Por: Ramiro Guerra M. Abogado y Cientista Político.
AÑO 1971.
Una noche, entrada la madrugada, tomé la decisión de salir de Puerto Armuelles, a probar suerte en la ciudad capital. Convencí a mi hermano Chemito ( Anselmo) que me acompañara en la aventura de hacer realidad nuestros sueños. Mami, mi abuela, cuando le dije de la decisión, no dijo nada; sus ojos los decían todo. Comencé a hacer maleta; en esa época tenía una en forma rectangular de cartón corrugado. No había mucho que empacar. Unas dos o tres piezas. Un libro que siempre lo tuve de cabecera, Corazón. El librito, pequeño , blanco, de la primera comunión y mi diploma de secundaria.
La partida fue triste; atrás dejaba todo un mundo de vivencias, amigos y amistades. Nadie supo de mi decisión y partida. Ni siquiera una noviecita. Me imagino que para ella el golpe fue muy duro.
Temprano en la mañana salíamos junto a mi hermano Anselmo. En el bus que nos traslada a David, mi mente y conciencia revoloteaba con el manantial de recuerdos. Me aferraba a mi pequeña maleta de cartón, como una única y fiel compañera. Poca cosa tal vez pero, para mí, un tesoro.
Después de un viaje canson, llegamos a Chorrera. En ese lugar vivían nuestros padres, quienes años atrás también decidieron salir de Manaca Civil, en busca de mejores días.
Pasado un tiempo, tal vez un año o más, Anselmo, mi maleta y yo, fuimos a dar a un cuarto de una casa condenada en la Avenida Ancón. Cuando salí de ese lugar, le encomendé mi maleta a mi hermano. Nunca volví a saber de ella. Un amigo de Anselmo, un día me llamó y me dijo, tengo tu maleta. Habían transcurrido unos 20 años.
Por razón que no recuerdo, no fue posible el encuentro. Hoy sigo pensando en mi maleta, la fiel compañera que me acompañó buen tramo de la aventura para realizar mis sueños.