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Nuestra Naturaleza Profunda.|


Por: José Dídimo Escobar Samaniego

Las crisis, para la gente inteligente, deben ser ocasión aprovechable, porque ellas tienen la virtud de exponer nuestras debilidades, falencias y aún las partes pudendas, tal como ha ocurrido en nuestra sociedad a propósito de la actual pandemia, que ha permitido sacar de nuestro interior, nuestra verdadera naturaleza.

En algunos casos salieron a la palestra pública, virtudes, en otros, vicios, incluso muy ocultos y hasta extremadamente vergonzosos.

Nuestra sociedad, no resiste más parches constitucionales y legales, todo el andamiaje de valores y principios, se precipitó al suelo, así, como colapsó el sistema de salud pública, también ha colapsado el sostenimiento de nuestro colapsado sistema educativo, nuestro sistema judicial, nuestra organización político electoral, la representación popular en la pretendida democracia y una dramática escasez, por mucho tiempo sostenida, de falta de legitimidad de nuestras autoridades administrativas y políticas.

Sin embargo, quienes ostentan el verdadero poder en Panamá, que son los sectores económicos poderosos, (Poder Fáctico), quienes son dueños del 70% de toda la riqueza nacional, lo que manifiesta el vergonzoso e impresentable pendón de una desigualdad que retrata lo inviable del sistema social y económico que, no puede seguir sosteniéndose con horquetas y puntales, porque el peso de nuestro drama y su inercia, no lo pueden sostener puntales, aunque fueran de acero y de formidable espesor.

Los partidos políticos, por ejemplo, ninguno cumple la misión de orientar a la sociedad, como es su deber, es más, ellos mismos están inmersos en una tremenda crisis que no acatan ni siquiera a proveerse de una orientación hacia dónde caminar, mal podría pretender intentar guiar a la sociedad. Esta crisis vino a demostrarnos la grave crisis de nuestros partidos, de tal modo que si dejaran de existir, la sociedad no notaría en lo más mínimo, su ausencia. Es obvio también que, nadie puede dar lo que no tiene. Internamente, en ninguno existe vida democrática auténtica, ni debate alguno, están arrastrados todos, por la inercia y casi absolutamente, no resisten ni siquiera un ligero audito de los recursos públicos que se les asigna y utiliza sin ninguna utilidad para la nación. Son, los partidos políticos, engendros de maleantería, de perfecta irresponsabilidad cívica promotores del clientelismo y lejos de promover la dignidad humana, se han convertido en trituradores infames de honradez, respetabilidad y defensores sórdidos y crueles de la corrupción. Los directivos son en su mayoría, el resultado de la compra de delegados. La situación es tan grave que merece un escrito autónomo sólo sobre el tema de la realidad de nuestros partidos políticos que, han venido a consagrarse como vehículos enemigos del pueblo e impostores en una democracia que, solo existe como ficción.

Por su parte, nuestro Tribunal Electoral es un parapeto que consume un alto presupuesto de todos los panameños, pero su presencia con semejante monumental edificio, no agrega ningún valor agregado a nuestra democracia, porque lo único que aportan es una insana carantoña de apariencia perversa, de algo que no existe. La apariencia, termina siendo insostenible, encubriendo mecanismos absolutamente inmorales, como el financiamiento privado de campañas electorales, de modo que esos mismos sectores económicos terminan “invirtiendo” en las campañas y luego del resultado electoral, secuestran a quienes les donaron y los convierten en sus voceros, escamoteándole al pueblo su representación, y desvirtuando el voto popular, tal como ocurre en la actualidad. Así mismo ocurre con todos los puestos de elección popular.

El Tribunal Electoral conoce, porque es de dominio público, todas las diversas formas de la perversa, aberrante y grave práctica del clientelismo político, pero prefieren hacer lo del avestruz. Cómo puede existir el principio de imparcialidad, si los funcionarios públicos pueden reelegirse y utilizan los fondos públicos para contratar todo su equipo electoral y sin que la Constitución y la Ley electoral lo permitan, usan partidas para contratos de servicios profesionales y para la compra de bienes que luego donan como si fueran de su propiedad, y así convierten al ciudadano en una mercancía que tiene precio tasado. Esta agresión a la dignidad humana, revista de una gravedad impresionante, porque es tolerada y casi patrocinada por las autoridades que, según la Ley, están para garantizar la pureza y libertad del sufragio. Eso también es corrupción, y por eso, al nacer casi legitimada, es que se pasea pomposa y ostentosa en medio de la crisis social, política y económica, en la que, la pandemia por grave que haya sido y sea, palidece.

¡Así de sencilla es la cosa!

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