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La Educación: El camino para garantizar La Libertad y resolver la desigualdad

La esperanza del país está en las aulas

 

Por: José Dídimo Escobar Samaniego

 

Conforme al principio Bíblico que reza: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” estamos convencidos que en una sociedad con amplios conocimientos es la única que puede garantizar el ejercicio de la libertad. La ignorancia, se sabe, es la madre de toda esclavitud.

Desde hace mucho tiempo en Panamá no tenemos un sistema educativo competitivo muy a pesar de una alta asignación presupuestaria. Los panameños requerimos de un sistema educativo que afinque y fortalezca valores y principios esenciales sin los cuales no podemos lograr el crecimiento económico material, pero revestido de ética y sentido de solidaridad entre nuestros compatriotas.

Necesitamos producir un panameño con un alto nivel de conocimientos técnicos científicos pero aparejado de valores y un alto sentido de solidaridad y dignidad humana que lo capaciten para enfrentar resuelta y victoriosamente a todo atisbo de corrupción, que se presenta aterciopelada y seductora en extremo.

Aún en medio de la corrupción que representa la mayor amenaza, precisamente, rescatando lo que probablemente ha sido su virtud, la de exponer todas nuestras debilidades y falencias como sociedad y como personas, y nos confirma con suprema fuerza que, requerimos de una revolución educativa, es decir un cambio muy profundo, no solo de formas, sino además de contenido en educación y para ello es necesario empezar con cambiar las infraestructuras para que sean propicias para el estudio y tales instalaciones se les debe dar el uso más eficaz y útil posible. Las aulas de clase deben dejar de ser más parecidas a una cárcel, y asemejarse a un lugar agradable, amigable, lleno de luz natural, de verdor, de un ambiente propicio para el proceso enseñanza-aprendizaje.  Esta semana que acaba de concluir, los estudiantes del Colegio José Antonio Remón Cantera salieron a la calle para llamar la atención porque su colegio se está cayendo a pedazos. Pero se sabe que existe un plan diabólico para cerrar las tres escuelas de Paitilla, El Richard, el Remón y la Profesional para convertirlas a espacios de desarrollo devienes raíces.

En lo concerniente a la supraestructura educativa, es decir, a los contenidos, los programas y planes, los mismos deben dar como resultado a un panameño íntegro, empoderar a la juventud para que acometa sus sueños y pueda realizarlos plenamente,  de modo que, pasadas la azarosas circunstancias actuales, donde todo lo hacemos no presencialmente, siendo una alternativa estrictamente circunstancial, pues nada sustituye el valor del aula y la convivencias necesarias e insustituibles de los actores del proceso del aprendizaje, y al cual debemos llegar lo más pronto posible, con la Gracia de Dios. Debemos reunir a lo mejor del pensamiento y las ciencias de la nación que produzcan en el término de la distancia un modelo educativo que nos ponga en condiciones de generar las raíces de la esperanza nacional de los panameños y generar en ese nuevo Plan Educativo, la resolución de la majestuosa y grosera desigualdad que ostentamos hoy día y que ofende, en lo sumo, nuestra dignidad como pueblo.

Debemos privilegiar la producción de libros nacionales y rescatar y modernizar las bibliotecas, que hoy son guaridas de murciélagos y alimañas. Debemos, además, generar un programa nacional de asistencia educativa a todos aquellos que se quedaron relegados en el camino del proceso enseñanza aprendizaje, porque el Estado no cumplió con su deber constitucional.

Desde hace mucho tiempo en Panamá, en la Educación, lo constante es la inconstancia, la incoherencia, el remiendo, los parches y la inestabilidad. Andamos como arriera sin pestaña. Aún en el Ministerio de Educación, en las últimas décadas, ha sido común toda clase de corrupción, manejos chimbos y cambios de ministros con frecuencia.

Son muchos los chanchullos y casos en que empresas constructoras de escuelas cobraron los montos sin terminar o hacer las obras. Allí está la escuela de Soná, Miguel Alba, que la derribaron hace 11 años atrás y hoy continúa sin poner una sola piedra. Las construcciones de escuelas en la Comarca Ngäbe, son un verdadero escándalo, salen costando el precio de cinco escuelas.

Continúa la improvisación, las escuelas ranchos, los maestros y profesores cobrando muchos meses después de haber sido contratados, también la corrupción rampante y pareciera que la ineptitud ha hecho gala de un modo tan perverso en la educación pública, mientras que en la educación privada, tanto escuelas, colegios como universidades han aumentado considerablemente sus matrículas, y han aumentado los costos de este floreciente negocio y los jóvenes reciben una mejor instrucción, elemento que termina por configurar una amplia división en nuestra sociedad, en forma casi deliberada y cruel, se liquidan los más elementales principios de igualdad, justicia y equidad, para los cientos de miles de jóvenes panameños que asisten a la escuela pública, manejada en forma absolutamente irresponsable, porque este asunto, como muchos otros, no se trata de intenciones, sino de resultados concretos.

La clase política tradicional y sus partidos políticos, son los principales responsables que el carro de la historia se haya detenido, e incluso retrocedido de una manera despiadada. Hace poco, un destacado representante de la empresa privada cuestionaba la inversión en la educación pública, denotando una falta de solidaridad y auténtico divorcio con el derecho del pueblo a una educación de calidad.

Después de la familia, el desafío por rescatar la educación nacional, se convierte en el segundo reto más importante que debemos encarar los panameños, como tarea estratégica, en los próximos años, teniendo en cuenta que no podemos seguir por el camino del homicidio de nuestras esperanzas y que nuestra juventud muera aletargada y presa en el laberinto de no poder encontrar una salida honrosa en donde pueda empujar el carro de su propia realización plena, desarrollo y, el ejercicio del derecho a construir, con la ayuda de Dios, su propio y portentoso destino.

¡Así de sencilla es la cosa!

 

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