Haití es un país que fue el primero en declarar su independencia en este hemisferio nuestro, pero desde entonces, no lo han dejado ser un Estado Soberano. Lleva 2012 años intentando buscar un camino y aún luce los grilletes del sometimiento y la subordinación.
Ha sido condenado a ser entre todos, el más pobre, el más desigual. Todavía está fresca la noche larga de los Duvalier, que mandaban a desaparecer a quienes osaban cuestionar su salvajismo infernal a través de una dictadura que gozó del aplauso y la complacencia, igual que Trujillo en República Dominicana, de los que hoy se ruborizan por los frutos de lo que sembraron desde las metrópolis en Europa y en América.
Hasta hace poco, estaba o está entre nosotros, el General Cedras que, también derramó mucha sangre inocente y se apropió, como otros, de la riqueza de los pobres y aquí le dimos amparo y protección.
Doscientos años de sangre inocente que se derrama, y la democracia es allá una mentira inmensa, porque no puede existir ella, en medio de la injusticia o porque se hagan elecciones para escoger a quien administra como fiduciario, los bienes, que aún siendo producidos como propios, deben entregarlos a los países desarrollados que se dicen civilizados y democráticos, pero esconden su naturaleza perversa y rapiñosa, que terminó condenando a todo un pueblo a dejar de ser civilizados. De todo esto, algún día tendrán que rendir cuentas.
En Haití, hay demostración palpable del fracaso de los Organismos internacionales, como la ONU y la OEA y también es patético, el hecho de la falta de una auténtica solidaridad internacional de casi todos los países, con raras excepciones, porque nada o poco hay allí de bienes, excepto el valor intrínseco de nuestros congéneres y hermanos.
Oro a Dios, para que; a ese pueblo, le otorgue su favor y su Gracia, y puedan más ligero que tarde, encontrar el camino, las anchas alamedas por donde camine con dignidad, progreso e igualdad y al fin pueda encontrar la libertad perdida que, proclamaron antes que nadie, en nuestro continente, pero que, nunca pudieron disfrutar hasta hoy.
¡Así de sencilla es la cosa!
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