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La Unión Soviética, un Estado meritocrático.     

Por Christian Lamesa

Ya casi una década atrás, una empresa automotriz de origen norteamericano lanzaba un spot publicitario en el que hablaba de meritocracia (creo yo, sin entender demasiado bien lo que esto significa), y estaba dirigido a los consumidores de clase media de la Argentina, ya que es mayoritariamente a ese segmento social, al cual están dirigidos, en gran medida, los vehículos que produce esa empresa.

Esto no habría sido más que otra estrategia de marketing, apelando a anhelos aspiracionales para vender más que sus competidores, si no fuera por la polémica surgida, dada la indignada respuesta de amplios sectores y dirigentes de la progresía argentina, quienes alzaron su voz encolerizada denostando la idea de “meritocracia”, sin comprender bien (al igual que la automotriz norteamericana), de lo que estaban hablando.

Nada de esto es tan grave, sin embargo, el uso inadecuado del lenguaje siempre trae consecuencias negativas y cada tanto la polémica persiste resurge. Los unos argumentan para defender algo que desconocen, ya que en su mayoría nunca han logrado nada por mérito propio, sino más bien por privilegios heredados o por pertenencia de clase, y los otros, debido a la ignorancia acerca de lo que realmente es la meritocracia, la atacan al asociarla a cierto elitismo, no pudiendo ser esta idea algo más alejado de la realidad. Acerca de esto intentaré ahondar a lo largo de este artículo.

Los orígenes de la meritocracia se remontan a la antigua China, donde existía un sistema de exámenes imperiales, cuya finalidad era la selección de los mejores, los cuales servirían al emperador y al Estado, siendo esto definido por la capacidad y el mérito de los postulantes y no por su posición social. Esta tradición se basaba en los principios éticos instaurados por el pensador chino Confucio, nacido en el año 551 a.C.

El confusionismo como doctrina, determinaba cuales eran las máximas virtudes a las que debían aspirar las personas, siendo éstas, la tolerancia, la bondad, la benevolencia, el amor al prójimo, y el respeto a los mayores y a los antepasados. Estas virtudes también tenían que verse reflejadas en el Estado, el cual debía gobernar de acuerdo a estas normas éticas, y en consecuencia era necesario privilegiar la enseñanza y los ritos para la formación y selección del «hombre bueno» destinado a servir al Estado.

La implementación de este sistema ya se había generalizado en el Imperio Chino en el siglo XIV, como una manera de luchar contra la aristocracia.

Mucho más acá en el tiempo, sin duda la Unión Soviética ha sido el único Estado verdaderamente meritocrático que existió, permitiendo con esta política, la realización de hazañas que han quedado escritas en los anales de la historia y enumeraré algunos de los ejemplos más notables, pero antes describiré brevemente como fue que el sistema político del país favoreció la llegada de los mejores, a los lugares de mayor responsabilidad, basándose únicamente en el trabajo, la voluntad y el esfuerzo por el progreso del Estado y el bien común.

El sistema de los Soviets (consejos) en la URSS, estaba diseñado de forma tal, que la representación era real y surgía directamente de los trabajadores, campesinos y soldados, los cuales elegían a sus representantes directamente de entre ellos mismos, en cada fábrica, granja colectiva o cuartel, pudiendo revocar esa representación en cualquier momento, en caso de que aquel que fuera elegido por sus pares no cumpliese con el mandato delegado ante el Soviet de los Trabajadores. También estaban los Soviets de los pueblos y las ciudades, los cuales designaban a sus representantes a los Soviets Supremos que tenían cada una de las repúblicas que formaban la URSS. Por último estaba el máximo órgano que era el Soviet Supremo de la Unión Soviética formado por los delegados de las repúblicas que integraban el país.

Si bien siempre en la URSS se incentivó lo colectivo por sobre lo individual, también es cierto que el Estado alentaba y premiaba el esfuerzo por encima de lo que se esperaba habitualmente de un ciudadano soviético, y estas dos ideas no se contradicen en lo absoluto, ya que el logro extraordinario de uno, servía de inspiración y motivación para los demás, en aras de la grandeza del país y el bien común. Parte de esto eran las condecoraciones que se les otorgaban a trabajadores, científicos y otros ciudadanos que se distinguían por su labor, siendo la más alta de ellas, la de Héroe del Trabajo Socialista.

