Por Ramiro Guerra M.
Abogado y cientista político
Octubre de 2022.
Estamos viviendo una época que nos remonta a la política criolla de antes de 1968, los tiempos del reinado pleno de la oligarquía y sus pugnas y contradicciones que hicieron de la lucha por el poder un territorio de lodo y fango; muy bien pudiendo caracterizarse como una decadencia de lo ético y el bien obrar.
En ese escenario histórico, se contaba con la presencia de una pujante clase media y popular, que hacia la diferencia, teniendo como eje de su acción programática, la solución del conflicto nación – imperialismo y la democratización del país.
La época descrita fue la de la patria mediatizada por un poder económico y político, que hizo de la política su principal palanca de apropiación de dineros y recursos de la nación y del pueblo. La democracia expresión de lo absurdo, una caricatura y dominante clientelismo, y eso pasaba como democracia representativa liberal, evidentemente signada por el control corporativista y directo del estado.
Todo este mosaico de contradicciones, dado el golpe castrense y previa soluciones y definiciones internas, abrió curso a la aparición del sujeto que le daría otro rumbo de calidad, otro norte a la nación y a la dirección del estado. Trazándose como objetivo la liberación nacional, lo popular y un concepto de democracia de arriba hacia abajo y de estos hacia arriba. El progresismo militar en su esplendor. Su rostro en la persona del general Omar Torrijos Herrera.
Similitudes parecidas con los tiempos actuales, talvez pero, lo real y concreto, hoy estamos sumergidos en una grave degradación de lo ético en la política; una suerte en grado de negación del buen obrar y actuar, han dado curso a una forma de política pragmática , utilitarista, del cómo hacer dinero desde el control del estado.
Un pragmatismo cuyos interlocutores han hecho del cinismo su modo de hacer y actuar. Discursos lejos de contextos programáticos e ideológicos.
La dominación, como en los tiempos del reinado oligarca, ya no es tan directa y grosera. Los resortes del poder económico, actúan de forma más sofisticada; no necesitan estar de manera presencial; también aprendieron lo que para ello fue una experiencia amarga, perder el control del estado.
Ahora actúan más como titiriteros y saben cómo traspolar su hegemonía a toda la superestructura de la sociedad. Vamos a lo concreto, ahora, tanto como antes de 1968, el gran perdedor es el pueblo llano.
Como escribí, somos un país rico, pero contradictoriamente pobre. Rico, pero atrasado en ejes fundamentales del desarrollo como la educación, la salud y con instituciones que rayan en lo fallido; todo lo anterior en conceptos de democracia dineraria, clientelista, asistencialista, pero huérfana de reales espacios de participación y de decisión ciudadana y popular.
Escrito en palabras sencillas, todo lo anterior bajo la égida de un estado – administrador, de rúbrica burocrático, antidemocrático, cuya dirección, hegemonía y dominio, le viene desde afuera por los factores de poder hegemónico en la economía que, igual que antes, han sumergido al entramado institucional en un mar de ineficacia.
¿Cómo entender que tema central en la asamblea nacional, sea el aporte privado a candidatos? ¿Democracia prebendaria?
La realidad hoy es como la leyenda griega de la caja de Pandora, hace buen rato fue abierta y los demonios de la maldad, de lo inmoral, andan sueltos a la ancha y panza. Lo peligroso, sus protagonistas llegan al absurdo de creerse sus mentiras. La política elevada a una suerte de esquizofrenia y surrealismos propios de un escenario de tragedia.
Pero como siempre escribo, la esperanza y el optimismo son fuerzas que abren nuevos horizontes. La historia siempre encuentra salidas de escape a lo trágico y perverso.
El incidente de Popi Varela y el expresidente Martinelli, no lo veamos como algo aislado de la degradación en varios aspectos de la vida en la sociedad y en la cual estamos sumergidos.
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