Por: Rafael Ruiloba
Cada persona tiene una forma particular de reírse, ya sea su risa alegre, cordial simpática, feliz, estrepitosa, desenfrenada, dulce, estridente; ya sea risa contagiosa o acogedora, o risa de cabra desquiciada o la risa de gallina sin patio, o la risa sin payaso. Todas son risas terapéuticas, que al fin y al cabo producen empatía; sin embargo, hay que diferenciarlas de las risas fingidas o forzadas de los políticos; de las risas falsarias de los mediocres, que se ríen de las desgracias de los demás. Esas risas de burla, injurian y defecan descalabros morales y tan solo sirven para degradarse o son indicios de la catadura moral del agresor. Descartes, dice que esas son risas mezcladas con odio. Son como la risa del Diablo después de haberse robado un alma; por el contrario, la risa verdadera es para divertirse, para encontrar la armonía entre la conciencia y la realidad, por eso, la risa es fuente de felicidad y conocimiento.
Si bien la risa no quita los escollos de la vida, ni evita tropiezos, reírse hace más agradable el viaje; descubre la gracia de la lentitud, revela la inocencia de los niños; expresa deleites del cuerpo y la mente; predispone al placer; por eso resuelve los problemas más rápido, inspira tolerancia y te hace capaz de purificar la mente de la intolerancia y el miedo, porque la risa, además de ser una fuente de salud para el cuerpo, lo es para la mente porque te predispone a la alegría, a la afabilidad y a la sociabilidad; la risa te otorga la virtud de la benevolencia como dice el Filósofo Emanuel Kant.
Por eso, la risa renueva los hábitos de la paciencia y demuele la severidad ridícula y la pedantería aparatosa; por eso es un alimento primordial de la conciencia. La risa no se agota, ni se mantiene en el límite de lo permitido; su única regla, es incluir toda situación humana en el círculo mágico de la felicidad.
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