Por: José Dídimo Escobar Samaniego
Recién en Panamá, el gobierno que se hará cargo a partir del 1 de julio próximo, ha designado a personas que, aunque pudieran tener títulos académicos e incluso con algún desempeño exitoso en el sector privado, no conocen, sin embargo, la realidad del manejo y operación en el sector público.
Ser servidor público, implica eso precisamente, estar al servicio de los ciudadanos y todas las personas que requieren de la función pública y cuya actuación no puede estar sujeta al capricho y antojo del funcionario sino, sujeto estrictamente a la Ley y al orden jurídico. Se trata de optimizar el bien común, no de asegurarle la mayor ganancia posible a una empresa a como dé lugar.
No obstante, tendrán los designados que actuar y fingir que ahora de repente les agrada atender a gente que no conocen, que le escucharán sus problemas, que por supuesto, no les ha interesado nunca, y que procurarán soluciones y para ello serán capaces de andar por zonas llenas de basura, con calles destrozadas o caminos maltrechos y es probable que de esta experiencia se aprenda mucho y lleguen a conocer la triste realidad en que viven muchos panameños, que no es la de ellos y a lo mejor algunos adquirirán conciencia del drama nacional y es probable que, a uno que otro lo afecte el síndrome de Estocolmo, es decir, se desarrolle un fuerte vínculo afectivo con los que sufren las vicisitudes de la desgracia de la pobreza, producida esencialmente por la gran corrupción que ha diezmado a la república en los últimos tiempos.
Tendrán que actuar, es decir, fingir, porque no les queda de otra. Y que conste que no se trata de una película romántica, en donde lo que no se finge es precisamente las escenas de besos, porque los actores han dicho que, aunque son profesionales, el contacto carnal es eso y deja marcas el intercambio de líquidos bucales. Pero es que esta película es la realidad, una realidad distinta y diferente a las francachelas palaciegas, una realidad como el servicio público de este momento histórico que, requiere tener un alma buena y un espíritu de servicio y de entrega en la que no cabe la actuación ni el fingimiento porque al final nadie pude dar lo que no tiene.
¡Así de sencilla es la cosa!
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