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El engendro de la reelección

 

José Dídimo Escobar Samaniego

 

El clientelismo político es un intercambio extraoficial de favores, en el cual los titulares de cargos políticos regulan la concesión de prestaciones, obtenidas a través de su función pública o de contactos relacionados con ella, a cambio de apoyo electoral.

Se llama también, clientelismo político o simplemente clientelismo, al manejo selectivo de los recursos del Estado por parte de algunos funcionarios, favoreciendo a los intereses de terceros (sus clientes) a cambio de apoyo electoral. Se trata de un intercambio no oficial de favores, que está tipificado hoy en día, y de manera muy clara, como una forma reconocible y detestable de la corrupción.

El clientelismo se instituye como un perverso mecanismo que, invalida la democracia, cuando se abre la posibilidad de la reelección, de modo que efectivamente, quien vea la posibilidad de reelegirse, produce los mecanismos a efectos de que, con el dinero público empieza a favorecer a sus posibles electores y a tener lo que son votos cautivos, comprados con el erario público, desvirtuando la participación de gente decente, que podría cambiarle el destino cruel y asqueroso en que ha convertido la política, el clientelismo y por ende a toda nuestra sociedad.

Nuestra Constitución Nacional establece en su artículo 136 que. “Las autoridades están obligadas a garantizar la libertad y honradez del sufragio”. Y en el numeral 1 establece:, “se prohíbe: El apoyo oficial, directo o indirecto, a candidatos a puestos de elección popular, aun cuando fueren velados los medios empleados a tal fin”. Lo cual es letra muerta de nuestro ordenamiento constitucional, porque es exactamente lo que ejecutan, lo que hacen todos los partidos que, desde el poder drenan recursos en forma de becas, auxilios económicos, materiales de construcción, material deportivo, nombramientos, contratos, apoyos económicos, aperos de labranza, refrigeradoras, estufas, puestos públicos, privilegios como notarías, consulados de marina mercante que no reportan la totalidad de los ingresos a las finanzas nacionales, en fin toda clase de bienes y favores aún de fuentes privadas, que usted probablemente no se puede imaginar, que envilecen a nuestra sociedad y que hacen reinar una corrupción colectiva, de la que luego de llegada la figura, al puesto público, el mismo se convierte en un mecanismo para retribuir con leyes sesgadas, ordenamientos chimbos, favores, contratos leoninos y toda clase de beneficios a quienes “invirtieron” en el proceso electoral, aunque, con ellos signifique; un absoluto divorcio y una infame deslealtad con el pueblo que les votó.

Esta situación es tan perniciosa que, el Estado y particularmente, nuestro Sistema Electoral, no está operando en base a la, independencia, imparcialidad, impartialidad y equidad de la Ley, sino en base a una relación directa con uno o un grupo de clientes, es decir, algo más cercano a un trámite comercial que a uno estrictamente burocrático o administrativo. En pocas palabras: el Estado favorece a sus clientes, en vez de al todo de la sociedad. Y, peor aún, los poderes fácticos, tenedores de las grandes fortunas en todo el país, son los que determinan los resultados electorales y quien debe gobernar o no, por lo que, el sufragio popular, es decir el voto, no es más que una grosera carantoña a la que se convoca a un pueblo ingenuo, que sigue ilusionado en que las cosas pueden cambiar, cuando los que han secuestrado a la democracia, lo han hecho precisamente para que el “Estatus Quo” se mantenga y continúe por la eternidad.

Ahora es posible entender cómo, durante más de treinta años de crecimiento económico, en Panamá, los pobres, lejos de disminuir, han aumentado y el abandono a los sectores del campo y los indígenas es proverbial, la zanja entre ricos y pobres ha aumentado ampliamente. Y es que, el clientelismo requiere que cunda la pobreza y aún la miseria, para que los clientelistas salgan como los “chapulines colorados”, es decir salvadores generosos, oficiosos, oportunos y el pueblo, en medio de su crujir de angustia, les regale el voto, hasta con gratitud, por darles, como lo hacían desde antes de 1968, con el patrimonio que, de hecho le pertenece a los pobres, una migaja que envilece y que nos lleva hasta la miseria económica, social y también moral.

El Clientelismo, además de destrozar la dignidad humana, produce sin duda, una disminución de los índices de Desarrollo Humano, ya que los recursos que tendrían que ir hacia la satisfacción de los más necesitados, van en cambio hacia terceros poderosos, sumando así a la tasa de desigualdad de la que Panamá representa una de las más altas e impresentables del mundo.

La única manera de acabar con el clientelismo es, prohibir la relección inmediata, tal como ocurre con el cargo para presidente de la república, que debe aplicarse a todos los cargos por elección. Es también educando y empoderando a un pueblo que debe adquirir conciencia, que está en sus manos el gran cambio que requiere nuestra sociedad.

Hay que recuperar la Dignidad Humana y enfrentar resueltamente al Clientelismo Político Electoral, porque su presencia y permanencia están exterminando el Estado de Derecho al que aspiramos. Todo lo que hagamos, sin enfrentar este perverso sistema, estará condenado a sucumbir, porque es imposible que puedan convivir las tinieblas con la Luz.

¡Así de sencilla es la cosa!

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