Por: Pedro Luis Prados S. (In memorian)
Las conmemoraciones del 9 de enero son como sainetes trágicos a los que el tiempo nos ha enseñado a mirar con prudencia y a la distancia con actitud de escepticismo más que de dolor patriotero.
Los que vivimos esos aciagos momentos con el fervor de la patria ultrajada, el dolor por los compañeros caídos y calor de una juventud idealista, vemos con la perspectiva del tiempo y de los cambios que, más allá de enarbolar la bandera, cantar el himno en algunas bases militares, enriquecer aún más a aquellos detractores que nos persiguieron, convertirnos en presa fácil para las poderosas corporaciones transnacionales, y favorecer una casta de nuevos zonians nada se ha logrado.
A pesar de quienes, con verdadero entusiasmo y pasión reivindicativa, hacen lo imposible por conmemorar la fecha, exaltar la memoria de los caídos y revalorizar las luchas juveniles. la pesada bruma del olvido se cierne sobre los hechos y protagonistas.
Ese proyecto popular de soberanía total encaminado a la integración nacional y la redención de una sociedad signada por la marginalidad y la desigualdad extrema, se convirtió en carne fresca para la rapiña, la lucha entre fieras, la traición, la corrupción y el desamparo.
Engañados con su propio discurso los panameños apostaron por un futuro promisorio que el tiempo ha convertido en un pantano en el cual se sumergen cada vez más sus esperanzas. Traicionados por una dirigencia que se comprometió con dar «el mejor uso colectivo posible» al territorio rescatado, se resignan a pasear sus banderitas y reiterar lamentos líricos de pasados dolores; mientras los cómplices del Imperio de ayer, mensajeros y mandaderos de hoy, se regodean en el próximo negocio o la comisión de la venta.
Hago alusión a un sainete trágico, porque en todo acto en que se honra la memoria de los caídos la exaltación de los valores supremos de la causa, el sublime sacrificio por el ideal es revivido con la finalidad esencial de preservar la memoria histórica, aquí parece ser organizados para rescatar la imagen de algún político desprestigiado o engarzar el silabario de un discurso estéril.
Mientras, el pueblo privado del motivo de su lucha, sumido en la ignorancia, aplastado de pesares lamenta entre murmullos el pesar por haber rescatado el canal y haber perdido el país.
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