Juan Jované
El estilo de crecimiento de la economía panameña, desde que ésta se integró al mercado mundial, ha tomado una naturaleza transitista. La misma consiste en la concentración de las actividades dentro de la región de tránsito, las cuales se especializan en la generación de servicios vinculados con la circulación de mercancías y los flujos financieros.
No ha faltado quienes, desde una concepción neoliberal de la economía, argumentan que se trata de una forma de inserción internacional que favorece al medio ambiente. Esta posición se basa en la idea de que los servicios generan un menor impacto que la producción de mercancías. Se trata de la conocida hipótesis de que en la medida en que la economía global avanza hacia el sector terciario, se produce un efecto de desmaterialización de la producción. Este enfoque ha sido ampliamente criticado desde la Economía Política Ecológica por Paul Burkett y Por Joan Martínez Alier bajo la perspectiva de la Ecología Política.
Resulta, entonces, importante demostrar como la realidad panameña muestra que el estilo de crecimiento transitista dista notablemente de la idea de la desmaterialización. Esto es posible utilizando los datos publicados por la York University referentes a la biocapacidad y la huella ecológica de los diversos países.
De acuerdo a esta información la disponibilidad de hectáreas globales de biocapacidad panameña se redujo entre 1961 y el 2018 en 22.5%, mientras que la huella ecológica, es decir el uso que se le puede adjudicar al país, se incrementó durante este período en 383.3%. Esto significó que Panamá pasó de una posición superavitaria de 11,020,360 hectáreas globales en 1961, a una deficitaria de 1,709,3011 hectáreas globales en el 2018.
Es importante destacar que lo anterior no se debe exclusivamente a un incremento de la población, ya que durante el mismo período la población solo creció en 257.9%, por lo que la diferencia entre 383.3% y esta última cifra se debe a una intensificación en el uso por persona de naturaleza. De hecho, la huella ecológica por persona se elevó en 35.0% durante el período bajo análisis. Esto, junto a la reducción de la biocapacidad total, ha significado que Panamá que en el 1961 tenía un superávit per cápita de 9.4 hectáreas de biocapacidad global, en el 2018 mostró un déficit de 0.4 hectáreas de biocapacidad global
Un elemento clave para entender el error de la posición de quienes defienden el transitismo en nombre de la desmaterialización es entender de que forma se calcula la huella ecológica imputable a un país. Esta es igual a la generada internamente por su producción más la atribuible a sus importaciones, que en Panamá son básicamente mercancías, menos las exportaciones, que son principalmente servicios. En este sentido se debe señalar que por cada hectárea de biocapacidad global que generan nuestras exportaciones, importamos elementos que producen un impacto 1.57 veces mayor. Esto prácticamente destruye la tesis de la desmaterialización por el transitismo.
Un problema adicional, que guarda relación con el calentamiento global, está dado por el comportamiento que han mostrado en el período bajo análisis la biocapacidad proveniente de los bosques y la utilización de naturaleza representada por la emisión de carbono a partir de la producción. En el caso de la biocapacidad proveniente de los bosques, la misma se redujo entre 1961 y el 2018 en 38.8%, mientras que el uso por emisión de carbono se incrementó entre esos años en 86.6%. Esto significa menos capacidad de absorción de carbono, junto a un incremento significativo en la necesidad de realizar dicha absorción. Sin lugar a ninguna duda en la medida que avance la minería a cielo abierto este fenómeno se va a ver incrementado.
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