La riqueza es como el agua salada; cuanto más se bebe, más sed da.
Por: José Dídimo Escobar Samaniego
El General Omar Torrijos Herrera promocionó ampliamente el desarrollo de una clase media que tuvo en esa época, su mejor momento.
Durante el gobierno de Omar Torrijos entre 1970 y 1980, se desarrollaron políticas públicas que resultaron en el surgimiento de una amplia y poderosa clase media en Panamá. Esa política social y económica, estaba basada en lo que Torrijos consideraba como una vacuna contra la desigualdad que, en esos tiempos desangraba a Centro América y a varios países latinoamericanos en donde la clase media no existía y se desarrollaban escenarios de guerrillas para poder acceder al poder, toda vez que, un pequeño grupo poderoso económico era el que detentaba el poder.
En una Carta que Omar Torrijos dirigió al Senador Edward Kennedy, en mayo de 1970, Torrijos expresó: “El gobierno era un matrimonio entre fuerzas armadas, oligarquía y malos curas, y como los matrimonios eclesiásticos no admiten divorcio, aquella trilogía de antipatriotas parecía indisoluble. El oligarca explotaba los sentimientos de vanidad y lucro de ciertos militares, incluyéndolos en sus círculos sociales, e incluyéndolos también en las participaciones de sus empresas. El militar prestaba su fusil para silenciar al pueblo y no permitir que la clase gobernante fuera “irrespetada” por la chusma frenética, como llamaban al pueblo, y los malos apóstoles de la Iglesia bendecían este matrimonio, para sentarse a la mesa como invitados y poder disfrutar de los beneficios del poder”.
Torrijos formó un equipo de técnicos, profesionales y gente venida de los sectores populares y de clase media para lograr el perfeccionamiento del Estado Nacional, la soberanía y el control de nuestro Canal, sino además, generar todo un complejo cambio a efectos de lograr el desarrollo económico y social del país y la consiguiente inmunidad frente a la guerra fratricida que consumía en ese momento histórico a nuestros vecinos del continente.
Cuando en 1987, el Almirante John Marlan Poindexter, visita al General Manuel Antonio Noriega Moreno, en una reunión que se celebró en la casa del embajador Arthur Davis, en la Cresta, y le solicita (casi le ordena), que intervenga con las fuerzas de élite de la Fuerzas de Defensa de Panamá, como punta de lanza de una intervención armada para apuntalar una invasión norteamericana a tierras nicaragüenses, con el objeto de defenestrar al gobierno sandinista, objetivo que no habían logrado por medio de la organización y avituallamiento de los Contras, al recibir la negativa de Noriega, basada en tres puntos fundamentales; primero que las fuerzas de Defensa de Panamá eran eso, fuerzas de Defensa y no ofensivas, segundo que, Panamá debía respetar el Tratado de Neutralidad del Canal que nos obliga a no ser parte beligerante en ningún conflicto con otros países y menos con vecinos y tercero que Panamá en ese momento tenía fluidas relaciones diplomáticas, económicas y amistosas, como debe ser entre vecinos, en este caso, con Nicaragua. Esa negativa, hizo que Poindexter, que era en ese momento, el Secretario de Seguridad Nacional de Reagan y el tercer hombre más influyente en Washington, mascara su puro con rabia y amenazara a Noriega con la frase: “Aténgase a las consecuencias”.
Almirante John Poindexter, autor de toda la campaña que ejecutó Elliot Abrahams para destruir a Panamá y especialmente a los sectores medios, que desde entonces, no solo, no se han recuperado, sino que, les ha sobrevenido aún, mas desgracia.
Días más tarde, empezó a desarrollarse, durante casi tres años, hasta la Invasión del 20 de diciembre de 1989, una serie de acciones, dirigidas a satanizar a Noriega, a presentarlo como el narcotraficante más grande de la historia, y sacaron también un amplio y perverso repertorio de acciones dirigidas a destruir la economía panameña, a organizar a la oposición política y dentro de ello, la destrucción de la clase media que había logrado grandes avances en el país.
Para ser considerado como parte de la clase media, de acuerdo con el índice de Desarrollo Social que evalúa la CEPAL, se necesita tener ingresos suficientes para satisfacer necesidades de educación, salud, servicios sanitarios, drenaje, teléfono, seguridad social, electricidad, combustible, bienes durables básicos y no trabajar más de 48 horas a la semana. Es decir, vivir con cierta holgura y comodidad, sin el apremio y la angustia que es común a los sectores populares.
Desde 1990, con el plan de destruir al Estado y apropiarse de sus bienes por parte de sectores económicos poderosos que habían sido instalados en el poder por la Invasión, los carroñeros tanto del extranjero como locales, no se hicieron esperar, delante del cadáver del país, lo cual consumó un descomunal despojo de todos nuestros bienes y patrimonio nacional.
Con el enraizamiento de la descomposición moral y el advenimiento del cáncer de la corrupción, se abandonó, todo intento por mejorar los servicios públicos de educación, comprobado mecanismo para la superación de la pobreza y desigualdad que vivimos y después del festín de la corrupción, como para remachar el destino nos ha sobrevenido un gigantesco endeudamiento público, casi inmanejable, una crisis institucional al punto de un estado agonizante que, pudiera lograr la hazaña de exponer a dos panamás, uno que le sobran las riquezas mal habidas y el otro, el de una gran mayoría de compatriotas sufriendo toda clase de carencias mientras otros se indigestan con lo que nos pertenece a todos y la justicia mirando para otro lado.
No habiendo un colchón que pueda atenuar la confrontación social, en Panamá se espera muy pronto el choque entre la clase alta y la mayoría de pobres del país, tal como ocurrió en las sociedades vecinas.