Por: José Dídimo Escobar Samaniego
En las actuales circunstancias de nuestro país y el mundo entero, al cual pertenecemos, es muy importante que estemos prestos a examinarlo todo con el rigor, no sólo científico, sino además moral y ético y luego de esa primera tarea se observación rigurosa, poder distinguir lo bueno de lo malo y proceder a retener lo bueno y desechar lo malo.
La impronta del neoliberalismo de las últimas décadas, nos ha dejado como resultado, una casi una sociedad procaz, no importa cómo, pero el llenarse de cosas es sinónimo de riqueza, que debe obtenerse no importa si para ello se requiere, como es necesario, toda clase de corrupción que empaña de violencia y de falta de paz, por causa de la injusticia que se infiere a la comunidad donde vivimos. Ser avaricioso es casi una condición sin la cual no es posible ser reconocido.
Después de hacerle culto al individualismo, a la riqueza material, antes que respetar la dignidad humana, ahora hemos entrado en una etapa en donde a lo bueno le llamamos malo, a lo malo tenemos por bueno, a lo agrio tenemos por dulce y a lo dulce por agrio, a la luz tenemos por tinieblas y las tinieblas por luz, es decir, una absoluta y majestuosa confusión que nos lleva rumbo al despeñadero a toda la civilización humana.
Todos debemos tener algo bueno en nuestro corazón, aunque en muchos es poco lo que aflore. Nadie es perfecto, ni libre de pecado. Todos requerimos de la misericordia y de la Gracia de Dios.
Si eso es una verdad inobjetable, y si no podemos mudarnos de planeta, aunque algunos pretenden ese objetivo en el futuro, no nos queda otra alternativa que tratar de encontrar fórmulas que nos permitan pasar el tránsito de nuestras vidas terrenales, intentando buscar lo bueno y con ello, construir una sociedad más justa que dignifique al ser humano y que reconozca y respete al Dios Eterno, creador de todo lo visible e invisible.
¡Así de sencilla es la cosa!
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