Por: Oscar Lomba Álvarez
La resistencia a la creación de estas instituciones supranacionales proviene, en gran medida, de las élites políticas y económicas que se benefician del statu quo. Los Estados poderosos y las corporaciones transnacionales tienen poco interés en ceder soberanía o aceptar regulaciones que limiten su capacidad de acción. Sin embargo, la alternativa a esta resistencia es el colapso. Si no somos capaces de articular una respuesta global a los desafíos del siglo XXI, las crisis actuales se intensificarán, llevando a una espiral de conflictos, desigualdades y catástrofes ambientales de proporciones inimaginables.
La gobernanza global no es una utopía ni una aspiración idealista; es una necesidad práctica y urgente. Las instituciones supranacionales deben ser diseñadas de manera inclusiva, asegurando que todos los pueblos y naciones tengan voz en la toma de decisiones. Deben contar con mecanismos efectivos de rendición de cuentas, para evitar que se conviertan en instrumentos de poder para unas pocas élites. Y, sobre todo, deben basarse en principios de solidaridad, justicia y sostenibilidad, que son las únicas bases sobre las cuales puede construirse un futuro viable.
La humanidad enfrenta un momento decisivo. Las decisiones que tomemos hoy determinarán el curso de los próximos siglos. Tenemos los conocimientos, los recursos y las herramientas necesarias para abordar los desafíos globales, pero necesitamos voluntad política y una visión colectiva que trascienda los intereses nacionales y particulares. Como afirmó el jurista y filósofo Luigi Ferrajoli, “Solo una Constitución de la Tierra que introduzca un demanio planetario para la tutela de los bienes vitales de la naturaleza, prohíba todas las armas como bienes ilícitos, comenzando por las nucleares, e introduzca un fisco e instituciones idóneas globales de garantía en defensa de los derechos de libertad y en actuación de los derechos sociales puede realizar el universalismo de los derechos humanos. El proyecto de una Constitución de la Tierra no es una hipótesis utópica, sino la única respuesta racional y realista capaz de limitar los poderes salvajes de los estados y los mercados en beneficio de la habitabilidad del planeta y de la supervivencia de la humanidad.” La Tierra es nuestro hogar común, y protegerla es un deber moral y jurídico que compete a todas, todos y todes. La construcción de una gobernanza planetaria eficaz no es solo una posibilidad; es nuestra responsabilidad más urgente.
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