En homenaje al patricio Justo Arosemena Quesada
Por José Dídimo Escobar Samaniego
José Encarnación Brandao, Guillermo Figueroa, Guillermo Lynch, Gabriel Neira, Buenaventura Correoso y Justo Arosemena, fueron la delegación de panameños que asistió a la Convención de Río Negro que discutió desde el 4 de febrero hasta el 8 de mayo de 1853, en donde presidida por nuestro gran compatriota, Justo Arosemena, se adopta la Constitución de Río Negro, que representó hace 169 años, un gran avance de descentralización y defensa de nuestro interés como nación.
La delegación panameña, hizo gala en esa convención, cuando pertenecíamos a la Gran Colombia, de abanderar nuestros ideales de patria y de responder al interés legítimo de los panameños.
Hoy en día, quienes nos representan desde la cancillería y aún desde otras esferas altas del poder público, hacen gala de genuflexión, entrega, servilismo y abandono proverbial de la dignidad nacional y es casi letra muerta el mandato constitucional que establece que “Las autoridades de la República están instituidas para proteger en su vida, honra y bienes a los nacionales donde quiera se encuentren y a los extranjeros que estén bajo su jurisdicción; asegurar la efectividad de los derechos y deberes individuales y sociales, y cumplir y hacer cumplir la Constitución y la Ley”.
En los gobiernos recientemente pasados, incluso, se desmanteló caprichosamente el estudio de las relaciones entre Panamá y Los Estados Unidos de Norteamérica, queriendo congraciarse con el norte, dejando de estudiar las principales relaciones históricas y en las que tenemos que defender con gallardía nuestro interés nacional, para no ser lo que somos en la actualidad; una afrenta a la dignidad nuestra y la permisividad del ejercicio jurisdiccional de otro Estado sobre el nuestro, ofendiendo con ello la memoria y dignidad de nuestros mártires y patriotas de siempre.
Es menester un cambio sustancial de nuestras instituciones para que respondan fidedignamente a nuestro interés nacional superior y dejemos el vergonzoso papel de servir a intereses extraños, tal como quedó establecido hace algunos años atrás, en una carta de un expresidente del país, cuando confesó que ejerciendo el cargo de; representante legal de todos los panameños, sirvió denodadamente a otros intereses, aun exponiéndonos en nuestra seguridad, a la vileza y la vergüenza, traicionando atrozmente el mandato que juró ante nuestra Constitución Política, de la que se burlan con pérfida saña y alevosía y sin que por ello, sean llamados a responder como corresponde.
Quienes debieran ser juzgados por semejante “hazaña”, debidamente confesada, no obstante, pretenden convertir la traición en virtud y dar cátedra en el país de cómo debemos conducirnos como Estado, en donde con tal de hacer algunas obras materiales, sin embargo, pueda instituirse el latrocinio, no como delito, sino como una suprema virtud.
La clase política de hoy, pringada hasta el tuétano en la corrupción, no puede, ni debe reivindicar nuestra trágica condición de indignidad, porque nadie puede dar lo que no tiene. Le toca al pueblo, a los patriotas, que son el remanente que guarda la vergüenza y sufre la afrenta, rescatar en la historia, nuestra dignidad abandonada cruelmente para procurarnos por nuestros propios medios, y con la ayuda de Dios, el restablecimiento de nuestra condición digna.
¡Por un país decente y una patria para todos!
¡Así de sencilla es la cosa!
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