Por: José Dídimo Escobar Samaniego
La desigualdad, no es un fruto de la casualidad, ni surge a la vida asexualmente, sino que es el resultado de la permanencia de un profundo estado de injusticia que, perdura y que entra en una relación o maridaje con la procacidad o corrupción y, en esa relación escandalosa, surge la criatura, un esperpento, una suerte de monstruo inmoral, que siendo impresentable, carcome las conciencias sensibles que aún quedan y advierte de lo inviable de una sociedad que tolera que, una mísera minoría, acumule la gran mayoría de los bienes materiales existente y, una gran mayoría, no tenga el espacio de realizar sus anhelos mínimos de vivir con dignidad.
La ausencia de justicia, trae como consecuencia intrínseca, la violencia y el desasosiego. Estos dos estados, igualmente calamitosos, producen la explosión social que puede arrasar con todo lo establecido. Cuando en una sociedad, no se asegura la promoción natural de los que allí conviven y se esfuerzan, aportan con desprendimiento y por el contrario, quienes no son productivos, es decir, zánganos que se dedican a la especulación y a los negocios truculentos y oscuros en el marco de la corrupción, son los reconocidos y tenidos como virtuosos, esta confusión de valores termina por generar una absoluta entropía o desorden que, lleva intrínseco el germen de la autodestrucción, porque lo que no es justo, no permanece en el tiempo.
Si bien el COVID-19 ha descubierto, como lo dijo el presidente Cortizo, hace más de un año atrás, “Esta crisis ha sacado lo más noble y lo mejor de la mayoría de los panameños”, también es cierto que las más graves consecuencias de esta pandemia la están pagando los más humildes, quienes aportan el mayor sacrificio, deben enfrentar las graves carencias de las capacidades de la salud nacional y hasta la vida misma como ofrenda a un sistema injusto que pare desigualdad.
La ocasión es propicia para que todos, podamos darnos un nuevo pacto social en el marco de nuestro Bicentenario, aún no es tarde para empezar y asumamos la tarea impostergable e ineludible de poner fin a un sistema político económico que, reproduce como fruto, la impresentable desigualdad que afrenta a todos los panameños de bien.
Ese Acuerdo Nacional, solo será un instrumento legítimo para propiciar una salida honrosa para todos, si, en su composición contempla a todos los sectores sociales en igualdad de condiciones y asume como tarea esencial; una reforma profunda del Estado panameño, en la que se establezca un nuevo contrato social que, no genere injusticia y no fertilice ni reproduzca la desigualdad que hoy nos avergüenza.
¡Así de sencilla es la cosa!
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