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ESE GUSANITO LLAMADO LIBERTAD |

 Por: Pedro Luis Prados S.

La pintura más representativa de la lucha por la libertad en el mundo occidental es “La Libertad guiando al pueblo” de Henry Delacroix. No fue una obra inspirada en los acontecimientos parisinos de 1789, sino en los levantamientos de 1830 contra Carlos X que intentó restablecer el absolutismo en Francia aboliendo el Parlamento y asumiendo plenos poderes. La obra —cuya arquitectura piramidal poco usual para espacios abiertos, el reemplazo de la perspectiva por la iluminación de fondo, la composición en una V invertida que logra el equilibrio con la una distribución bilateral de los cuerpos y la presencia de una bella mujer que enarbola la bandera en el centro del cuadro como núcleo visual sumadas a  su riqueza cromática y  del detalle que desarrolló la pintura francesa en ese tránsito entre el neoclásico y el romanticismo, la convierten en una obra de excelencia.

Aunque “La Libertad guiando al pueblo” es un orgullo del Louvre y de los franceses, sus antecedentes mas inmediatos están en una obra menos conocida, pero de igual calidad, surgida del talento de Theodor Géricault en 1819 con motivo del naufragio de la fragata La Medusa. “El naufragio de La Medusa” que representa un grupo de náufragos a  la deriva en una balsa en medio del océano, con una difusa iluminación de fondo, el mástil tensado por cables atados a los extremos que establecen los ejes de la composición, el equilibrio logrado con cuerpos aparentemente desparramados sobre cubierta y la figura de un náufrago asido al eje central del mástil como punto de referencia visual y, detrás la luminosidad de un cielo que anuncia el fin de la tormenta, proporciona dramatismo y proyecta la imagen hacia el espectador.

La obra de Delacroix es un canto al ideal libertario que de forma autónoma, sin dirigencia alguna y solo motivado por la voluntad (encarnado por la mujer con un gorro frigio que enarbola la bandera) se lanza a la calle a lucha por sus principios y rechazar la tiranía. Es un brote espontáneo que emana del impulso anónimo de los ciudadanos sin grados de diferenciación, y esto es lo importante, se coligan en un solo esfuerzo por el mismo objetivo. El artista, cuidando de no dar protagonismo exagerado a ninguna clase social coloca por un lado al burgués que con fusil en mano defiende al emblema y, del otro lado, al joven proletario que con pistolas en ambas manos incita al combate.

Por su parte “El naufragio de la Medusa” es una alegoría al dolor y a la muerte —también una crítica en su momento a las autoridades de la marina francesa cuya incompetencia y negligencia provocó la muerte de 115 personas—, que se expresa en cuadros dantescos de cuerpos retorcidos y agónicos que apenas vislumbran rayos de esperanza en una la iluminación difusa del fondo. Ambas obras hablan de una misma realidad y de los mismos principios que apenas cuatro décadas atrás resonaban de boca en boca en las calles de París en donde los ciudadanos libres, con banderas tricolor en mano y las listas del Comité de Salud Pública en la otra, pedían las cabezas de los contrarrevolucionarios.

Sin querer establecer otros vínculos que no sean los de influencias y épocas y sin pretender hacer un examen de las obras —no se trata de un curso de teoría estética—, me gusta hacer esas comparaciones porque no solo me ayudan al ejercicio visual, sino porque permiten analogías con experiencias de la vida cotidiana con un poco de vuelo de la imaginación.  El drama de la lucha por la libertad y por la vida plasmadas en ambas obras nos refieren a la poca permanencia de esos discursos libertarios que impulsan los movimientos políticos frente a la realidad existencial del hombre abrumado por la contingencia y la necesidad. Si bien el pensamiento ilustrado constituyó un avance significativo sobre los criterios de la autoridad por derecho divino que el escolasticismo había impuesto por siglos, y a la revalorización del hombre como sujeto con plena autoconciencia de sí, enarboló principios que no podía, y no ha podido realizar, a pesar de todos los esfuerzos jurídicos, filosóficos y políticos realizados desde la Toma de la Bastilla.

Creador y consumidor de mitos el hombre está dispuesto a inventar, reformular y asimilar un cuerpo teórico de conocimiento que no se desprende de la reflexión, sino de la creencia. Esa necesidad lo lleva a interiorizar y defender los mitos religiosos, los mitos paracientíficos, mitos culturales y los mitos políticos. Sobre esa mitomanía construye andamiajes tambaleantes que le permiten sobrevivir en precarios segmentos de la realidad o en espacios artificialmente ordenados. En nombre del pensamiento Ilustrado y de las libertades y derechos proclamados en sus premisas, se logró la independencia de los pueblos americanos que canceló el vasallaje español, pero estableció una veintena de países bajo el vasallaje de caudillos latifundistas que de igual, y a veces de peor forma, impusieron otro régimen de vasallaje y de explotación que aún hoy en día tiene sus resabios.

Esa misma luminosidad del Pensamiento Ilustrado y de la Misión Civilizadora de las naciones europeas llevó a la colonización despiadada de los pueblos africanos y asiáticos, su exterminio masivo y sobreexplotación como Política de Estado sumiéndose en las condiciones de miseria, luchas tribales y abandono que sufren hoy en día, después del retiro de las empresas coloniales. A esas naciones sometidas y adoctrinadas se les enseñó las palabras mágicas: ¡Libertad, Igualdad y Fraternidad! para que las repitieran, pero luego se les puso una mordaza para que solo es escucharan las últimas sílabas: dad…dad…dad, que con el ritmo del tambor las convierten en melodías.

Se les dio la igualdad, el derecho al voto, la libertad de expresión y la libertad de culto, pero también se instituyó la discriminación que es la forma moderna de establecer las diferencias. Se les dijo que eran hermanos y por lo tanto unos debían estar siempre en defensa del otro, pero sutilmente se les marginó, se le enajenó de su individualidad y se le instituyó el hambre y la miseria como designio terrible de los dioses o una condición del destino. Y lo mas grandioso del discurso es aquella Libertad igual para todos los hombres y  mujeres, pero inmediatamente se restableció un rígido sistema de castas representada en clases sociales con las cuales algunos adquirían el derecho, mediante un sistema económico y un aparato jurídico apropiarse del trabajo del otro.

Replantearse el debate sobre la libertad no se logra haciendo discursos apologéticos sobre sus virtudes, es necesario enfrentar sus posibilidades y alcances en nuevas realidades en que las formas de sometimiento se hacen más sutiles y permiten extender la subordinación psicológica a las formas de vida, las relaciones sociales y a la producción económica. Es necesario deconstruir esos mitos heredados de la Ilustración para replantearse un concepto transparente de la libertad a partir de la capacidad del propio individuo de ejercer voluntariamente sus derechos y asumir sus responsabilidades frente a un aparato del Estado que ideológicamente responde, como lo hizo en la Francia posrevolucionaria, a una casta que detenta el poder político. La Democracia, cualquier sea el apellido que adquiera, la bandera que enarbole, los discursos que proclame y las vestimentas que luzca seguirá siendo un mito mientras el hombre no sea capaz de reconocerse a sí mismo como sujeto libre, capaz de ejercer sus derechos sin falsas mediaciones y asumir con absoluta responsabilidad el papel que tiene en el marco de sociedades igualmente libres.

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