas, reconstruir la ruta existencial de ese panameño de excepción.
Panamá, 25 de junio de 2022
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