Por: José Dídimo Escobar Samaniego
La destrucción sostenida y sistemática de la institucionalidad en Panamá, no es sino, el resultado de la acumulación de prácticas deleznables, que no por ser tan conocidas o públicas, lograron entronizar en la sociedad en los últimos cinco años, una suerte de descalabro tanto fatal como total de envilecimiento colectivo, patrocinado desde el Estado y desde sectores empresariales que buscaban y encontraron el caldo de cultivo perfecto para la realización de sus pretensiones de asaltar las arcas públicas, y satisfacer a plenitud su avaricia, como en efecto, se hizo.
Todos recordamos, cómo de manera fría se trató por ejemplo a las fuerzas de seguridad, aumentándoles de forma sostenida, sólo para comprar lealtad y poder enfrentar al resto de la sociedad, por si se atreviesen o procuraren oponerse a tales pretensiones.
Hoy día, informes de inteligencia al que hemos tenido acceso, indica que las fuerzas de seguridad, sus niveles medios y tropa, acusan un nivel de resistencia a los actuales mandos, toda vez que añoran la política de aumentos y protección desmesurada que existía y que exoneró de toda responsabilidad administrativa y penal a los que abusando del poder y de la fuerza; cometieron graves daños contra la población en general, especialmente las fuerzas de oposición a políticas erráticas de la administración, como la imposición del Contrato minero que solo tuvo vida jurídica por un poco más de un mes y en los que sufrieron con estoicismo, los grupos más vulnerables del país.
A pesar de que el Gobierno de Cortizo, se comprometió con enfrentar a los grupos al margen de la Ley, desarmar a los organizados en Bandas criminales y Pandillas, sin embargo, la falta de un compromiso a profundidad con este propósito, y la baja moral de las fuerzas de seguridad, en algunos casos, hasta la colaboración de altos oficiales con estas organizaciones dedicadas al narcotráfico y sus negocios conexos, hechos que han sido dados a conocer a los medios públicos y el peligro que no se judicialice y castigue a los actores beneficiarios de toda la corruptela que ocurrió y ocurre, pueden lograr, como en efecto parece ser, el que transitemos el camino, que estamos a punto de recorrer, que es el de una frustración nacional que terminará por hundir las esperanzas de recuperar el horizonte de paz a través de la Justicia, porque nuestra justicia persigue y condena al que se roba una gallina, pero es parsimoniosa y extremadamente descuidada con los que roban al país y su futuro.
Todas las variables de la seguridad nacional, tensas y débiles a la vez, están sometidas a un gran desafío, que sólo la sabiduría de quienes administran, podrían encaminarla con la mayor responsabilidad, y guiarla a la recuperación de la confianza ciudadana, desde una práctica de mayor compromiso con nuestro interés nacional, porque nos jugamos la paz y la convivencia pacífica, sin la que no podemos existir como sociedad civilizada.
Que Dios nos ayude a saber leer los tiempos de Gracia que vivimos, y actuemos con la mayor sensatez, antes que se cierre la puerta de la oportunidad histórica de la pacificación.
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