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Era necesario libertar a la república de sus males de gestación para obtener la condición real de  Estado Soberano.

Por considerarlo digno de su lectura y estudio, por su prolija investigación, presentamos a su consideración:

Discurso conmemorativo del 3 de noviembre de 1903. Centro Regional Universitario de San Miguelito. Panamá, 3 de noviembre de 2022.

 

Por: Gilberto Marulanda

Historiador-docente de la Universidad de Panamá y Defensor de los derechos de los universitarios.

 

La conmemoración de los 119 años de república debe significar en la conciencia ciudadana un acto reflexivo, cargado de muchas alegrías, pero al mismo tiempo de muchas inquietudes. Es indudable que la separación de Colombia realizada por nuestros próceres la mañana del 3 de noviembre, obedecía a una confluencia de intereses, no solo panameños sino foráneos; sin embargo, en esa confluencia de intereses se debe tener presente que la iniciativa de separar a Panamá no nació en manos foráneas, pues la misma es el resultado inicial de una Junta Revolucionaria que exitosamente maniobró para lograr una secesión incruenta. Por ende, no se puede pretender demeritar el esfuerzo  de esos hombres que arriesgaron sus vidas y propiedades para elevar el Istmo al concierto de las naciones; sin embargo, pese a que siempre se debe procurar ver en ellos un ideal de  panameños abnegados, es preciso entender que el nacimiento de la república  implicó una enorme injerencia imperialista estadounidense, merced de su ambición de construir una vía acuática en el Istmo. Lo anterior, planteó un emerger de república que, más allá de lo apoteósico, da pie a un camino tortuoso a seguir, camino que se verá marcado por la búsqueda de la consolidación de ese ideal de Estado-Nación.

El 18 de noviembre de 1903, la nueva república se vió atada, a perpetuidad,  a una relación contractual que dejaba la misma en condición de protectorado. El tratado que ningún panameño firmó, pero que ningún panameño inmediatamente rechazó, dejaba caer sobre los elementos fundamentales de conformación del nuevo Estado, un peso de  negación que incluso ponía en riesgo futuro  a las venideras generaciones republicanas. El tratado Hay-Bunau Varilla, estableció que Estados Unidos garantizaba nuestra soberanía, se cedía parte del territorio nacional a los estadounidenses y, lo inadmisible, se les concede jurídicamente la capacidad de intervenir. Esto último, es una condición sui generis en el emerger de un Estado,  que pone en riesgo a su principal recurso y razón de ser. En otras palabras, arriesga la vida de sus ciudadanos dejándola a la voluntad, brutal e indiscriminada, del uso de la fuerza militar por parte de Estados Unidos. Los albores de república, con tal panorama muy particular, deja muy claro que en 1903 surgió un Estado, pero ese Estado no presentaba la fortaleza apropiada que debe presentar tal entidad en sus elementos de población, territorio, gobierno y soberanía.

Por otra parte, el interés istmeño, de arraigo colonial, que motivó en los conspiradores la secesión,  no logró concretarse en lo absoluto, perdiendo la república, desde su nacimiento, la posibilidad  de usufructuar su principal recurso geográfico. La necesidad de modernizar la ruta de tránsito, constante inquietud istmeña en la búsqueda de prosperidad durante todo el período de unión a Colombia, nuevamente terminará siendo llevada a cabo por intereses foráneos, aunque en esta ocasión, como ya lo he mencionado, con resultados nefastos. Ese interés istmeño de buscar la abundancia proponiendo un proyecto de desarrollo nacional transitista, que resulta muy excluyente en lo referente a sectores sociales y nada integral en lo referente al territorio, es el leit motiv de las elites urbanas durante todo el siglo XIX. No es extraño, que a inicios de nuestra unión a Colombia los istmeños estén solicitando se considere para el Istmo un proyecto de desarrollo comercial anseatico, acompañado de la petición de un ferrocarril, ente modernizador de la ruta para reemplazar a los antiguos caminos coloniales, ya para entonces obsoletos.

No es de extrañar los intentos de separación al ver que dicha aspiración no estaba siendo sopesada por Colombia, en tanto que el Istmo se mantenía sumido en una crisis económica post independentista casi insuperable.  Lo anterior, se expresa claramente en la separación más significativa de este período, que es sin dudas la realizada en 1840, por el General Tomás Herrera. Esta solo termina de abrazar el sueño libertario ante el ofrecimiento de Colombia de desarrollar un ferrocarril, promesa que por fortuna se pudo cumplir para mediados de siglo. Con la llegada del Ferrocarril el Istmo adquiere bonanza, pero no es capaz de entender en su mentalidad que el grueso de la bonanza la está aprovechando más los Estados Unidos en su proceso de expansión hacia el Oeste y la empresa estadounidense que opera el ferrocarril, cuyas utilidades son impresionantes durante todo el auge de la fiebre de oro de la California, que los mismos istmeños. En otras palabras, la explotación directa de nuestro recurso geográfico con la aplicación de la tecnología ferroviaria estaba en manos de foráneos y no de los istmeños, de más está decir que la coyuntura no representa un proyecto de desarrollo económico, estructurado  como tal. Lo mismo hubiese ocurrido de haber llevado a cabo los franceses la proeza de modernizar la ruta de tránsito, pues las generosas ganancias hubiesen terminado en manos de una compañía extranjera que usufructuaba nuestra posición geográfica, y a la que nada le hubiese importado impulsar un proyecto de desarrollo de Estado Nación panameña.

