Por: Gonzalo Delgado Quintero
María de Los Santos Hernández “Mamita Santos”, era apenas una muchacha de 13 años, cuando conoció a María Rudecinda Alfaro, quien ya estaba entrada en edad, próximos a los 70 años. Mamita Santos fue siempre, desde muy pequeña, de mucha determinación, lo que le facilitó y ayudó en momentos cruciales de su vida, a tomar decisiones tempranas por sí sola. Apenas con esa edad, incluso años antes, trabajaba en el campo atendiendo todos los quehaceres de la cría de ganado, caballos, puercos, gallinas y otras actividades de tipos agrícolas como la siembra y cosecha de arroz, maíz, frijoles, verduras, tubérculos, árboles frutales, cafetales y demás.
Mamita Santos, nació conociendo de viva voz de sus protagonistas, la historia entonces relativamente reciente, de la gloriosa gesta de ese Primer Grito emancipador de 1821. Habiendo nacido en 1858, mantuvo contacto con muchas de las grandes personalidades que participaron en este valiente y heroico hecho, cuyo sentimiento general, que daba fe de cada detalle, de lo que había hecho cada persona, de las decisiones tomadas, de quiénes las tomaron y las rubricaron, solo se sostenía en el pensamiento colectivo del pueblo a través del tiempo; un espacio temporal de una generación que impuso un legado, un capítulo fundamental de inflexión en nuestra historia; pero al fin y al cabo hombres y mujeres de carne y huesos, con sus límites vitales que siempre resultaría muy corto en cuanto a sus precisiones, teniendo en cuenta que se dependía solamente del frágil recuerdo de esa memoria colectiva de la generación protagonista que tarde o temprano sino se apuntaba, se perdería con cada fallecido.
Eso lo sabían las personas pioneros de ese grito libertario, quienes, restringidas por las muchas limitaciones de no poder plasmar por escrito esa historia, se daban por contarlas a través de una narrativa de boca a oído, de persona a persona, del más viejo al más nuevo, cada atardecer y en las primeras horas de la noche, antes de acostarse. En aquellos tiempos, parte de los actores de esa historia, con el transcurrir de muchos años, se fueron convirtiendo en leyendas y hoy esas leyendas, retornan como lo que son: protagonistas de la historia. Ese es el caso de María Rudecinda Alfaro mejor conocida como Rufina Alfaro.
Y todos sabemos que la narrativa de una historia de manera verbal, agrega fantasías a cualquier suceso, pero a la vez, le quita elementos reales valiosos. Al final lo que tenemos, más que cualquier otro elemento, es una leyenda. Sin embargo, para entonces, ésta era la forma más expedita de enseñar la historia y todos coincidían en la necesidad de trasladar esa historia en forma hablada a las siguientes generaciones. Al ser éste un hecho en el que casi todos habían actuado de una manera u otra; provocaba que, cada quien que narraba, al haber sido parte o al menos testigo de esos acontecimientos, le añadiera aún más, esencia protagónica muy personalizada a su descripción.
Al fin y al cabo, un hecho digno de recordar para siempre, pero que en los años posteriores, por no tener mayores registros escritos, el espacio de tiempo, ya alargado, iba enterrando los recuerdos con cada difunto. Con los muertos que desaparecen a la vista de todos, se sepultaba también, ese legado histórico, que como una biblioteca solo reposaba en los anaqueles de la memoria del finado. Y en gran medida esas memorias igualmente quedaron bajo tierra, poco a poco, por los nuevos acontecimientos y la propia dinámica social.
El 10 de noviembre de 1821, para los santeños y también para todos los panameños, sino la principal, es una de las fechas de mayor trascendencia y en gran medida, lo poco escrito en el momento de los acontecimientos decisivos, no ha sido ápice desde entonces, para que no se haya dado fe del heroísmo, arrojo, decisión y gran valentía de quienes actuaron a favor de esa revolución libertaria.
Y el hecho de que permanezcan esos recuerdos vívidos, infiere que también hubo un esfuerzo en mantener latente ese recuerdo, y en gran medida el sentimiento que se mantiene después de 200 años, es el resultado testimonial de esa narrativa que fueron eslabonando la cadena generacional, con una continuidad sostenida en el tiempo que convertía a la persona más vieja en el maestro del más joven, desarrollándose mutuamente el uno con el otro en ese estar en recíproca presencia, al decir de Martin Buber.
Esa fue la conducta social entonces, al menos, en el interior del país. Se profesaba el respeto, se valoraba el conocimiento y se tributaba reconocimiento a quienes lo merecían. Un ejemplo que fue anillado y concatenando el sentimiento profundo entre Rufina ya entrada en la adultez mayor y la joven María De Los Santos, quien años después de haber tenido sus hijos y nietos fue siempre conocida como “Mamita Santos”. Ellas dos a pesar de la diferencia de edades, hicieron una gran amistad y propiciaron que el gran legado continuará en esas continuas travesías que ambas hacían en sus actividades de compra y venta y que sin apuros y con sentido de docencia, se daba entre ambas en esas largas conversaciones.
El encuentro de Rufina y Mamita Santos ocurrió en uno de esos tantos viajes de negocios que nuestra heroína hacía a través de los diversos pueblos y caseríos de la región azuerense. La vieja y la joven se toparon por primera vez, muchos años después de transcurrido ese gran suceso conocido como el Grito de Independencia de La Villa de Los Santos. Desde el primer momento Rufina se vio así misma reflejada en aquella jovencita, que también se dedicaba a la venta de productos agropecuarios. Mamita Santos parecía adusta al principio, pero en la medida que se daba el trato entre ambas, Rufina se daba cuenta que más bien era una actitud defensiva y de natural templanza que caracterizaba a la mayoría de las personas de esa región.
