Por: Silvio Guerra Morales.
Libros, tomos, han sido escrito sobre el Juicio de Jesucristo y las fuentes son tan ricas y abundantes que en este espacio solo podemos referirnos a la cuestiones más elementales. Para poner un ejemplo, el orden jurídico penal romano era muy rico en conceptos e instituciones, además de estar constantemente en evolución y desarrollo, pues los emperadores o césares tendían a modificarlo constantemente a través de los Edictos del Emperador.Analizar, desde la perspectiva jurídica y conforme a las normas jurídicas del momento, es decir, las que regían el orden jurídico romano y el orden jurídico de Israel o del pueblo hebreo, no es tarea que se pueda satisfacer en un artículo de periódico, inclusive, ni siquiera en un ensayo.
En lo que respecta al orden jurídico penal del pueblo hebreo, es menester precisar que las condenas de pena de muerte tenían la gran limitante de que no podrían ejecutarla, dado que a través de la Lex Iulia, aún las provincias (palabra que significa campo conquistado) subordinadas o sujetas al Imperio, dentro de las cuales se encontraban Galilea y Judea, toda sentencia que implica una pena de muerte tenía, por mandato legal romano, que ser autorizada su ejecución por el praefectus o pretor romano y que a la época en que Jesús es juzgado, ejercía tal cargo el militar LUCIO PONCIO PILATUS, esposo de CLAUDIA PROCULA, nieta del Emperador Augusto.
Es ésta, dicho sea de paso, quien le advierte a Pilatos que deje al Justo, que lo suelte, pues ha padecido mucho en sueños por causa de él” (Mateo 27:19). Claro mensaje, a través de sueños, puesto por Dios Padre en la mente de la esposa de Pilatos. Dicen los autores que se trataba de un sueño que vaticinaba la inocencia plena de Jesús “Un hombre justo” y, en consecuencia, impedía su condena a muerte. La misma naturaleza, al exhalar Jesús su último respiro, y diciendo Consumatum est (Consumado es), gimió con grandes truenos, relámpagos, se rasgó el velo del templo, signo de la Nueva Alianza, el Nuevo Pacto, entre Dios y los hombres. Todo a través de Jesucristo.
Jesús predicó, sin entrar en diatribas de si realmente fueron tres años o menos, públicamente, el mensaje redentor de Dios para la humanidad y de la Salvación a través de Él. Categóricamente dijo: “Nadie viene al Padre sino es por mi” y, públicamente, también expresó ser el Hijo del Dios viviente. Todas estas declaraciones y otras: el Verbo de Dios hecho carne; Yo soy el Pan de Vida, el agua viva que sacia la sed espiritual del ser humano (El que de mi bebiere y comiere nunca más tendrá hambre ni sed); el único que nos puede llevar a la salvación de la perdición eterna y al paraíso celestial; el único que puede perdonar pecados al hombre, liberar de la influencia de Satán y echar demonios fuera, resucitar al muerto (Caso paradigmático de Lázaro), echar a los mercaderes del Templo: “Pues la casa de mi padre casa de oración será llamada”; en las bodas de Canaán convertir el agua en vino de la mejor exquisitez; en fin, innumerables situaciones y actos, públicos todos ellos, hicieron que la más alta institución judía o hebrea, de juzgamientos, esto es el Gran Sanedrín empezara a temblar de pánico tan solo en considerar que ellos mismos eran desnudados, escribas y fariseos, en sus miserias y falsa reputación, manifiesta hipocresía de los hombres.
Por ello el Gran Sanedrín, integrado por 70 ancianos, ilustres y de enorme reputación, conocedores versados de la Ley de Moisés plasmada en los Cinco Libros del Pentateuco (Génesis, Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio), principal instrumento religioso y jurídicos que los regía, conjuntamente con las sentencias célebres dictadas por ellos mismos, las prácticas y los precedentes consuetudinarios inspirados también en la Ley Mosaica, desataron la gran persecución en contra de quien decía y sostenía ser el hijo de Dios, el Mesías prometido, el Salvador esperado. Los profetas mayores, en el Antiguo Testamento, ya lo había profetizado, sobre todo el Profeta Isaías (Isaías 53: 3-10): “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones; molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
Con falsos testigos, sin decir a Jesús cuál era el cargo, violando el principio de diurnidad (Todo juzgamiento tenía que hacerse en el día antes de ocultarse el sol y Jesús fue interrogado de noche, luego de su ilegal arresto, por Anás, suegro de José Caifás, quien no tenía ningún cargo en el Sanedrín. Se violó toda imparcialidad e independencia, amén de la usurpación del caro y de las funciones. Se trató, realmente, ante el Sanedrín, de un juicio totalmente ilegal. Anás estaba furioso contra Jesús, pues habiendo el Señor echado a los mercaderes del templo, éste y tantos otros, vio afectados sus ingresos y de los cuales había amasado grandes fortunas.
