Por: Berna Calvit
Comunicadora Social
En mi niñez las fábulas fueron lecturas favoritas y parte de mi educación escolar; entre ellas las inolvidables de Esopo, La Fontaine, Samaniego e Iriarte autores de “La cigarra y la hormiga”, “Pedro y el lobo”, “La zorra y las uvas”, “La gallina de los huevos de oro”, “La liebre y la tortuga”, etc. En prosa o en verso los animales fabulados piensan, hablan y reflejan fortalezas y debilidades del humano (muchas veces inhumanos). En safari cibernético encontré Mouseland, fábula política cuyo autor es Clarence Gillis; fue utilizada con gran éxito por el destacado y respetado político canadiense Tommy Douglas en 1944. Con graciosos dibujos de ratones la fábula “Ratónlandia”, se desarrolla allí donde “nacían y morían de la misma manera que tú y yo lo hacemos”. Para gobernarlos, cada 4 años en elecciones los ratones, ¡qué paradoja!, elegían a enormes y gordos gatos negros que eran la única opción a pesar de que no ayudaban a los ratoncitos en nada. Más adelante, ilusionados, cambiaron el voto hacia gatos blancos que resultaron “peor el remedio que la enfermedad”; lo intentaron con gatos manchados que resultaron voraces y temibles (como los vira y cambia en los partidos políticos). O sea, que gato era gato y sus intereses no eran ofrecer mejor vida a los ratoncitos.
¡Y salió un audaz ratón a proponer un gobierno de ratones! Los gatos enseguida lo acusaron de comunista, vendepatria, traidor, etc. y lo encarcelaron; era necesario impedir la osadía de querer acabar con los gobiernos gatunos. Viendo que ahora es difícil encontrar comunistas (de los de verdad), a los ratoncitos que disienten con las acciones del gobierno se tacha de sediciosos, extremistas, enemigos, inexpertos, etc. y se les aplica la correspondiente campaña de desprestigio. En cuanto a nuestra variedad de gatos, ¡uf!, de todo tamaño y color. Por aquí rondan algunos, entre ellos uno grande, gordo y goloso que no pierde el olfato para ver dónde está el buen menú aunque se haya indigestado varias veces. También hay maquilladas y peliteñidas mininas; y variedad de felinos chocolates, blancos, rayados y negros que lanzan dulzones miaus “estoy luchando por ti” y aunque parecen inofensivos también tragan sin empacho.
Imagino como enormes gatos voraces a los que quieren estropear el paisaje marino frente a la Calzada de Amador; como hambrientos insaciables a una tanda de diputados que no sé cómo no terminan de saciarse con los abundantes menús que se sirven del presupuesto nacional. También vi como gatos golosos a los que querían “la custodia” del lago Bayano; solo de pensarlo… ¡la tumbadera de árboles negociada con gatos extranjeros y “por aquí no pasa si no paga vista a mi lago”! Y ni qué decir de esos felinos que más que gatos parecen tigres por los zarpazos que le dan a las megaobras que proveen megarebuscas. En serio lo digo, son tan voraces que no sería sorpresa enterarme de que quisieran darle una cara nueva a las ruinas de Panamá la Vieja, pintadita y hasta con escaleras eléctricas. Y ¡ojo! Que hasta nuestro Canal de Panamá sea tentación para repartirlo en pedacitos, esta orilla pa’mí, la de allá pa’ti. Cualquiera cosa vale para los insaciables felinos. Con largos “miau” conversan entre ellos, sí… gatos empresarios con gatos gubernamentales en grata armonía sin que importe si son blancos, negros y rayados. La causa común es el buen bocado.
Mientras tanto, en la ratonera como sucedía en Mouseland, los ratones ven alarmados cómo se agranda la puerta de entrada para más gatos cada vez más grandes. La fábula muestra que son tan astutos los gatos que a veces se disfrazan de ratones (pero comiendo como gatos, dice el autor de Mouseland). Los gatos criollos ofrecen trocitos de alguna golosina y del variado menú a cambio del voto, ponen a disposición de los ratoncitos bolsas de comida, becas, hojas de zinc, promesa de empleo, “cashback”, etc.). De vez en cuando surge un ratoncito joven y audaz que pone “patas arriba” a los mininos pero la historia, con excepciones, tiene como triste final que son los gatos los que entrelazan patas para seguir arañando y engordando. Así lo hacen corruptos gatos-políticos con gatos-empresarios de igual condición mientras se lamen los bigotes con las delicias de sus fechorías.
Para cerrar, que en nuestro Panamá, los personajes de Ratonlandia no calan del todo pues acá señalamos como ratas a los pillos (personajes esenciales en las caricaturas de Hilde). Pero para el propósito de mi artículo, así queda Ratónlandia: con ratitas ingenuas, ilusas, apolismadas por los gatos. Y comparando con nuestro pueblo, si somos mayoría, ¿Permitiremos que en el 2024 gatos golosos (hasta disfrazados de ratones) se aposenten en el Palacio de las Garzas?
Comunicadora social
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