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HAN PASADO CUARENTA AÑOS…|

Por: Dr. Franklin Clavel

Aquel día viernes 31 de julio, me levanté a las cinco de la mañana para ir a la oficina en la sede central del MIDA en Santiago. Acostumbraba ir a dormir a mi pueblo natal, Cañazas, cada vez que tenía que despachar en Santiago o cuando realizaba giras a Chiriquí, Bocas del Toro o provincias centrales, así podía ver y compartir con mis queridos papá y mamá.

Debía estar allí en la oficina a las siete de la mañana porque me llamarìan al teléfono para indicarme si tenía que ir a Penonomé o me pasaban a recoger en el aeropuerto de Santiago para viajar a Coclesito. Recibí la llamada puntualmente de la Ingeniera Damaris Chea para decirme que se posponía para el siguiente martes la reunión de trabajo porque uno de los participantes, el Profesor Sargento José de Jesús “Chuchù” Martínez, quien estaba cumpliendo una misión en Francia, tuvo problemas con el cupo en el avión y no llegaría a tiempo.

En esa reunión, que duraría toda la semana, íbamos a rendir informe sobre las misiones cumplidas en ´Francia, Italia, Canadá, Brasil y Bayano por el equipo de trabajo, todas relacionadas con un gran proyecto visualizado por el General para desarrollar todas las comunidades de la Costa Abajo de Colón y norte de Veraguas, con una característica especial: llevarle a esos panameños los avances en ciencia y tecnología que se pudieran  adaptar y aplicar en esas áreas,  para que estas poblaciones lograron el mayor progreso social, cultural y económico posible sin destruir el ambiente, teniendo como punta de lanza la cría del búfalo de agua (Bubalus bubalis), utilizándolo para trabajos agrícolas, transporte, producción de carne y leche para el consumo de esas comunidades. Además, otras actividades conexas para lograr un

Yo había salido de la ciudad de Panamá el día anterior, el 30, temprano porque tenía una reunión en Santiago, pero en la ruta tenía que pasar a Farallón para examinar y tratar una búfala, novilla, accidentada al desembarcar, que la semana anterior había llegado por vía aérea al aeropuerto de Río Hato, como parte de un lote procedente de Trinidad-Tobago y que posteriormente iba para Coclesito.

En vista de que el viaje se pospuso, me quedè en Santiago atendiendo asuntos de rutina y al terminar la jornada regresè a la ciudad de Panamá. Al poco tiempo de estar en mi casa, ya de noche, recibí una llamada de la oficina que atendía todo lo relacionado con el Programa de Coclesito y del Desarrollo del Área Atlántica dirigida por el profesor Hugo Guiraud, ubicada a un costado del aeropuerto de Paitilla, para que me presentara allá inmediatamente, sin ninguna explicación. Cuando llegué me encontré con la noticia de que el avión en donde iba el General Torrijos estaba desaparecido, no había llegado a su destino.

El impacto de la noticia me dejó obnubilado, no me lo podía imaginar. Nuestro programa tenía un eficiente sistema de comunicación por radio y el ambiente estaba inundado por las voces de los pilotos de los aviones que participaban en la búsqueda, una de las cuales era la del profesor Guiraud, quien piloteaba el avión del Programa. Al día siguiente, sábado 1 de agosto el Presidente Arístides Royo, antes del mediodía daba a conocer, a través de una cadena nacional de radio y televisión, la triste noticia. El país entero quedó sumido en un conmovedor silencio.

El General Torrijos fue un panameño común y corriente, como usted y como yo, que el destino colocó en el momento y en el lugar preciso de nuestra historia para utilizar el poder y ponerlo al servicio de su entrañable patria, de su pueblo.

Tuve la oportunidad de acompañarlo a varios sitios del país especialmente en el área atlántica y me producía mucha emoción, porque cuando aterrizamos en cualquiera de los caseríos y pueblos, la gente, hombres, mujeres y niños, salían corriendo a recibirlo y lo abrazaban y besaban con una confianza natural y el correspondía también con toda naturalidad. Se hacia un coloquio improvisado y de allí surgían soluciones parciales o completas para resolver los elementales problemas de salud, educación, producción de alimentos, acueductos rurales, pesca artesanal y muchos otros más. Todas las peticiones siempre fueron satisfechas en el menor tiempo posible incluso a comunidades en donde no había acceso por ríos, mar o por caminos, lo prometido llegaba por helicóptero. Y lo interesante era que no se olvidaba de eso porque mucho tiempo después volvía a visitarlos para ver si habían cumplido con ellos y si estaban satisfechos.

Ese contacto con la gente sencilla, aislada del progreso y de todos los avances de la civilización, era lo que le llenaba el espíritu de energía para luchar y lograr para su pueblo un mejor futuro.

Llegué a formar parte del equipo de trabajo de Coclesito de forma inesperada. Desde que me gradué de médico veterinario y regresé a Panamá ingresé a trabajar en el recién creado Ministerio de Desarrollo Agropecuario, como veterinario de campo en la Regiòn de Chepo-Bayano, luego pasé a Colón, varios años y después ocupé una dirección nacional en donde después de algunos años prácticamente me apartaron del cargo y me asignaron funciones indefinidas, en esos momentos, un buen día, recibì una llamada del Vicepresidente de la República, Licenciado Ricardo de la Espriella para decirme que fuera tal día a Farallón que el General Torrijos quería conversar conmigo (ocurría esto a mediados del año de 1980).

Me recibió el General en una forma muy amable, familiar y vestido muy sencillo, por supuesto, de civil. Luego de algunos comentarios sobre las noticias del día y otros temas, me dice, Doctor, lo he mandado a llamar para proponerle un asunto que posiblemente usted pueda aceptar, aunque yo se que usted no gusta de los gorilas, pero también sé que usted tiene inquietudes sociales y ama mucho a la Patria. Conocimos que usted participó activamente en la lucha que tuvo su momento más sublime la tarde y la noche del 9 de enero de 1964 y toda la agitación posterior, siendo usted estudiante de la Universidad de Panamá y también que un año después fue detenido en una revuelta estudiantil en la misma universidad y encarcelado en el Cuartel Central.

En concreto, me dijo, le propongo que se incorpore al equipo de trabajo de Coclesito, bajo la dirección del profesor Hugo Guiraud para que nos ayude a la realización de algunos proyectos en Coclesito y el resto del área atlántica.

Por supuesto que yo acepté y puse manos a la obra, comenzando por organizar un pequeño equipo de trabajo tal como él me lo indicó. Incorporé en primera instancia a dos distinguidos médicos veterinarios (funcionarios del MIDA), el Dr. Horacio Maltéz y el Dr. Luis Carlos Roquebert (q.e.p.d), posteriormente el grupo fue creciendo con otros técnicos.

Luego de la muerte del General, seguimos trabajando en el área, pero sin todo el apoyo necesario por parte del Estado, anulándose totalmente, tiempo después de su deceso, en el que la comunidad como el país, quedamos como huérfanos.

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