Por: José Dídimo Escobar Samaniego
La muerte de 40 personas en el accidente de tránsito en Gualaca hace dos días atrás, ha venido a retratar de cuerpo entero la grave crisis de valores que atraviesa nuestra sociedad.Para muchos, este hecho, nos los ha impactado en nada, a pesar de ser el accidente de tráfico más grave y significativo ocurrido en historia de la república de Panamá. Hace casi 50 años atrás, un bus de pasajeros de la Chorrera, con jóvenes estudiantes y otros pasajeros, se precipitó del puente de las Américas al vacío y murieron en el acto la mitad de los que ahora y toda la sociedad en aquel momento se compungió y se declaró varios días de duelo nacional, lo mismo pasó con el bus que se incendió frente al Templo de Hosanna hacen casi 20 años atrás, y también otro accidente contra un bus de Chepo cerca del río Pacora. En cada oportunidad, nuestra sociedad se conmocionó, pero ahora lo hemos visto como un hecho distante y que no nos toca.
El gobierno no se ha pronunciado, ni tampoco las fuerzas políticas, sociales del país y ni siquiera las iglesias. Esto habla del grado de insensibilidad al que hemos llegado, pues los que murieron y están graves en los hospitales, son hermanos nuestros, y deberíamos habernos puesto a pensar, qué tal si, hubiésemos sido nosotros, los que ocuparan el lugar en esa tragedia.
La mente de mucha de nuestra gente, está centrada en el despelote que inicia en el día de hoy y terminará la próxima semana, en donde el desenfreno ocupará el lugar principal y la gente se olvida muchas veces hasta de la más elemental dignidad humana, del decoro, la decencia y ven el accidente como un estorbo incómodo, para darle todo el espacio, como si el mundo se hubiera de acabar ya, a la lujuria y la degradación.
Los que estamos vivos no podemos hacer nada por los muertos, eso es una gran verdad bíblica, como los muertos tampoco pueden intervenir en el mundo material o natural nuestro, sin embargo, si podemos orar por los que sobreviven a esta tragedia y por nosotros mismos y ojalá algún día, el advenimiento de la justicia, pueda producir la paz y el sosiego que permita que, cada ser humano no tenga que salir de su entorno familiar a la incertidumbre para poder buscar un futuro mejor.
Que Dios, nuestro Señor Jesucristo, tenga misericordia de todos nosotros y nos quite el corazón de piedra que tenemos ahora y nos ponga un corazón nuevo, de carne, sensible y generoso, porque lo que seamos capaces de sembrar, eso mismo cosecharemos. Vistamos el atuendo de la solidaridad y compartamos el dolor ajeno, para que aquel día del crujir de dientes, no estemos solos.
¡Así de sencilla es la cosa!
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