Por: José Dídimo Escobar Samaniego
Los que nacimos en el campo y nos tocó enfrentar la vida con muchas dificultades, debemos agradecer por ello a Dios, porque fuimos preparados para enfrentar las dificultades de la vida de un modo que, hasta nos encanta y disfrutamos cuando las dificultades nos exigen el mayor ingenio.
Aprendí mucho de mi padre, de mi madre, mis hermanos mayores y también de los amigos con que compartimos las diversas tareas.
Supe desde muy pequeño para qué sirven los árboles, si para madera, para sombra, para frutales, para adorno o para leña. No es lo mismo cocinar una comida con leña de guásimo que, con leña de nance. Si usted cosecha por ejemplo, una guanábana, sin que sea el momento oportuno, por más bella que se vea exteriormente, no se le madurará, como dice el libro de Eclesiastés, “todo tiene su tiempo”.
Aprendí allá que las plantas son inteligentes. Por ejemplo, hay una planta que se llama dormidera, es endémica en los potreros de Los Santos y Herrera. Es extremadamente sensible. A penas advierte peligro, automáticamente se cierra o retrae y adquiere la apariencia de que duerme. Así se mantiene hasta que, nadie la vuelva a tocar y se abre nuevamente.
Ahora que llevamos año y medio en pandemia y se ha terminado la cuarentena se ha ido suavizando, me gustaría que la gente tuviera la precaución que tiene la dormidera, de reaccionar oportunamente ante el más mínimo acto que pueda poner en peligro la salud y la integridad de las personas.
No puede ser que, una planta sepa reaccionar ante el peligro y existan una buena cantidad de despistados que se exponen insensatamente, porque el enemigo al que nos enfrentamos, no carga un documento en donde se presenta y explica quién es él y de qué es capaz.
¡Así de sencilla es la cosa!
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