Por: Eduardo A Reyes Vargas.
Mi edad eran 17 años. Cursaba el quinto año del Instituto Justo Arosemena.
No estaba permitido ninguna asociación de estudiantes salvo las Directivas de Sociedad de Graduando, Club de Ciencia , Filosofía y otros.
Residía yo en la Antigua Plaza de la Lotería en Avenida B, diagonal a la sede de la antigua Policía Secreta de Panamá,
Residía con mis padres y hermanas en una casa identificada como la 11-39. Hoy en restauración.
Desde el balcón de la misma apreciaba el disgusto de nuestra población santanera, chorrillera y de san Felipe que mantuvo combates callejeros con la Policía Nacional que evitaba el enfrentamiento de nuestro pueblo con los residentes y tropas de USA en la Antigua Zona del canal, lado Pacífico.
Como la historia ha recogido en forma amplia, los panameños rebasaron a las autoridades y hubo los enfrentamientos ya conocidos con nuestros recordados mártires como víctimas de esa desigual lucha.
Desde el balcón de mi casa mi ímpetu de joven me estimulaba a bajar para unirnos a las protestas. Mi padre, autoridad de casa, me lo impidió.
Aviones de guerra de USA volaban a baja altura para provocar el temor y el miedo a la población. Eso no fue impedimento para esa lucha.
Emisoras comprometidas con la patria nos mantenían al tanto de lo ocurrido y expresaban su indignación ante tal abuso de las autoridades de USA.
Pasada la violencia, se prepararon los funerales de nuestros mártires.
En compañía de los compañeros, Julio Román, Juan de Dios Navarro, Rolando Miró y mi persona acudimos con nuestros uniformes del IJA a los sepelios.
Juan de Dios reside en Santiago, Creo Rolando en Penonomé. Julio se hizo sacerdote y lo último que supe era que estaba en Guatemala.
Hacíamos coros de las arengas anti- USA.
Una familia pobre de Panamá la Vieja, al vernos agotados por la caminata, nos ofrecieron agua y un almuerzo.
Fue su acto de solidaridad con lo ocurrido.
Pero lo que en la memoria aún persiste fue notar que un miembro de la familia de Panamá La Vieja, le solicitó a su madre, su comida.
Un gesto facial de su madre basto para entender que la comida de esa familia pobre, nos las habían dado a nosotros.
Nos percatamos de ello y con vergüenza le dimos nuestro agradecimiento, sobre todo a la señora madre.
Realmente ninguno de los cuatro tenía para al menos devolver algo de dinero por ese favor.
Siempre nuestro agradecimiento y bendiciones a esa familia, cuyo nombre por el pasar de los años olvidamos.
Pasado los años cada vez que atravieso la calle principal de Panamá La vieja, trato de reconocer, en un paisaje ya modificado, esa humilde casa.
Siempre ese pueblo pobre, solidario y patriótico.
Fuimos estudiantes comprometidos con un país humillado, producto de los valores del amor al terruño dictados en las clases de profesores de Educación Cívica de esa época, resaltando entre ellos el profesor Luis Muñoz.
Aparte de los compañeros mencionados existían otros con iguales valores que han persistido en nosotros, a lo largo de nuestra vida.
La patria y nuestra educación deben recordar siempre a todos los panameños que se han inmolado por nuestra soberanía y destacar que si hay nacionales con amor a su patria.
Todo ello ante los esfuerzos de algunos gobiernos de olvidar eso hechos heroicos.
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