Por: Gonzalo Delgado Quintero
Esa competencia resultó tan precisa para ti, que no fue otra, sino la tuya. No fue la relación sexual anterior o posterior, fue esa, la precisa, la que con exactitud permitió que fueras tú y nadie más quien naciera. Un individuo singular, propio, con rasgos semejantes, pero a la vez, diferente a todos los más de siete mil millones de personas restantes que existen en el planeta.
Vienes con toda la carga genética que si la vemos en retrospectiva, nos llevaría de regreso a vernos con nuestros cavernarios antepasados. Hasta allí, todo está bien. Sin embargo, las personas después de nacidas están obligadas a competir en promedio, por unos 70 años más.
Esa es a la que denominamos competencia social. Y es allí precisamente, cuando inicia todo el periplo de ese individuo. Esta será la más fuerte y verdadera disputa. Al nacer con nuestra propia carga genética, debemos entonces enfrentar el entorno en donde conviven el resto de las personas, cada una con su propia carga y provisión de genes. Su gen particular con su respectivo ADN.
De manera consistente y prolongada hay una lucha natural entre las personas. Esa competencia social entre los individuos la observamos incluso, en los primeros años de vida, por ejemplo, cuando llevamos a nuestros hijos a un cumpleaños y nos fijamos en el comportamiento de los niños a través de sus juegos.
Después en la escuela primaria, donde ya se experimenta un fuerte desafío de supremacía en las diversas actividades que desarrolla el sistema educativo tanto en lo académico como en otras actividades, sobre todo, el deporte y las artes entre otras. A esta altura, también se habrá rezagado, por múltiples razones, gran parte de los miembros del grupo que inició junto esa carrera educativo-formativa. Vendría a ser un poco, la emulación de esa fecundación, ya vista en el triunfo de la competencia social.
Después esa competencia la trasladamos al campo profesional. Las diferencias entre las profesiones diversas; pero la propia competición de los miembros de una misma disciplina e incluso, las subespecialidades en muchas de ellas, debido a las complejidades y por igual, al descubrimiento y desarrollo de una serie de factores que han permitido el avance exponencial de la ciencia, la tecnología y la robótica a través de lo que hoy se conocen como las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (NTIC).
Esa persona nacida, criada, educada y hecha profesional, que actúa en un entrono social, decide tener una familia. Esta decisión de establecerse familiarmente, no necesariamente guarda la secuencia enunciada, pero veámosla así; porque en este punto, nos queda la más compleja de las competencias a las que se debe enfrentar una persona después de haber nacido, luego en sus primeros años de total dependencia, después en la etapa educativa, profesional y en la de la conformación de su propia familia. Esta etapa del individuo es quizás, la más importante en el contexto social. Es la herencia que deja la persona, es su propia continuación, pero también es su mejor aporte a la permanencia y extensión comunitaria.
Sin embargo la competencia social, tiene para las personas una lucha que todavía es más difícil incluso incomprendida e ignorada por muchos, pero obligados a vivirla. Porque además de todo lo que hemos dicho de ese individuo nacido con su carga genética y dentro de un entorno social, precisamente, ese ambiente está inmerso o más bien sometido a una serie de reglas impuestas y nos referimos al sistema.
En este último punto de esa gran competencia librada por los individuos, ya la carrera es de relevo generacional. En esta circunstancia nuestros antepasados fueron creando estructuras jerárquicas que se fueron manteniendo y prolongado hasta nuestros días. Sistemas totalmente injustos, que quizás fueron menos malos en su momento, al reemplazar a otro que era peor, pero que ahora no es cónsono con las aspiraciones y exigencias de los tiempos que vivimos.
Es la competencia del individuo opuesto o no, consciente o inconscientemente a las reglas que le impone el sistema imperante. Hemos sido siempre sometidos a los sistemas, desde el más extenso sistema primitivo recolector vivido por el hombre, luego el esclavismo, el feudalismo, el mercantilismo, el capitalismo, el capitalismo industrial, el imperial; continuado por el fascismo, el estatismo y el socialismo.
En estos tiempos la competencia de los individuos es en contra de las imposiciones que nos trajo el modelo capitalista financiero especulativo, de libre mercado, del consumo, conocido como el sistema neoliberal. Incluso, bajo esta circunstancia, un individuo común y corriente que viva en un país desarrollado, tendrá mayores oportunidades con respecto a otro que haya nacido en uno subdesarrollado.
Como ayer y desde tiempos inmemoriales, hoy, estamos enfrentados a las reglas de un sistema impuesto, quizás ya no elaborado por el chamán de la tribu, pero si y definitivamente, salido de las mentes de los gurús recreadores de esta idea, que aunque se diga neoliberal o nuevo liberalismo, ya no es tan nueva, pero que trata, sin embargo, de convertirnos en una aldea planetaria sometida totalmente a esta ideología.
Al final, la quimera sigue intacta, los individuos en su carrera competitiva se mueven hacia ella, esa será siempre nuestra ilusión, la esperanza que no nos deben quitar jamás. Una competencia de las personas contra la injusticia, contra los corruptos que tratan de controlar el mundo, contra la ideología de muerte y guerra, contra la falta de atención de salud, contra la inequidad económica, política y social. Eso es la realidad para todos. Incluso para quienes se niegan en aceptarlo. Y es así, porque la vida es una competencia, desde antes de nacer, hasta que morimos y más allá en algunos casos.
El autor es escritor, analista y periodista
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