Por: Pedro Rivera
La primera vez que un individuo ejecuta un acto codificado socialmente como deshonesto, se siente mal. Al ejecutarlo por segunda vez inicia un proceso de adaptación y adopción psíquica a la deshonestidad.Los científicos lograron examinar como se estructura la «corruptividad» en la mente humana escaneando por vía de la resonancia magnética el área cerebral cercano a la amígdala, vinculado a la actividad instintiva-emocional.
La masificación de la deshonestidad, viralizado como se dice ahora, se codifica psicosocioculturalmente en una sociedad contextual y previamente condicionada. ¿Servirá esta información para algo?
A veces me resulta poco menos que tedioso y decepcionante ver como los cientistas sociales, analistas de coyuntura, comunicadores y opinantes comunes y corrientes culpamos de todos los males habidos y por haber a gobiernos y gobernantes de turno, incluyendo a los de turnos pasados sin detenernos a pensar por un instante que los gobiernos, gobernantes y gobernados no somos otra cosa que la creación de sistemas políticos biopsicosocioculturalmente estructurados.
Creo que es lógico señalar con el dedo e inculpar a los administradores del establishment de todo lo malo, lo feo y lo peor.
Hay que cocotearlos, darles hasta con el cubo, encarcelarlos y fusilarlos, dado el caso, pero, si en verdad deseamos mejorar el mundo en el que vivimos, el golpe debemos asestarlo en forma contundente al sistema, a la Rosemary que nos engendró.
Lo que pasa es que nadie le gusta matar a la madre del sistema que lo engendró.