Por: José Dídimo Escobar Samaniego
En el Título Séptimo del Código Electoral, que desarrolla el Artículo 136 constitucional, en su numeral 1 dice: “Se prohíbe: 1. El apoyo oficial, directo o indirecto, a candidatos a puestos de elección popular, aun cuando fueren velados los medios empleados a tal fin…”.
En estos días, hasta la tarde del pasado 24 de diciembre, se vio a diputados, alcaldes, representantes y otros funcionarios públicos, repartir jamones y otros elementos con el dinero del Estado para mantener a su clientela política.
El asunto es que, esos bienes que se otorgan, generan, como si fueran propios, una contraprestación en materia de fidelidad política y de compromiso con su conciencia de otorgar el voto a quien trae para esta época, esos “oportunos regalos”.
De las arcas del Estado salen las partidas que luego se utilizan en envilecer a la población, y llevada a un sitio en donde se acepta la desvergüenza como moneda de curso corriente y en donde los valores ancestrales pierden su reconocimiento. En tales circunstancias, es difícil echar marcha atrás, porque lo malo fue convertido en bueno, lo agrio fue puesto por dulce, y las tinieblas fueron adoptadas por luz.
Lo perverso de todo esto es que se ejecuta en un momento en que se junta el hambre con las ganas de comer. Es decir, es muy probable que este escrito despierte rechazo en algunos, porque aducen que quién puede oponerse a que alguien regale un jamón o pavo. El asunto es que, utilizando el marco de una loable costumbre cristiana de la cena de navidad o año nuevo, se hagan pasar como generosos reyes magos, cuando verdaderamente procuran con cálculo y alevosía y utilizando dineros del patrimonio público, comprar con frialdad la conciencia de los ciudadanos y convertirlos en borregos de panurgo, mientras que la candidez de nuestra gente, le agradeció a su verdugo por tenerlo en cuenta en su falaz y avieso propósito.
¡Así de sencilla es la cosa!
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