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Democracia versus capitalismo y viceversa

Por Gonzalo Delgado Quintero

Se ha demostrado, sobre todo, en los tiempos que corren, que no hay peor enemigo de la democracia que el propio capitalismo que dice ser su representación más pura.

Y es cuestión de opiniones, porque al adentrarnos en su interpretación más general, podemos observar que este concepto se acuña, por ejemplo, en categorías como democracia representativa; también, últimamente se está casi que aclamando el término de democracia participativa. Se habla de democracia burguesa, pero también reclaman algunos pensadores poner en práctica el significado intrínseco de la griega palabra que en su acepción más profunda significa DEMO=PUEBLO-CRACIA= GOBIERNO o sea que democracia viene a ser gobierno del pueblo.

La democracia, hoy, después de más de 2,500 años, va ligada, en gran medida, a la posición ideológica. Unos la ven a partir de la formalidad sustentada a partir de comicios electorales; otros en función de la mayor participación del pueblo en la toma de decisiones de Estado. Para unos la democracia es sinónimo de “Estado de Bienestar”; para otros, democracia es sinónimo de capitalismo puro.

Ahora bien, el capitalismo necesita sustentarse con instrumentos de la democracia y de hecho, las veces que ha caído en crisis, se ha valido de mecanismos para asirse y reflotar nuevamente a través, precisamente, del establecimiento de Estados benefactores y lograr un equilibrio temporal, una estabilidad que acalla de esta manera los gritos de revolución, aunque sea momentáneamente.

Por ello, tal y como están hoy las cosas a nivel global, ese equilibrio temporal se ha debilitado. La profundización de ese debilitamiento, de no darse un golpe de timón, producirá inestabilidad y por tanto, convulsiones sociales o sea gritos de revoluciones.

El capitalismo si necesita de democracia, pero la democracia no necesariamente. La democracia que no solo se reduce a elecciones, sino que incluye competencia real por el poder y cumplimiento de normas, también debe velar por la erradicación de la desigualdad en general; sin embargo, la desigualdad es inherente al sistema capitalista.

Por tanto, se produce, allí, un fuerte choque, si tomamos en cuenta que la desigualdad es la principal raíz de todos los males de la sociedad y por tanto, si esto es así, se evidencia una total incongruencia entre democracia y capitalismo.

Pero existe en estos tiempos algo aun peor, me refiero al modelo económico neoliberal que desde hace ya más de 30 años, sobre todo, a partir de la caída del bloque socialista de Europa del Este, se ha venido imponiendo. Incluso, el neoliberalismo está atentando, al ser autodestructivo, contra el propio capitalismo productivo en Estados Unidos, Europa, Asia y las demás regiones,  que siguen bajo el imperio de este modelo neoliberal, por supuesto en América Latina.

En Panamá, por ejemplo, donde grupos del poder económico son también, dueños del poder político es perfectamente posible que condicionen, igualmente, la competencia económica, creando cada día más las capacidades consolidadas del concepto oligopólico de la economía que significa que cada vez más, las riquezas se concentran en pocas manos, mientras que las mayorías son más pobres.

Grandes fortunas se levantan con la complacencia del poder, incluso, algo aún peor es que ni siquiera esas grandes riquezas quedan en Panamá, sino que se van a otros países, como es el caso del saqueo de las mineras, sin restar otras actividades como las comunicaciones, la electricidad, el transporte marítimo, bancario, logístico, además de la mala distribución de lo que queda aquí. Lo grave es que el mismo capitalismo, ahora exacerbado por el modelo neoliberal, sigue generando más desigualdades y empobreciendo a sectores amplios de la población, lo que obviamente debilita la democracia, eso en realidad, es lo que está ocurriendo.

En Panamá impera el modelo neoliberal, aunque también se defiende la democracia; pero necesita perfeccionar un modelo propio en que impere la democracia participativa, más que el mascarón de proa de la representatividad, en la que el pueblo es solamente  convidado a votar cada cinco años y luego olvidado.

Y si vamos a estar bajo el capitalismo, que sea bajo un criterio amplio, productivo y bajo un esquema de Estado de Bienestar. Que permee a todas las regiones, más allá, en el interior, donde hay poca presencia de la banca promotora del agro, pocas cadenas, pocas empresas pequeñas y medianas, pocas actividades cooperativistas, el poco respaldo al pequeño productor que vienen a ser la gran mayoría en esa actividad de la que dependemos todos.

Si bien debe haber la inversión pública para la producción, pero resulta que los políticos son al mismo tiempo los empresarios, y eso es corrupción patrocinada por el Estado. Si vamos a estar bajo la egida capitalista, entonces se requieren, además de más empresas, mejores empleos con estabilidad, buena remuneración, que respete las leyes laborales, impositivas  y de seguridad social. Que haya la certeza del castigo para todos, una justicia más temida que acabe con el criterio laxo de la corrupción.

Cuando todo esto sea posible, cuando no se observe lo contrario, cuando se erradique la idea de salirse con la suya, cuando los instrumentos de la democracia (partidos políticos y otros) no sean para mantener el estatus del poder de las mafias, los oligopolios y la plutocracia, entonces comenzaremos a caminar por el sendero correcto.

El autor es periodista y escritor

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