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Discusiones estériles entre padres e hijos.|


Por: Geraldine Emiliani
Psicóloga Clínica y Psicoterapeuta Familiar

-En mi fiesta tiene que haber trago.
-¡Aquí no habrá trago!, exclamó el papá.
-Es que entonces nadie va a venir.
-¡Nadie vendrá entonces!, sentenció el padre.

 

La discusión terminó con palabras obscenas entre padre e hijo y amenazas de intimidación del hijo hacia sus padres y la tradicional desautorización entre ambos padres. “El clásico deseo consciente de herir a otra persona y someterla a tensión”.

Veamos esta escena entre madre e hija:

-No quiero, me duele el estómago, voy a vomitar.

-Lo siento, tendrás que comerte toda la comida, aunque vomites; ¡de allí no te levantas! Si logras comerte toda la comida, podrás salir un rato.

-Primero voy con mis amigos y a mi regreso me comeré la comida. “Típica escena basada en el chantaje y la desesperación”.

-¡Hasta cuando voy a escuchar las quejas de los profesores. Me avergüenzas. No te das cuenta que si sigues así vas a perder el año! grita Cecilia.

-No soy el único, además los profesores la tienen conmigo, mamá- reclama José, de 11 años.

Tal vez la mejor manera de perder el equilibrio como familia sea la actitud catastrofista de los padres. Desesperarse, censurar, prohibir, llegar al chantaje y a los gritos e insultos, no es lo correcto. Lo prudente es conversar, teniendo espacios de diálogo. Para ello, hemos elaborado algunas sugerencias:

 

  • Si los progenitores en vez de horrorizarse, escuchan y luego plantean un diálogo como el siguiente: Hijo, mi opinión al respecto es… Me parece que tú y tus amigos no deben libar licor, no hay suficiente control… “¿qué piensas tú sobre el particular?, ¿tú tomas alcohol?, ¿qué piensan tus amigos de esto?». Entonces los padres con tranquilidad dan su opinión al respecto, escuchan los planteamientos del muchacho y luego sugieren: «¿Te atreverías a decirle a tus amigos lo que les puede pasar si siguen tomando?».
  • Un adolescente cuya madre le ayuda en todo, siempre estará inseguro. En cambio si tiene desafíos y los supera, su seguridad se afianzará. A propósito, frustrarse también ayuda a crecer como ser humano.
  • Es prudente confiar en cada hijo y decírselo, para que ellos crean en sí mismos. Significa, no compararlos con otros ni etiquetarlos en aspectos donde se juega la autoestima.
  • Mantener expectativas altas en los hijos («yo espero esto de ti») y dar razones profundas. Por ejemplo, si un hijo no tiene interés en el estudio, un papá debe conversar con él y hacerle ver las consecuencias de lo que hace.
  • No invente un hijo imaginario. Los padres son buenos para juzgar a los amigos de los hijos y les cuesta ver cómo es el propio. Los papás, intentando que sus hijos sean seguros, exageran en sus apreciaciones. Los muchachos son realistas y no se les puede mentir porque la confrontación con la realidad causará dolor y una gran inseguridad. Los hijos resienten la insatisfacción de sus padres.
  • Paradójicamente les gusta y necesitan límites bien definidos, orden y horarios que se cumplan. Si la seguridad y el orden no la encuentran en su casa, el hijo la buscará en otra parte.

Por eso, aunque suene fastidioso, hay que valorar a los hijos en lo que son para darles seguridad. Eso se llama amar. Sólo así estarán capacitados para ser valientes y resistir con dignidad la presión del medio. Entenderá que por decir «no», no se quedará solo, sino que será respetado por su madurez en general y criterio formado. Y si su hijo necesita un empujón para hacerlo, usted tiene que dárselo.

 

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