Por: Manuel Celestino González (QDEP)
El amigo Humberto H. Carrizo me ha prestado, a corto plazo, el libro del Dr. Ernesto Castillero Pimentel, titulado: PANAMA Y LOS ESTADOS UNIDOS. Y mi perenne inquietud de periodista reclama como un deber el comentario; comentario seguramente escuálido, pero desprovisto de afectos y de prevenciones. Mi crítica será crítica de pueblo, áspera y sencilla, sin anotaciones eruditas y sin eufemismos vacilantes.
Nuestra separación de Colombia
no puede ser condenada sin menos-
cabo de la dignidad nacional.
Nada tengo que objetarle a la prosa viril de este nuevo constructor de la Historia; palabra fluida de quien domina magistralmente la materia, con calor de juventud y atrevimiento de piqueta demoledora. Todas sus sentencias severas contra los fundadores de la república se apoyan en irrefutables documentos históricos.
Pero en el brillante discurrir de su relato hay algo que me causa un profundo desagrado: es a manera de un hálito de colombianismo trasnochado que deja entrever un íntimo deseo de regreso a los lares de Colombia. Y yo soy de los que niego el patriotismo de los próceres como niego también el afecto de Colombia hacia nosotros. Lo mal de la independencia fue el Tratado Hay-Bunau Varilla; pero las causas que la determinaron fueron justas y de un imperativo impostergable. Y para que no se crea que esta afirmación es antojadiza, voy a citar las palabras del escritor colombiano, Antonio Pérez Aguirre:
“Las fuerzas liberales comandadas por el general Herrera habían obtenido triunfos muy significativos sobre las tropas del gobierno y dominaban gran parte del Istmo, amenazando tomarse a Panamá. El vicepresidente Marroquín pidió al Departamento de Estado de los Estados Unidos el envío de tropas con el fin de que los revolucionarios liberales no se adueñaran de la capital del Departamento. El Presidente Theodore Roosevelt no se hizo de rogar e inmediatamente dispuso que sus marinos ocuparan las ciudades de Colón y Panamá. Con esta intervención militar de los Estados Unidos, solicitada por el gobierno de Bogotá, quedó sellada desde entonces la suerte del Istmo. La separación total y definitiva sería simple cuestión de tiempo.”
Nada le importó a Colombia con el decoro de la patria istmeña al solicitar para nosotros la primera intervención armada, como si se tratara de una expósita recogida en el arroyo, que podía ser entregada sin sonrojo en las manos abusivas de la marinería. Indudablemente el Dr. Castillero Pimentel ha dejado debilitar su patriotismo en las aulas universitarias de Colombia. Por eso, su enjuiciamiento de nuestra independencia está sumamente equivocado. Panamá nunca fue para la Madre Patria una hija cuyo honor formara parte integrante del honor integral de la nación, sino una hijastra mal querida, siempre en despojos de contribuciones.
Y son esas equivocadas apreciaciones del Dr. Castillero Pimentel las que han provocado el elogioso comentario que hace de su obra el fanático nacionalista colombiano, Nieto Caballero; elogios que, por cierto, no le favorecen en su condición de panameño y de los cuales tendrá que rendir cuenta ante el Tribunal Supremo de la Patria, porque no se explica que un panameño no esté orgulloso de la República. Con las siguientes palabras termina Nieto Caballero su cruel anotación de nuestra separación de Colombia.
“ Y que Panamá logre, para hacer más cordiales las relaciones con Colombia, que el 3 de Noviembre desaparezca de su calendario como fiesta patria y sea sustituido por el 28 de Noviembre, como el joven Castillero Pimentel lo pide, porque a los panameños los honra y porque significa el verdadero y fraternal abrazo con nosotros”.
No es correcto poner en manos de la juventud obras que debilitan el sentimiento patriótico en que se afirma la nacionalidad.
Manuel Celestino González
Por encima del pensar del ilustre panameño, este humilde periodista grita con su voz desesperada que no debemos NUNCA renegar de la República. Y renegar de la República es pedir que se borre del calendario como fiesta patria el día 3 de Noviembre. Condenemos al olvido, si así nos parece, a los fundadores de la República, pero florifiquemos el “3 de Noviembre”, para honor de la patria , para nuestro honor y para el honor de nuestros hijos. Nosotros podemos renegar de los “próceres”, meros accidentes en la vida nacional, pero no podemos renegar de nuestra independencia, de la República ni del 3 de Noviembre, porque son hechos consumados y permanentes que constituyen la circunstancia vital dentro de la cual hemos nacido y que estamos obligados a mejorar en un diario fortalecimiento de la soberanía.
Los hombres y los pueblos dignos nunca regresan, sino que avanzan hacia el porvenir, curando con vendajes de dolor las crueles heridas del camino. Los hijos pródigos no lograron jamás reconquistar la estimación del hogar que abandonaron. Y en la vida todo el que mira hacia atrás se convierte en estatua de sal, como la mujer de Lot, por haber dudado del determinismo histórico que impulsa y pauta la vida de los pueblos.
Santiago de Veraguas, Diciembre de 1952.
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