Por: Juan Jované
El tiempo de navidad siempre ha estado vinculado a la celebración de la vida. Entre el 17 y el 23 de diciembre los romanos celebraban las saturnales, el nacimiento del “Sol Invictus”. El mundo cristiano celebra el 25 de diciembre el nacimiento del Niño Dios en pobreza y rodeado de naturaleza.
Hoy la vida, incluyendo la humana, está en riesgo. A siete años de los Acuerdos de París y a treinta años de los Acuerdos de Rio, el incremento de la emisión de gases invernadero a la atmósfera sigue creciendo. De acuerdo al último “Global Energy Report”, publicado por Energy Alliance, dicha emisión alcanzó en el 2021 a 36.6 gigatoneladas, marcado un récord histórico.
En estas circunstancias el llamado presupuesto de carbón, es decir la suma total de emisión de dióxido de carbono que aún se puede emitir sin elevar la temperatura de la Tierra en 1.5 grados centígrados sobre la existente antes de la Revolución Industrial, está al borde de agotarse. Para el 2020 este ya se había reducido a 495 gigatoneladas. De continuar las tendencias actuales de emisión, el mismo quedaría agotado en solo una década. Entonces los procesos de realimentación llevarían a un creciente calentamiento de la Tierra y un ambiente climático particularmente hostil a la vida.
Es conocido que los planes de inversión para la producción de combustibles fósiles llevarían, de concretarse, a una violación del presupuesto de carbón. También es sabido que, aún cuando los países cumplan plenamente con sus compromisos relacionados con el Acuerdo de París, no sería posible lograr el objetivo de mantener por debajo de los 1.5 grados centígrados.
Aquí aparece una importante pregunta: ¿se puede superar el problema recurriendo exclusivamente a los cambios tecnológicos sin que cambien nada toda la actual lógica de funcionamiento de la sociedad? La respuesta es negativa.
Para comenzar, como bien lo ha argumentado John Bellamy Foster, las tecnologías guiadas a remover el bióxido de carbono de la atmósfera o a evitar su impacto sobre el clima, resultan estar poco desarrolladas, siendo económicamente poco factibles y son capaces de generar nuevos peligros ambientales.
Por otra parte, estaría la llamada idea del desacoplamiento, la que apunta hacia la posibilidad de separar la expansión económica del uso de combustibles que generan gases invernaderos, ya sea elevando la eficiencia en el uso de los combustibles fósiles y, sobre todo, por la transición hacia fuentes de energía limpia. Se trata de la propuesta de “Carbón Neto Cero con Crecimiento”.
Si bien es cierto que se ha alcanzado un desacoplamiento relativo (menos emisión por unidad de PIB), no se ha logrado a nivel global un desacoplamiento absoluto. Los diez y ocho países que han alcanzado esto último lo han logrado, en buena medida, trasladando al exterior la producción que genera elevados niveles de emisión de gases invernadero.
El problema no solo está en la velocidad a que se puedan introducir las tecnologías energéticas limpias, también está en que la etapa fácil de reducción de las emisiones, basadas en la introducción del gas natural, se está agotando. En una etapa superior habría que eliminar dicho gas que también, aunque en menor medida emite, bióxido de carbono. Las nuevas tecnologías limpias precisan de la extracción de materiales, energía y agua. Estas, entonces, son indispensable en una primera fase de la solución, pero un crecimiento sin límites de la economía llevaría a romper otras fronteras ambientales.
Una sociedad centrada en la expansión permanente de la producción y la acumulación de capital no es compatible con la vida. Es claro que el mejor regalo que nos podemos dar en Navidad es esforzarnos por construir una nueva civilización solidaria, equitativa y sostenible.
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