Editorial
En la Biblia se habla en un versículo y dice: “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica”.
En la vida nos encontramos con hechos que no son delitos, ni conforman faltas administrativas, ni delitos electorales o confronte la Constitución o la Ley, pero no nos conviene, porque con el silencio o el no rechazo de conductas no morales aunque no sean delitos o faltas, estamos dando lugar a la no edificación y al incremento de la flexibilidad de principios y valores que terminan por vulnerar el edificio de los principios y valores que deben guiar a los hombres y mujeres de bien en una sociedad que aspira a mejorar su condición.
La decisión de poner un candidato a la presidencia a su propia esposa como su vicepresidente, así como candidatos a diputados que ponen a sus esposas o hermanos, no confrontan la ley formal, pero corrompen la arquitectura moral y ese acto deja de manifiesto una amplia desconfianza en quienes le rodean y dicen representar y apelan para que les otorguen el voto para mandar.
Nos hemos extraviado tanto de los principios morales y éticos que, hoy vemos como normal lo que nuestros padres en el pasado, no hubieran admitido como bueno de plano.
Hoy, en la sociedad decadente en que vivimos, a lo bueno llamamos malo y a lo malo tenemos por bueno, a lo agrio tenemos por dulce y a lo dulce por agrio, y a la luz tenemos por tinieblas y a las tinieblas por Luz. Vivimos un tiempo de profunda confusión, a tal grado que, quien no sea maleante y se comporte como tal y tenga un buen prontuario, no se considera apto para poder tenerlo en cuenta para que administre la raídas arcas y el poder público.
Por eso es que estamos a punto de ser vendidos y nuestros nietos condenados a ser esclavos, porque nos falta la entereza para no solamente actuar dentro del marco de la legalidad, sino además, dentro de la moralidad, del decoro, la dignidad y la decencia.
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