Por: José Dídimo Escobar Samaniego
Cuan equivocados estaban los que ingenuamente pensaron así. En el año 2004, el subsidio electoral alcanzó algo más de 20 millones de balboas y ahora ese monto casi alcanza los 100 millones de balboas. Nunca antes hubo tan bajo nivel de formación política como ahora, y el dinero que se asigna a los partidos se utiliza preferencialmente en mantener una planilla de adláteres que responden a las mafias que se han tomado la dirección política de los partidos, a punta de clientelismos, especialmente para adueñarse del subsidio electoral.
La intención original era que, ningún particular, porque financiaba las actividades políticas de un partido, pudiera adueñarse de su estructura y lo utilizara como un instrumento sometido a su capricho y conveniencia. Lo cierto que, aunque el Estado asigne grandes recursos a los partidos, éstos lo usan caprichosamente, no se conoce con transparencia sus destinos, las auditorías no se hacen presente a pesar de ser dinero público y lo peor es que los privados que financian las campañas terminan tomándose los partidos, los secuestran y se toman a nombre de la organización política, una parte de la estructura estatal o de grandes contratos, y redimen muchas veces sus contribuciones y aumenta con ello, el caldo de cultivo que sustenta la gran corrupción de nos diezma en el país.
El Gran financiamiento público es absolutamente incompatible con el financiamiento privado. Los gobiernos surgidos de estos procesos electorales turbios, no solo adolecen de legitimidad política, sino que los financistas secuestran al Estado, lo desvirtúan y lo ordeñan hasta casi el exterminio.
No obstante, los grandes medios de prensa, radio y televisión del país, guardan un silencio cómplice de todos estos hechos dolosos, porque ellos son beneficiarios de un alto presupuesto que asigna el Tribunal Electoral a los procesos electorales, lo cual los deja en una auténtica orfandad moral y ética, porque cohonestaron con su silencio, la consabida e insostenible concupiscencia.
Por todas estas razones y en medio de la profunda crisis económica que vivimos y dado que los partidos no supieron apreciar la confianza que la sociedad les extendió, es que se hace urgente ponerle fin a este mecanismo que se ha convertido en un pastel que se lo engullen las mafias políticas que asaltan las direcciones políticas de los partidos políticos en Panamá.
¡Así de sencilla es la cosa!
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