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Crisis Planetaria y Gobernanza Global (2/3)

Por: Oscar Lomba Álvarez
El auge de los neofascismos y de la ultraderecha en diversas partes del mundo representa una amenaza adicional para la estabilidad global. Estos movimientos, que se alimentan de la xenofobia, el chauvinismo o ultranacionalismo extremo y la desinformación, aprovechan las inseguridades económicas y sociales para erosionar las instituciones democráticas y promover políticas regresivas. En un contexto de creciente desigualdad, el discurso de la ultraderecha encuentra terreno fértil al culpar a los migrantes, las minorías y las instituciones internacionales de todos los males sociales. Este fenómeno no es un problema aislado, sino una consecuencia directa de las dinámicas económicas y políticas globales. La concentración de la riqueza, el desmantelamiento del estado del bienestar y la falta de mecanismos de redistribución han generado un descontento generalizado que estos movimientos explotan. La única forma de contrarrestar esta amenaza es a través de una gobernanza global inclusiva que aborde las causas estructurales de la desigualdad y promueva valores de solidaridad y justicia social.
En paralelo, asistimos a una carrera armamentística que pone en peligro la supervivencia de la humanidad. A pesar de las múltiples crisis que enfrenta el planeta, las potencias globales siguen destinando enormes recursos al desarrollo de tecnologías militares, incluidas armas nucleares y sistemas de inteligencia artificial con fines bélicos. Esta dinámica no solo desvía fondos que podrían ser utilizados para abordar problemas urgentes como el cambio climático o la pobreza, sino que también aumenta el riesgo de conflictos devastadores. La proliferación de armas nucleares, en particular, es un recordatorio constante de que un error de cálculo o una escalada puede tener consecuencias catastróficas para toda la humanidad. La creación de un tratado global vinculante para el desarme nuclear y la regulación estricta de las tecnologías militares son pasos imprescindibles para garantizar la paz y la seguridad internacionales.
El tecnofeudalismo, como lo describe Yanis Varoufakis, añade otra capa de complejidad a este panorama. En este nuevo sistema, el poder ya no reside únicamente en los Estados, sino que está cada vez más concentrado en las grandes corporaciones tecnológicas y financieras que controlan flujos de datos, información y riqueza. Estas entidades operan al margen de las dinámicas democráticas, ejerciendo una influencia desproporcionada sobre las políticas públicas y exacerbando las desigualdades globales. Las corporaciones tecnológicas, en particular, tienen un impacto significativo en la economía, la política y la cultura, desde la manipulación de elecciones hasta la precarización del trabajo. En este contexto, es urgente establecer mecanismos supranacionales que regulen a estas corporaciones, garanticen la transparencia y protejan los derechos de los ciudadanos frente a los abusos de poder.
El cambio climático, la crisis migratoria, el auge del neofascismo, la carrera armamentística y el tecnofeudalismo son solo algunos de los desafíos globales que enfrentamos. Sin embargo, todos ellos están interconectados y comparten una característica común: no pueden resolverse dentro de los límites de los Estados-nación. Los problemas globales requieren soluciones globales, y estas solo pueden surgir de instituciones supranacionales con poder real y legitimidad democrática. La creación de una Constitución de la Tierra, como propone Luigi Ferrajoli, sería un paso fundamental en esta dirección. Este marco normativo establecería los derechos y deberes de todos los actores, desde los Estados hasta las corporaciones, y garantizaría que la sostenibilidad, la justicia y la equidad sean principios rectores de la acción global. (Continúa)
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