El temple y aplomo de Mamita Santos, lo hacía acompañar de un hablar pausado pero fuerte y Rufina, ya en sus años postreros, sentía la necesidad de dejar encarnada toda su sabiduría, toda su historia que hasta cierto punto había sido truncada por las circunstancias y las actitudes machistas de no dar créditos a su aporte en la lucha libertaria. Por tanto, entrada en la vejez, veía en su nueva discípula, la posibilidad de lograr la posta segura de su legado histórico a una nueva persona de características muy especiales y finalmente hacer ese relevo que le imponía el gran peso de sus acumulados años. Esa circunstancia de almanaques que conspiraba en su contra y la gran impresión que le causaba Mamita Santos, hizo que Rufina le contara todo lo referente a los sucesos de ese gran Primer Grito, que inició la etapa final, concluyendo 18 días después con nuestra definitiva independencia de España el 28 de noviembre de 1821.
De por sí, Rufina siempre fue muy protectora de los niños y jóvenes, lo que la llevó a criar y ser madrina de una gran cantidad de muchachos y con Mamita Santos fue particularmente muy esforzada en contarle cada detalle de su vida, desde que era tan solo una niña. Una relación de muy buena atención y apego que se convirtió en una especie de familiaridad que sólo se da en el ejemplo observado entre una abuela tolerante y su nieta inquieta.
Le contó por ejemplo que siendo ella, hija de un español con una criolla fuera del matrimonio, en aquellos tiempos venía más bien a ser un castigo, porque desde el nacimiento, el niño o la niña en este caso, quedaba desprotegida y excluida de cualquier reconocimiento o herencia a tal punto que la propia iglesia se prestaba muchas veces a tales decisiones, negando incluso la consagración bautismal. Y por ello, simplemente, la persona no aparecía registrada.
En esas largas tertulias, Mamita Santos, muy inquieta, le hacía muchas preguntas a Rufina quien a su vez, le contaba todos los detalles de sus actividades clandestinas, sobre todo cuando estaban próximos al Grito libertario y que ella sabía disimular con sus actividades comerciales. Le decía Rufina a Mamita Santos que, de hecho, el propio Segundo Villarreal hablaba con ella directamente. Todos los activistas la protegían, pero a la vez le daban misiones que ella cumplía a cabalidad. Entre esas tareas subversivas le correspondía extraer información valiosa de los jefes militares y a la vez, a ella, los revolucionarios le daban algún tipo de información de no tanta relevancia para que le fuera entregada a los españoles y se ganaría aún más la confianza de los defensores de la corona.
Desde sus tiempos mozos, Rufina muy hermosa, galana y en la flor de su juventud, comerciaba con productos comestibles. Y sus mejores clientes eran los residentes en el principal asentamiento urbano de la región. La Villa de Los Santos, venía a ser el lugar más importante en su actividad comercial, y aunque también vendía alguna ropa, telas, cueros curtidos, calzados y otros enseres a los campesinos distantes; sin embargo, sus constantes viajes siempre marcaron como referente, La Villa. Ese era el punto central de su objetivo principal de negocios.
La vigorosa muchacha, desde muy joven, casi niña, se había convertido en el referente de los villanos y poblanos de los alrededores, quienes le compraban sus productos y parte de la cosecha, traídos en carreta, en lomo de mula y de caballos. Ese conjunto de características de comerciante; de mujer bonita respetada y de convicción; de sentido profundo y coincidente en su pensar, hacer y decir; de proceder correcto y de aplomada palabra. Con su carisma y buen trato que pese al trabajo fuerte era acendrado, le granjearon buenas, importantes y muchas amistades. Esa condición le permitió entrar a los cuarteles de la guarnición española, hacer la inteligencia necesaria y estratégica a favor de la causa revolucionaria independentista y sobre todo, tener una participación activa y rauda en los nerviosos y peligrosos meses previos a esa fecha cumbre de 1821.
En el istmo, al igual que en el resto de la América Latina, las mujeres participaban y cumplían tareas fundamentales en el movimiento independentista. Los informes militares del ejército español daban el parte y novedades, con cierta periodicidad a través de las comunicaciones traídas en rápidos bergantines que se concentraban principalmente en Santa Fe, Bogotá, Colombia. También, se informaba de todo el movimiento militar y de las acciones que se estaban tomando para aplacar los ánimos y las acciones del ejército rebelde encabezado por Simón Bolívar.
Rufina, estaba enterada de lo que sucedía más allá de sus ámbitos regionales gracias a estas comunicaciones. En esos informes se daban las instrucciones que implican en aquellos meses, grandes movimientos logísticos, traslados del poco gendarme que había en los poblados que casi quedaban a la deriva, desguarnecidos; además, incluía el apoyo con pertrechos, armamentos y municiones dirigidos a Sudamérica, donde se estaban librando grandes batallas.
Ella, entre una de sus visitas al cuartel, había escuchado de un alto oficial militar recién llegado a La Villa, que en Bogotá y otras partes de Suramérica, seguían fusilando a los rebeldes capturados, incluso por el solo hecho de ser sospechosos. Esto más bien se había convertido en asesinatos jurídicos por el supuesto delito de insurrección contra la corona española. Aún se comentaba de entre esos asesinatos, uno que causó una sensación de disgusto profundo, referente al fusilamiento que ella misma leyó de años anteriores en aquellos informes de partes y novedades que describe la muerte de Policarpa Salvarrieta, el 14 de noviembre de 1817. Esa fue la época de terror impuesta en la Nueva Granada en esos primeros años del siglo XIX.
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