Esa aspiración istmeña, acompañada de la incapacidad de invertir en la proeza de construir un canal, nos lleva en 1903 a proclamar la separación de Colombia; en tanto que esa misma acción nos pone frente a intereses, ahora no de una compañía concesionaria como lo fueron el ferrocarril y la Compañía francesa del Canal, sino de un voraz e implacable Estado imperialista como lo era los Estados Unidos para inicios del siglo XX, cuyo fin era consolidar su hegemonía política y militar en el continente, controlando su ruta transístmica de preferencia que era Panamá.  En este sentido hay que visualizar un emerger de república que pierde de inmediato su capacidad de lograr mayores ganancias del usufructo de su posición geográfica, entregando a manos estadounidenses su posibilidad de desarrollo nacional en base a su recurso y quedando en una posición de gestación de república cuestionable.

No cabe duda que el 3 de noviembre emergió ardidamente la República, hecho que todo panameño debe conmemorar, pero teniendo presente que la consolidación de esa república estaría destinada a casi un siglo de lucha, para poder enmendar las falencias en el nacimiento de la misma. De esta lucha es innegable que darían fé  una sucesión de generaciones de extracto popular y medios, en aras de una condición de república absolutamente libre y soberana, generaciones cuyo pensamiento y accionar, merced de los condicionantes gestores de la república, no podían mostrarse alejados de los derroteros de un nacionalismo antiimperialista y antioligarca.

Ese nacionalismo muestra su potencial a escasos dos décadas de vida republicana, a través de organizaciones estudiantiles y de Acción Comunal, esta última jugó un papel fundamental en dar el primer revés a los intereses imperiales estadounidenses que pretendían mediante el Tratado Alfaro-Kellog, apropiarse jurídicamente de las radiocomunicaciones y sumar incondicionalmente a las juventudes panameñas al los conflictos bélicos en que participe la nación norteña. Igualmente, para 1947, ese nacionalismo, liderado por los estudiantes panameños, logra encauzar el descontento popular contra la posibilidad de extender la presencia militar estadounidense en los sitios de defensa establecidos durante la Segunda Guerra Mundial. El rechazo por la Asamblea Nacional, en diciembre de 1947, del Acuerdo Filós-Hines, da fé que los panameños no estaban dispuestos a permitir que su ya mal condicionado estatus de república fuese rumbo al descalabro total, merced de las ambiciones e intereses estadounidenses.

Para la década del cincuenta del siglo XX, ese nacionalismo se revisita y reestructura dentro de un marco de postguerra que le facilita la emisión de reclamos de soberanía muy bien argumentados, reclamos que escapan a la visión revisionista del binomio imperio-oligarquía. Así, el proceso de descolonización mundial se constituye en el marco referencial de las exigencias de soberanía argumentadas por los estudiantes y el pueblo panameño en acciones tales como: operación soberanía y operación siembra de banderas, de 1958 y  1959. Antecedentes  estos ineludibles para comprender los hechos de un 9 de de enero de 1964, hechos en que hace eclosión al mundo entero que el emerger mediatizado de una república que desde sus albores permitió el establecimiento de una colonia estadounidense denominada Zona del Canal, en aras de un transitismo que se le escapaba de las manos y del cual veía sólo migajas, era ya insostenible y bárbaro ante la faz mundial.    

La necesidad de imponer nuevas relaciones contractuales, que den a Panamá una condición de república apropiada a la altura de las exigencias respecto a sus elementos de conformación ( población, territorio, gobierno y soberanía)  queda evidenciada con los heridos y muertos de la “infame  agresión” que sufrió el pueblo panameño, tal como la denunció nuestro entonces embajador ante la O.E.A.. Era insostenible mantener una condición de república en la que parte de nuestro territorio pertenecía a otro Estado, donde la existencia de un enclave colonial mancillaba nuestra soberanía, desde donde se ponía en peligro de muerte el principal recurso del estado que es la población panameña. Era necesario libertar a la república de sus males de gestación para obtener la condición real de  Estado Soberano.

Esa lucha por la recuperación real de una condición de Estado tomaría casi un siglo desde los hechos del 9 de enero de 1964, pasando sucesivamente por fases de negociación tortuosas y muchas veces improductivas al no entender que la eliminación de las causas de conflicto era la eliminación de nuestras contradicciones gestadas con el emerger de la República en 1903. Para 1977, gracias a una vision administrativa  nacionalista se logran la firma de los Tratados Torrijos-Carter, que en buena medida logra las aspiraciones de un Panamá integro en su soberania, al lograr la reversión de tierras y aguas, la abrogación del Tratado que ningunpanameño firmó y la transferencia del Canal de Panamá.  Hoy, por primera vez en nuestra historia,  la ruta está en nuestras manos y toca a los panameños luchar para preservar el ideal de república en lo venidero con una sociedad más equitativa,  más justa, realmente democrática representativa, sin corrupción ni clientelismo, una república  donde el motivo de desvelo sean las grandes mayorías.  No olvidemos nuestra lucha de un siglo y tengamos siempre presente que en 1903 surgió nuestra República, República que está en manos del pueblo, y en honor a su existencia, debió ser perfeccionada a costa de muchos sacrificios. Viva Panamá  

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