Todo esto, no era ni más ni menos que el Estado promoviendo las conductas que consideraba positivas para la sociedad, incentivando y premiando el esfuerzo y el mérito, al mismo tiempo que desalentaba las negativas, como la pereza por ejemplo, tal como lo podemos leer en el Artículo 12 de la Constitución soviética del año 1936, donde dice: “El trabajo es en la URSS una obligación y una causa de honor de cada ciudadano apto para el mismo, de acuerdo con el principio de «el que no trabaja, no come». En la URSS se cumple el principio del socialismo: «De cada uno, según su capacidad; a cada uno, según su trabajo».”

Para terminar, es importante ver como esta política se plasmaba en innumerables casos reales, hombres y mujeres que con su trabajo, voluntad y hazañas, llevadas a niveles extraordinarios, contribuyeron a la construcción del gran país que fue la Unión Soviética, y como ejemplo nombraré a algunos de los más famosos, cuyos orígenes humildes no fueron un escollo para llegar a los sitios más altos, sino que esto fue determinado tan solo por su talento, esfuerzo, mérito y determinación.

Quizás el más célebre de los que he seleccionado es Yuri Alekséyevich Gagarin, el cosmonauta soviético que pasó a la historia por ser el primer ser humano en volar al espacio exterior y además regresar sano y salvo a la Tierra. Los padres del futuro héroe trabajaban en una granja colectiva, Alekséi Ivánovich, su padre, era carpintero y su madre, Anna Timoféievna desempañaba su trabajo en la lechería de la granja. Yuri y su familia sufrieron los embates de la guerra y la ocupación nazi. En 1950, a los 16 años, trabajó como aprendiz en la industria metalúrgica al mismo tiempo que completaba sus estudios secundarios, graduándose con honores. En 1955 ingreso en la Escuela Superior de Pilotos de la Fuerza Aérea y así comenzó el camino que lo llevaría al espacio. Inicialmente preseleccionado junto a otros ciento cincuenta y cuatro pilotos, el número se redujo a veinte, los cuales debieron pasar por numerosas pruebas de resistencia física y psicológica. En la decisión final de la comisión a cargo del programa espacial, para que Yuri Gagarin fuera el piloto del Vostok 1, también tuvo importancia la opinión favorable de los compañeros de éste, debido a la actitud y al compromiso que había demostrado a lo largo de todo el periodo de entrenamiento y pruebas. Así fue como finalmente el 12 de abril de 1961, el cosmonauta soviético se convirtió en el primer hombre en ver a la Tierra desde el espacio exterior, fue galardonado como Héroe de la Unión Soviética por su hazaña y quedó hasta el día de hoy en el corazón de los pueblos que integraban la URSS.

Alekséi Grigórievich Stajánov era un humilde trabajador de la mina Tsentrálnaya-Írmina de la ciudad de Kádievka, en Donbáss, quien en el año 1935, logró extraer ciento dos toneladas de carbón durante su turno de trabajo de seis horas, siendo siete toneladas la cantidad habitual que un minero sacaba a lo largo de una jornada de trabajo. El 9 de septiembre del mismo año superaría su logro al extraer doscientas veintisiete toneladas en su turno laboral. Debido a su esfuerzo, Stakhánov sirvió de inspiración y ejemplo a todos los trabajadores. Entre 1936 y 1941, el minero soviético fue enviado a la Academia Industrial de Moscú; en 1941 fue designado director de la mina Nº31 de Karangadá, Kazajstán y de 1943 a 1957, formó parte del Ministerio de la Industria del Carbón y llegó a ser diputado del Soviet Supremo; también recibió las condecoraciones, “Orden de Lenin” en dos ocasiones, la “Orden de la Bandera Roja”, y en reconocimiento a su sacrificio personal dedicado al progreso de su país, fue galardonado en 1970 con el título de “Héroe del Trabajo Socialista”.