Violaron el principio de que todo testigo falso se hace acreedor de la misma pena que le habría de corresponder al acusado de haber sido encontrado culpable. Con los falsos testigos con que condenó el Sanedrín a Jesús nada pasó, prueba evidente de que eran urdidos y tramados por el propio Sanedrín y su Presidente José Caifás.
Del mismo modo, en lo que toca al juzgamiento ante el Sanedrín, se violó el principio de publicidad del juzgamiento, pues todo juicio tenía que hacerse en la plaza pública, transparente, a la luz del día. No tuvo quien lo defendiera, quien abogara por él. Pues las leyes del pueblo hebreo consagraban el derecho del acusado a ser representado, por sí mismo o por un judío designado por éste o que se ofreciera a defenderlo. No hubo cargo o delito concreto conforme al derecho criminal hebreo. Todo fue un plan de persecución urdida, macabro, en contra de Jesús.
Como no podían ejecutar la pena de muerte dictada en contra de Jesús, viene la segunda etapa del juicio: ser presentado Jesús ante el pretor Lucio Poncio Pilatus. Éste juega a la política, a sus propios intereses. Primero declina la competencia, pues alega que corresponde el conocer del juicio a Herodes Antipas, gobernador de Galilea, argumentando que siendo Jesús galileo de nacimiento, ello era de la competencia de su par en Galilea. Herodes Antipas se mofa y burla de Jesús, lo tiene por loco, se niega a juzgarlo. Lo devuelve vestido con túnicas blancas.
Ya ante Pilatos, éste se congracia con la muchedumbre clamorosa del constante grito y pedido de “Crucifícale”. Manda a azotar a Jesús. En realidad, Jesús fue flagelado. Se permitían máximo 40 azotes, por ley. Sin embargo, los análisis médicos forenses, de los expertos, en el sudario de Cristo, dan prueba de que fueron más de 200 azotes (Los azotes eran propinados con látigos de flagelación romana que terminaban en una bola con puntas de hierro que arrancaban la carne del cuerpo del flagelado) que le propinaron al Maestro. Científicamente, imposible que sobreviviera. Pero Jesús cargó la cruz y ya en un punto del camino, en el viacrucis, llaman a Simón de Cirene para que concluyera el proyecto.
Jesús fue crucificado por el delito de sedición. Conforme a la Ley Iulia de Imperii, delito inexistente en la acusación. Pero Caifás utilizó el argumento de que haciéndose llamar Rey de los Judíos, Cristo subvertía el orden del Imperio y desafiaba al César. Pilatos entiende la jugada política y entrega al Hijo de Dios, al Dios hecho hombre, y complace el pedido popular de que fuera entregado a la muerte por crucifixión en la cruz del calvario, en el monte Gólgota. Ley de Roma era poner el título por el que se condenaba a muerte: Por ello, autoría del propio Pilato, el acrónimo INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum-Jesús Nazareno Rey de los Judíos).
El Juicio de Jesús, ni antes ni después, podrá ser comparado ante ningún otro, en lo mínimo, con su muerte y crucifixión. Probó, con hechos y milagros, ser el Hijo de Dios. Probó, con hechos y actos concretos, ser el Salvador de la humanidad. La pantomima de justicia aplicada a Jesús recoge nuestra propia miseria, como humanos y como juzgadores. Nuestra justicia es vil, miserable e inmunda.
¿Tenía que darse todo como se dio?. Sí y no. Sí, rotundamente, porque era el Plan de Dios y Dios, omnisciente y omnipresente, sempiterno, tenía el plan para la salvación de la humanidad, de todo pecador: Jesús resucitado, vencedor de la muerte y de todo mal y enfermedad. No, porque el libre albedrío en todo hombre, así dado por Dios, nos facultad a decidir y dirigir nuestras pensamientos y actos. Miles de miles siguieron a Jesús. No se fueron tras Caifás ni tras Pilato. Hoy, millones y millones en todo el mundo somos seguidores de Jesús. Solo Jesús puede librarnos del mal y de la perdición eterna. Cristo, con su muerte y resurrección, dio inicio a una nueva gran era para la humanidad: El mundo de la redención cristiana. ¡Dios bendiga a la Patria!.
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