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Canal de Panamá: la decepción de un modelo de enriquecimiento perverso.

Por: Enrique Avilés.

Para muchos ha resultado perplejo ver que las redes sociales estallaron en post y comentarios de panameños que sostenían qué el canal fuese entregado a los Estados Unidos, todo esto a raíz de las infundadas y descabelladas declaraciones del electo  presidente Trump, que argumentaba que por  lo alto de las tarifas cobradas podía exigir que Panamá lo regresará a manos estadounidenses.

Los comentarios entreguistas de una minoría, que dudo esté cercana de representar las aspiraciones de fortalecimiento del estado y consolidación la nación, si bien tienen su emerger coyuntural en el descontento de una nueva generación que ve como la corrupción les roba los sueños, no es menos cierto que se acompaña de una suprema ignorancia del modelo que genera el descontento y que yendo mucho más allá de la corrupción es criminal en su operatividad desde hace ya más de dos décadas. El canal genera  ingresos al erario por 2,500 millones anuales, lo que entra, sin ningún tipo de reparo, a una caja común, disponiendo su gasto de manera indiscriminada para todo tipo de rubros operativos, lo que incluye el pago de deuda externa. En otras palabras, esos dineros no tienen como norte un uso exclusivo para desarrollo social, por más que nos quieran ahora vender la idea, con esos dineros pasa igual que con lo recibido por la mina, cuyo destino se fue gastos de  operatividad gubernamental, clientelismo y la paleta de corrupción imperante. Esta es la pus que sale del grano y genera el descontento en los comentarios entreguista respecto al canal, pero no es la raíz del mismo. Y la pregunta de quienes hicieron los comentarios para poder clarear sus malestar es:  por qué las entregas anuales del Canal  deben tener ese destino y no un final pro panameño beneficio, donde el desarrollo social sea reflejo de ese crecimiento económico? A quienes y por qué razón conviene esta situación?

Hace décadas, en nuestro caso con la vuelta a la democracia y la imposición del modelo neoliberal, como bien lo menciona el premio Nobel  2013 Robert Shiller, en su obra  Phishing for Phools, el empoderamiento del poder económico respecto a las orientaciones  políticas es un elemento que constituye una amenaza a la consolidación del Estado. En el caso panameño, una sola condición de este empoderamiento está causando mellas de manera escandalosa, a tal punto que estamos prácticamente en un espiral de crisis constante y de endeudamiento  por sobrevivencia. El nombre del daño es indiscutiblemente la impune evasión fiscal y tributaria, sostenida por los poderes dominantes y solapadas por toda suerte de partidocracia qué en su deferencia de servicios a estos poderes recibe la capacidad de ejercer impunemente la corrupción como dadiva de pago. Como bien dice el Papa Francisco  “pagar los impuestos es un deber ciudadano… los que no pagan impuestos no solo cometen un delito, sino un crimen; si faltan camas y aparatos de respiración es culpa suya”.

Si bien a nivel global este acto, criminal a todas luces, amenaza con deteriorar el rango de acción de los Estados para poder dar soluciones racionales a los problemas que afectan a las mayorías, en el caso de Panamá es en extremo escandalosa. Basta solo ver la decenio qué va de 2009 a 2019, en donde según datos de la Dirección Nacional de ingresos reporta una evasión tributaria de 34 mil millones de dólares, lo que vendría a significar “en términos porcentuales en cada año en promedio esta evasión alcanzó el 6,4% del PIB ( lo entregado por el canal anualmente representa igualmente el 6.0 % del PIB) . La enorme magnitud de la evasión del impuesto sobre la renta acumulada en este período también se puede apreciar señalando que la misma equivale al 52,3% PIB corriente de 2019”. (Jovane, Juan. 2021) Lo inverosímil del crimen no extraña a nadie y para los medios tradicionales es prácticamente un tabú mencionar que tal práctica va en acelerado crecimiento cuando el pago del impuesto sobre la renta de las personas jurídicas supera, desde el 2020, el  87,4%, erosionando el poder de acción del estado y prácticamente arrinconándolo a debilitarse y empobrecerse, a deteriorar calidad de los servicios público, descargar su sostenibilidad de operaciones en préstamos  internacionales, mantener un sistema tributario reversivo qué depende del que menos gana pues es el que más paga, propiciar la justa desconfianza pública de la ciudadanía, mantener un déficit constante, y agravar la percepción de corrupción e inequidad social. Sin olvidar la exposición constante a estallidos sociales qué ponen en duda la gobernabilidad. Le pregunto ahora a los descontentos si realmente ven hacia adonde se van las ganancias del canal que el pueblo no las ve y a quiénes les conviene que así sea. Abrid los ojos que la pus en la superficie viene de raíces muy ocultas, profundas y perversas. Viva Panamá, soberana en la zona del Canal.

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