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La imagen y lo imaginario

Por: Pedro Luis Prados S.

En teoría del arte hay una clara distinción entre lo que corresponde a la imagen como representación gráfica o simbólica de la realidad y lo imaginario como invocación sublimada de un hecho o construcción fantasiosa del pensamiento. En uno y otro caso son formas de elaboración del pensamiento, pero que no mantienen una correspondencia necesaria entre sí. De manera que es posible que lo imaginario condicione o prefigure la imagen en la obra de arte, sea esta plástica, literaria o musical, pero no necesariamente un cambio en la imagen va a ejercer modificaciones en el mundo de lo imaginario. Lo imaginario colectivo, señalaba Jung, es una pulsión inconsciente acumulada históricamente ampliamente compartida que forma parte de la identidad psicológica del conglomerado social, y sobre ella se responde como unidad grupal.

Me parece ridículo, sumada a otras ridiculeces, que la Asamblea Nacional de Diputados pretenda limpiar su imagen con una campaña que le costará a los ciudadanos 300 mil balboas, sustraídos de los préstamos que los contribuyentes tendremos que pagar y nuestros descendientes también. Cualquier cambio en la imagen simbólica de sus miembros ya no se puede, cosificados en el plano de lo imaginario colectivo con una inalterable representación gráfica, así como La Cruz es la imagen simbólica del Cristianismo, La Paloma es el símbolo de La Paz, lamentablemente el resentimiento colectivo les endilgó La Rata como especie identitaria. Lo cual pone sobre el tapete la fijación de una imagen a la que recurre la creación artística para lograr su valoración en el tiempo.

El hecho es, Señores Diputados, que desde el día de su instalación no han hecho nada para construir una imagen edificante y enaltecedora de los valores patrios que le fueron encomendados. Sin reparo alguno, exceptuando a un número reducido que puedo contar con una mano, la curul fue la licencia para desafueros y pretensiones personales. La primera muestra de poca seriedad fue la carencia de criterios para perfeccionar un Proyecto Constitucional con la lucidez y juicio crítico que exigía la ciudadanía, sin que primaran sobre el acto intereses mezquinos. Sin pretender hacer un rosario de iniquidades es necesario mencionar las luchas de pirañas por las comisiones, las torceduras de brazos por los presupuestos, las planillas millonarias sin informes de transparencia, las exoneraciones injustificadas para la compra de bienes, el nepotismo desenfrenado y gastos personales recalados a otras instituciones y las querellas personales que han llegado a la acción física.

Se entiende que una institución necesita un tipo de promoción para dar a conocer al publico la calidad de sus servicios, la eficiencia de su gestión, los proyectos realizados y las propuestas a ejecutar, para eso son las oficinas de Relaciones Públicas y que están dotadas de personal calificado. Pero contratar una empresa para mejorar la imagen ante la opinión pública no es más que cosmetología, es un esfuerzo por recubrir con una pátina de cremas y colores las granulaciones de viejos vicios acumulados, que pasado un tiempo volverá a caerse para dejar al descubierto las purulencias. Como reza un viejo dicho popular, al cual solo habría que cambiar la especie: “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.

Es cosa sabida, y me eximo de hacer la cita, que las conciencias desdichadas se enredan en sus propias contradicciones, y éste es un caso representativo de esa situación. De lo contrario ¿por qué contratar una empresa para mejorar la imagen si no se tiene conciencia del deterioro de esa imagen ante los demás?, ¿por qué querer lavar ese sentimiento de culpa sin que en verdad haya culpa? Se trata de una petición de principios que no puede ser resuelta sin recalar en el absurdo. Como el payaso en la ópera de Leoncavallo, que ríe, aunque llora tras el maquillaje por el dolor de la infidelidad.

A menos que el contrato sea para ayudar a familiares o copartidarios no le veo sentido a ese esfuerzo por mejorar la imagen de los miembros de la Asamblea. Esa recuperación de la imagen no se logra con clips de televisión o páginas en los periódicos. Esa tarea gigantesca de recuperación se logra con trabajo disciplinado, lucidez en los planteamientos, transparencia en los actos y respeto a la ciudadanía. En dignificar el cargo con que los panameños los han honrado proponiendo leyes de beneficio social y participación ciudadana y no proyectos para favorecer grupos económicos. Que sus actos sean ejemplos para los jóvenes y no el hazmerreir caricaturesco de cada mañana. Tener en mente antes de iniciar cada sesión el pensamiento de Mateo Iturralde: “La patria es ara, no pedestal”.

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