Por: Abdiel Rodríguez Reyes
Profesor de Filosofía en la Universidad de Panamá
Ya desde los griegos hay pistas en esa dirección. Una de sus acepciones del amor nos remite a la cohesión. Por ejemplo, en El Banquete, Platón plantea: “unidos [por amor] de este modo, aunque en corto número, podrían en cierta manera vencer al mundo entero”. Y, también parafraseándolo, el Amor inspira el mayor valor. Es decir, tanto como divinidad en la tradición griega o sentimiento, el amor es un elemento de cohesión fundamental para acometer los cambios necesarios para hacer de esta sociedad algo mejor.
Más recientemente se siguió pensando en el amor más allá de lo romántico, heteronormativo y patriarcal. Chela Sandoval nos habló de “amor revolucionario”. Lo cual es pensado como una hermenéutica para el cambio social, es un elemento cohesionador, “puede guiar y acceder a nuestras movidas políticas y teóricas […] maniobras revolucionarias”. Estas van en la dirección de “transformar las condiciones sociales presentes en mundos mejores” (véase Methodology of the oppressed).
Por su parte, la psicoanalista argentina Nora Merlín también brega en la dirección del amor político. Como elemento cohesionador es una propuesta distinta a la realidad imperante de “indiferencia generalizada y máximo individualismo” promovida por el neoliberalismo. En un reciente artículo (Al Estado, una demanda de amor en El Destape) señaló que, “El Estado y sus instituciones deben escuchar y hacerse cargo de las demandas sociales que piden pan, tierra, trabajo, paz y justicia, pero también es imprescindible que sepan que las demandas proferidas también son de amor”.
Para terminar, el punto es el siguiente: ante la hecatombe capitalista necesitamos un elemento cohesionador para la transformación social y, en ese sentido, el amor político y revolucionario está más allá de su habitual contenido romántico, heteronormativo y patriarcal, en tanto factor socialmente fundamental para la movilización. Se trata de ejercer el poder de forma distinta y una praxis para diseñar mundos mejores ante la perversidad del orden imperante.
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