Ante la guerra en Ucrania y la matanza de palestinos en Gaza, varios responsables políticos han comparado el periodo actual con los años 1930 y han mencionado la posibilidad de una Guerra Mundial. ¿Son justificados esos temores o se trata sólo de una retórica tendiente a atemorizarnos?
En primer lugar, es importante ver las diferencias entre los conflictos de Europa oriental y el Medio Oriente. Sólo tienen dos puntos comunes:
No representan, en sí mismos, pérdidas o ganancias de envergadura mundial sino sólo derrotas de Occidente que, después de la derrota en Siria, evidenciarían el fin de la hegemonía occidental sobre el mundo
Son conflictos alimentados por una ideología fascista, que nutre a la vez la ideología de los nacionalistas integristas ucranianos inspirados en las ideas de Dimitro Dontsov [1] y la de los sionistas revisionistas israelíes seguidores de Zeev Jabotinsky [2]; dos grupos que son aliados desde 1917 pero que subsistieron en la clandestinidad y cuya existencia misma sigue siendo hoy desconocida para el gran público.
Existe, sin embargo, una diferencia notable entre estos dos grupos:
Ambos despliegan el mismo furor inhumano en el campo de batalla, pero los nacionalistas integristas ucranianos sacrifican a sus conciudadanos (en Ucrania prácticamente ya no quedan hombres válidos de menos de 30 años) mientras que los sionistas revisionistas israelíes sacrifican a personas que no pertenecen a su comunidad (los civiles árabes).
¿Hay peligro de que veamos generalizarse esas guerras?
Eso es lo que quieren los dos grupos mencionados.
Los nacionalistas integristas ucranianos arremeten constantemente contra Rusia, incluso en suelo ruso y en Sudán, mientras que los sionistas revisionistas israelíes bombardean no sólo la franja de Gaza sino también Líbano, Siria e Irán –más exactamente el territorio de Irán en Siria ya que la embajada de Irán bombardeada por Israel en Damasco es territorio iraní.
Pero nadie responde a esos ataques. En el primer caso, no han respondido Rusia, Egipto ni Emiratos Árabes Unidos, países presentes en Sudán. En el segundo caso, el Hezbollah libanés, el Ejército Árabe Sirio y los Guardianes de la Revolución iraníes han optado, hasta ahora, por no responder.
Todos, incluyendo a Rusia, han preferido evitar una réplica brutal del «Occidente colectivo», que llevaría a una Guerra Mundial. Prefieren asimilar los golpes y aceptar sus pérdidas en vidas.
Una eventual generalización de la guerra ya no sería simplemente de naturaleza convencional. Sería principalmente de carácter nuclear.
Las capacidades militares convencionales de cada una de las partes son conocidas, pero generalmente se desconocen sus capacidades nucleares. Se sabe, sobre todo, que Estados Unidos es el único país que utilizó armas nucleares estratégicas durante la Segunda Guerra Mundial y que Rusia dice poseer actualmente armas nucleares hipersónicas, con las que no pueden rivalizar las demás potencias. Pero los expertos occidentales ponen en duda la existencia misma de esos prodigiosos avances tecnológicos. ¿Cuál es entonces la estrategia de las potencias nucleares?
Además de los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU también poseen armas atómicas estratégicas la India, Pakistán, Corea del Norte e Israel. Menos Israel, todos esos países ven sus armas nucleares como medios de disuasión.
Los medios de prensa occidentales también presentan a Irán como un país dotado de armas nucleares, algo que Rusia y China desmienten oficialmente.
Durante la guerra en Yemen, Arabia Saudita compró a Israel bombas nucleares tácticas y las utilizó, pero no parece disponer de ese tipo de armas de forma permanente ni haber dominado su tecnología.
Sólo Rusia realiza regularmente ejercicios de guerra nuclear. Los más recientes tuvieron lugar en octubre pasado, partiendo de la premisa de que, ante un primer golpe nuclear contra su territorio, Rusia perdería en sólo horas un tercio de su población. Basada en ese planteamiento inicial, la simulación de conflicto nuclear realizada durante ese ejercicio concluyó con la victoria de Rusia.
En definitiva, ninguna de las potencias nucleares se plantea ser la primera en recurrir al arma nuclear porque todas saben que la respuesta sería dramáticamente devastadora.
Israel, por el contrario, parece haber adoptado la “doctrina Sansón” («¡Muera yo con los filisteos!», según la fórmula atribuida a Sansón en su último momento). Por consiguiente, Israel sería la única potencia nuclear que apuesta por el sacrificio final, por el «Crepúsculo de los Dioses», venerado por los nazis.
