Ricardo D. Herrera
Politólogo
Por medio de algoritmos y con una finalidad posiblemente mercantilista, los buscadores y las plataformas de redes sociales nos muestran en el flujo de noticias e interacciones, información personalizada que constantemente consumimos, creando un bucle o círculo que desecha otro tipo de información que según sus predicciones son disímiles a nuestras creencias u opiniones.En su libro de 2010 «The Filter Bubble» el activista Eli Pariser explica la forma en que la web está influenciando lo que leemos, por ende, lo que pensamos y cómo pensamos.
Debemos advertir el peligro de caer en la tentación de formar nuestro esquema ideológico de pensamiento político y social de acuerdo a los moldes impuestos desde lo digital. Estamos consumiendo lo mismo con diferentes envoltorios, reforzando permanentemente nuestros propi0s criterios sin tomar en cuenta otros puntos de vista.
Por otro lado, ha sido notorio que el debate se ha trasladado a las redes sociales, sin embargo, en los últimos años este debate se ha convertido en una guerra de memes. Un meme es esa imagen o video que se comparte por internet y que contiene un mensaje usualmente bromista y ocurrente, pero también generalmente exagerado y distorsionado de la realidad; inicialmente se utilizaba con fines caricaturescos sin embargo se han convertido en importantes herramientas de manipulación ideológica, como podemos indagar en el libro “Meme War” (La guerra de memes, Donovan, Dreyfuyss y Friedberg, 2020)
Como resultado de esta anomalía, se ha reforzado el peligro de que al incorporar al debate nacional conceptos como: desigualdad, justicia social o tributaria, desarrollo humano y social inclusivo, o derechos sociales, un sector de inmediato lo identifique con socialismo, y nunca hace falta un meme que sirva para fortalecer o fundamentar este tipo de posiciones erráticas.
Una sociedad que no analiza, ni reconoce ideas contrarias o complementarias a la suya, se aleja del ideal de la democracia que es el debate participativo e incluyente de ideas, me refiero al debate que evalúa las alternativas posibles para tomar la más conveniente, en palabras Jurgen Habermas una “democracia deliberativa”.
Las movilizaciones sociales han tenido varios efectos, posiblemente el más importante es que el tema de la desigualdad ha penetrado la agenda pública por primera vez desde 1989. Esto resulta paradójico si tomamos en cuenta que, según algunas mediciones, Panamá es el sexto país más desigual del mundo.
Algunos sectores al advertir que la desigualdad en Panamá se convirtió inesperadamente en un tema de debate nacional se han dedicado sistemáticamente a sembrar el miedo, en este caso al comunismo, con el fin de eludir el debate de ideas y mantener ciertos privilegios en detrimento de las aspiraciones de las grandes mayorías de panameños.
Es importante siempre reconocer dos cosas, por un lado, la riqueza del capital social humano que nos rodea y por el otro, el valor que existe en el ejercicio de búsqueda de las raíces causales de los problemas económicos estructurales, ya que son estos, los que a su vez se traducen en problemas políticos y sociales.
En el caso de Panamá el problema estructural de su desarrollo económico tienes raíces históricas ya que, desde su descubrimiento, la nación adoptó una forma de organización económica que ha sido denominada “modelo de desarrollo económico transitista.
Este modelo busca capitalizar la posición geográfica de tránsito del país abandonando el desarrollo del mercado interno y el sector primario de la economía (reducido aún más, producto de las exigencias de la globalización en la década del 90).
Este modelo imperante de desarrollo “desfavorable en lo social en términos de igualdad, ha provocado un crecimiento excluyente al impulsar políticas públicas con mayor cobertura y calidad en las áreas urbanas de la región interoceánica, generando desigualdades exacerbadas por territorio, etnia y género” (Castro, Guillermo 2022, CEPAL).
No es coincidencia ni casual que por primera vez el interior de la república ha tomado la batuta durante estas manifestaciones populares, y si algo podemos aprender sobre los recientes estallidos sociales en Chile, Perú, Nicaragua, Costa Rica o Ecuador, es que los temas deben ser ampliamente debatidos sin sesgos ideológicos ya que engavetarlos solo agrava la situación asegurando mayores estallidos sociales en el futuro que podrían poner en riesgo la paz social del país e incluso el crecimiento económico.
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