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Detrás de una aparente desgracia, está oculta una gran bendición.|


Por: José Dídimo Escobar Samaniego

Esta pandemia nos sorprendió en medio de una grave crisis económica, social y moral producida por otro virus, igualmente contagioso, mortal y tal vez más peligroso, el de la corrupción, porque éste nos mata el alma misma.

Decía Bolívar, Simón el Libertador y alumno del también Simón Rodríguez que: “Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía.”

Esta verdad de a puño, proviene precisamente de la costumbre. Cuando el hombre ve algo que no cuadra y lo sigue viendo sin confrontarlo, se sigue acostumbrando a verlo como algo incómodo, inaceptable primeramente y después tolerable y finalmente llega a la conclusión de la convivencia con algo que lo perjudica.

Es muy peligroso que nos acostumbremos, los panameños, a ver como algo natural y hasta loable que, el 1% detente el dominio del 65% de la riqueza nacional y que casi millón y medio de nuestros compatriotas vivan en la pobreza.

Cuando fallan los principios que nos alertan de la incompatibilidad con conductas y hechos reprochables, allí se desarrolla el virus perverso de la tolerancia, cuando debe actuar la intransigencia. El vivir con decoro y decencia, no es simplemente una opción, es, ante todo; una decisión.

Cuando uno toma una decisión, debe asumir también las consecuencias de esa empresa.

Deseo recordar a ese gran Hindú Mahatma Gandhi cuando dijo: «Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena»Estamos llamados a asumir un rol distinto que la complacencia con lo malo, porque dicen también las Sagradas Escrituras que: “Ninguna comunión tienen la Luz con las tinieblas”.

En este caminar y rodar en la vida, debo seguir recordando el pensamiento de ese gran caraqueño que tanto bien hablo y profetizó sobre Panamá y dijo: «Dichosísimo aquel que corriendo por entre los escollos de la guerra, de la política y de las desgracias públicas, preserva su honor intacto.»

Desde hace doscientos años, nuestras huestes de la patria han sido llamadas al honor y al decoro. Que cuando somos funcionarios estamos revestidos de una gran obligación de servirle a la patria y a sus ciudadanos con entereza y decoro. Decía Bolívar que: «Los empleos públicos pertenecen al Estado; no son patrimonio de particulares. Ninguno que no tenga probidad, aptitudes y merecimientos es digno de ellos.»

No nos dejemos llevar por lo que está de moda, ni por aparentes y emparapetadas luces oscuras que; simulando por un momento, pretenden sustituir la verdadera luz y recordemos ese vivo y alto pensamiento de Simón que dice: «En el orden de las vicisitudes humanas no es siempre la mayoría de la masa física la que decide, sino que es la superioridad de la fuerza moral la que inclina hacia sí la balanza política.»

Que no nos acostumbremos los panameños, a la sinvergüencería, al latrocinio, a la injusticia, a lo indecoroso, indecente e indigno, aunque sean pocos lo que lo advierten.

Que no nos acostumbremos nunca; a ver como un hecho natural, que la mitad de nuestros compatriotas vivan en la pobreza, siendo este un país inmensamente rico, cuyos tesoros los acaparan sus malos hijos y extranjeros que los asaltan, guiados por la avaricia y se lo engullen para morir de congestión y también acaparando y comprando con dichos tesoros el poder político, mientras que muchos sucumben por la carestía y la miseria.

Estoy convencido que detrás de esta desgracia que atravesamos, en donde la procacidad ha crecido demencialmente, viene apareciendo desde lo oculto, la oportunidad para construir una sociedad de igualdad de oportunidades y donde, con la Gracia de nuestro Señor Jesucristo, podamos dignificar, más temprano que tarde, a todos los panameños.

¡Así de sencilla es la cosa!

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