La doctrina nuclear militar de Israel ha sido objeto de estudio en dos libros que la abordan de manera crítica: The Samson Option: Israel’s Nuclear Arsenal and American Foreign Policy, de Seymour M. Hersh (Random House, 1991); e Israel and the Bomb, de Avner Cohen (Columbia University Press, 1998), publicados ambos en francés por Ediciones Demi-Lune) [3].
En la doctrina israelí, el arma nuclear no se ve como el clásico medio de disuasión sino como la garantía de que Israel no vacilará en suicidarse con tal que de matar con él a todos sus enemigos. Se trata del Complejo de Masada [4]. Esa manera de pensar corresponde a lo establecido en la “Directiva Hannibal”, según la cual las fuerzas armadas de Israel deben matar a sus propios soldados antes que permitir que el enemigo los haga prisioneros [5].
No está de más recordar que durante la “Guerra de los Seis Días”, en junio de 1967, el primer ministro israelí de la época, el ucraniano Levi Eshkol, ordenó preparar una de las dos bombas atómicas que Israel poseía entonces para hacerla estallar no lejos de una base militar egipcia en el monte Sinaí. Aquel plan no llegó a ejecutarse porque las tropas israelíes se impusieron rápidamente en el combate convencional. Pero si aquella bomba atómica israelí hubiese sido utilizada, los efectos ulteriores de las radiaciones habrían matado no sólo a egipcios sino también a israelíes [6].
Durante la “Guerra de Octubre” –conocida en Occidente como la “Guerra de Yom Kipur”–, en octubre de 1973, la jefa del gobierno de Israel, la ucraniana Golda Meir, y su ministro de Defensa, el israelí de origen ucraniano Moshé Dayan, se plantearon nuevamente utilizar 13 bombas atómicas [7].
En 1986, un técnico nuclear de la central de Dimona, el judío marroquí Mordechai Vanunu, reveló al mundo la existencia del programa nuclear militar secreto de Israel en las páginas del Sunday Times [8].
Mordechai Vanunu fue secuestrado por el Mosad en Roma, por orden del entonces primer ministro y “padre” de la bomba atómica israelí, el bielorruso Shimon Peres. En Israel, Vanunu fue objeto de un juicio a puertas cerradas y condenado a 18 años de cárcel, de los que pasó 11 años en aislamiento total. Más tarde fue condenado nuevamente a 6 meses de cárcel por haberse atrevido conceder una entrevista a Red Voltaire.
En 2009, el principal estratega israelí, Martín van Creveld, declaraba: «Tenemos varios cientos de ojivas atómicas y de cohetes y podemos golpear blancos en los cuatro puntos cardinales, incluso Roma. La mayoría de las capitales europeas están entre los posibles blancos de nuestra fuerza aérea (…) Todos los palestinos deben ser expulsados. Quienes luchan con ese objetivo están esperando “la persona correcta y el momento correcto”. Hace sólo 2 años, un 7 o un 8% de los israelíes opinaban que esa sería la mejor solución. Hace 2 meses ya eran un 33% y ahora, según su sondeo de Gallup, son un 44%.»
También parece razonable pensar que ninguna potencia nuclear, exceptuando a Israel, se atrevería cometer un acto que sería irreparable.
Precisamente eso fue confirmado el 5 de noviembre pasado por el ministro israelí de Patrimonio, Amichai Eliyahu –del partido Otzma Yehudit (Fuerza Judía)– a través de la radio israelí Kol Berama. Después de mencionar el posible uso del arma atómica contra la franja de Gaza, este ministro israelí insistió: «Es una solución… es una opción.». Seguidamente comparó a los habitantes de la franja de Gaza con «los nazis», asegurando que «no hay no combatientes en Gaza» y que la población de ese territorio palestino no merece ayuda humanitaria. «No hay gente no implicada en Gaza», afirmó.
Esas palabras suscitaron indignación en Occidente. Pero sólo Moscú expresó sorpresa ante la ausencia de reacción del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) [9].
Es muy probablemente esa la razón por la que Washington sigue enviando armas a Israel mientras que, por otro lado, le exige un alto al fuego inmediato en Gaza. En Washington estiman que si Estados Unidos cortara sus entregas de armamento a Israel, el régimen de Tel Aviv recurriría al arma nuclear contra todos los pueblos del Medio Oriente… incluyendo el pueblo israelí.
En Ucrania, los nacionalistas integristas habían previsto chantajear a Estados Unidos con el mismo argumento, la amenaza nuclear o, en su defecto, la amenaza de recurrir a las armas biológicas [10].