General Zhúkov

El mariscal Gueorgui Konstantínovich Zhúkov, fue ni más ni menos que el comandante soviético que guió al Ejército Rojo hasta Berlín, liberando a media Europa y aplastando al nazismo (y proféticamente dijo: “Liberamos a Europa del fascismo, pero nunca nos perdonarán por ello”). Fue quien venció a los japoneses en la Batalla de Jaljin Gol en 1939, cuando parecían invencibles. El mariscal Zhúkov dirigió la exitosa defensa de Moscú, participó del triunfo en Stalingrado contra los ejércitos fascistas, logró romper el bloqueo de Leningrado, coordinó la Batalla de Kursk y lideró la Operación Bagratión, que expulsó a los alemanes del territorio soviético. Habiendo nacido en 1896, en el seno de una familia de campesinos pobres, llego a ser uno de los mayores héroes de la historia soviética y rusa, recibiendo entre muchas otras condecoraciones, el galardón de Héroe de la Unión Soviética en cuatro oportunidades.

Mijaíl Timoféyevich Kaláshnikov posiblemente sea el más famoso de todos, debido al invento que también lleva su apellido, el célebre fusil de asalto AK 47. Kaláshnikov también provenía de una familia campesina extremadamente pobre, luchó en la guerra contra los invasores nazis y fue herido por una bomba mientras comandaba un tanque T-34 durante la Batalla de Bryansk. Durante su hospitalización decidió que diseñaría un arma que fuera confiable y que jamás fallase, con la cual sus camaradas pudieran defender a la patria y estar seguros. Como ingeniero autodidacta diseñó una de las mejores armas militares de la historia, la cual debió pasar por duras pruebas de funcionamiento, compitiendo con diseños de armeros soviéticos ya consagrados, por aquel entonces, logrando superar a todos y convirtiéndose, el AK 47, en el fusil oficial del Ejército Soviético. Mijaíl Kaláshnikov recibió a lo largo de su vida numerosos reconocimientos por su trabajo, como así también, entre otros, los títulos de Héroe del Trabajo Socialista y el de Héroe de la Federación Rusa.

El último al que quiero mencionar es un ciudadano ruso, pero que más de la mitad de su vida transcurrió en la URSS y a mí entender, él también es una muestra de la meritocracia de la época soviética, y me refiero a Vladímir Vladímirovich Putin. El actual presidente de la Federación Rusa es hijo de Vladímir Spiridónovich Putin, un capataz de fábrica, que antes fue oficial de la Marina Soviética, siendo condecorado por su participación en la defensa de Leningrado contra el ejército alemán, resultando gravemente herido, y de María Ivánovna Pútina, trabajadora de la misma fábrica que su marido. Vladímir Vladímirovich al terminar sus estudios secundarios, ingresó en la carrera de Derecho en la Universidad Estatal de Leningrado, de la cual se graduó como licenciado y debido a su desempeño como estudiante, fue reclutado para trabajar en el Comité para la Seguridad del Estado (KGB). En 1991, luego del colapso de la URSS, Putin renuncia al KGB y comienza su actividad política en San Petersburgo (ex Leningrado). Lo que sigue es más o menos conocido para todos, el primer día del año 2000 se convierte en el presidente de la Federación Rusa y veintiún años más tarde es considerado por muchos millones de personas (entre los que me incluyo), como uno de los más grandes líderes de toda la historia rusa y uno de los más destacados estadistas a nivel mundial de todos los tiempos. Todo esto proviniendo de una humilde familia trabajadora de Leningrado, ¡meritocracia pura!

Así pues, la próxima vez que se hable de meritocracia, les sugeriría a los que la defienden, que lo piensen mejor, ya que en una verdadera meritocracia no creo que pudieran sentirse muy a gusto, ya que los privilegios heredados no cuentan como méritos. Y a los progres que la atacan, les pediría que tengan conocimiento acerca de las cosas de las que hablan, a no ser que de verdad sepan su significado y realmente estén en contra de la meritocracia, tal cual es, lo que explicaría el desempeño desastroso de muchos funcionarios con muy pocos méritos para los cargos que ostentaban.

 

Christian Lamesa, nacido en la ciudad de Buenos Aires en 1971.

Analista geopolítico, fotógrafo y escritor. Autor del libro “La paternidad del mal – Los cómplices de Hitler”.

Nominado al premio de la Sociedad Rusa «Znanie» (Российское общество «Знание») como «Educador extranjero del año 2023»

Embajador en la República Argentina de la Sociedad Rusa «Znanie» (Российское общество «Знание»)

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