En 1994, Ucrania, que disponía de un amplio arsenal de armas nucleares soviéticas, firmó el Memorándum de Budapest. Estados Unidos, Reino Unido y Rusia le concedían en ese documentos garantías de integridad territorial a cambio de la entrega de todo aquel armamento nuclear a Rusia –sucesora de la URSS– y de que Kiev firmara el Tratado de No Proliferación del armamento nuclear (TNP).
Pero, después del derrocamiento del presidente ucraniano electo, Viktor Yanukovich, en 2014, los nacionalistas integristas se esforzaron en “renuclearizar” Ucrania, algo que consideraban indispensable para alcanzar el objetivo que ellos se planteaban: borrar Rusia de la faz de la Tierra.
El 19 de enero de 2022, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, anunció en la Conferencia de Seguridad de Múnich su intención de derogar el Memorándum de Budapest para dotarse de armas nucleares. Cinco días después de aquella declaración de Volodimir Zelenski, Rusia inició su operación militar especial contra Kiev, en aplicación de la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU.
Rusia se planteó como objetivo archiprioritario de su operación militar especial en Ucrania la captura de las reservas secretas –e ilegales– de uranio enriquecido que Kiev venía acumulando. En los primeros 8 días de combates, el ejército ruso ocupó la central nuclear de Zaporijia, la más grande de Europa.
Según el argentino Rafael Grossi, director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), quien 3 meses más tarde –el 25 de mayo– abordaba el tema en el Foro de Davos, Ucrania había acumulado en secreto 30 toneladas de plutonio y 40 toneladas de uranio en Zaporijia. Al precio del mercado internacional, eso representaba al menos 150 000 millones de dólares.
El presidente ruso, Vladimir Putin, declaraba entonces: «Lo único que le falta [a Ucrania] es un sistema de enriquecimiento de uranio. Pero eso es una cuestión técnica y para Ucrania no es un problema insoluble.»
En aquel momento, el ejército ruso ya había retirado de Zaporijia gran parte del material ilegalmente acumulado allí. Los combates en la región se prolongaron durante meses. De haber tenido en su poder aquel material, los nacionalistas integristas ucranianos habrían hecho lo mismo que los sionistas revisionistas israelíes están haciendo ahora: habrían exigido cada vez más armamento y, ante una negativa, habrían amenazado con recurrir al arma nuclear, o sea iniciar el Armagedón.
Volvamos a los campos de batalla de hoy. ¿Qué observamos en ellos? En Ucrania, las potencias occidentales ponen en manos de los nacionalistas integristas ucranianos un arsenal impresionante. Lo mismo hacen en Palestina, aunque en menor proporción, con los sionistas revisionistas israelíes. Pero no tienen ninguna esperanza razonable de hacer retroceder a los rusos, ni de exterminar totalmente a la población de Gaza. Sólo han logrado vaciar sus propios arsenales, sacrificar a prácticamente todos los ucranianos en edad de combatir y aislar diplomáticamente al Estado renegado que es Israel. El mismo Moshé Dayan decía que «Israel tiene que ser como un perro rabioso, demasiado peligroso para que nadie logre controlarlo.»
Tenemos que preguntarnos si esas consecuencias, aparentemente catastróficas, pueden ser más bien objetivos.
El mundo se vería entonces dividido en dos, como en tiempos de la guerra fría, pero Israel se habría convertido en un elemento tan impresentable que sus aliados occidentales ya no se atreverían a seguir frecuentándolo abiertamente.
En Occidente, los anglosajones seguirían siendo los amos, sobre todo porque serían los únicos que todavía dispondrían de armamento ya que sus aliados habrían enviado el suyo a Ucrania.
Mientras tanto Israel, tan aislado como a finales de los años 1970 y a principios de los años 1980 –cuando sólo era abiertamente reconocido por el régimen sudafricano del apartheid–, seguiría cumpliendo la misión que le fue confiada desde el primer momento: movilizar al servicio del Imperio la diáspora judía, temerosa de una nueva ola antisemita.
Esta sombría visión es lo único que salvaría a los anglosajones del desplome, permitiéndoles a la vez seguir teniendo vasallos, aunque ya no contarían con el mismo poderío que en los tiempos del «mundo globalizado». Por eso se encuentran ahora en una situación inextricable. Los nacionalistas integristas ucranianos y los sionistas revisionistas israelíes los chantajean, pero ellos siguen tratando de manipularlos para dividir el mundo en dos bandos y preservar algo de su antigua supremacía.