Por Gonzalo Delgado Quintero
Dice un viejo adagio que: “No hay peor ciego que aquella persona que no quiere ver”. Y ya es sabido que las campañas políticas electorales son enceguecedoras porque están diseñadas, no para razonar sino para crear sentimientos y conductas primitivas. No van dirigida al raciocinio sino a los sentimientos, emociones y pasiones. Ya se ha cuantificado y la medida de cualquier campaña está diseñada a partir de 95 por ciento de emotividad y 5 por ciento de razonamiento.
A las personas las mueve con mayor fuerza el instituto y el sentimiento. Los expertos en neurolingüística y neurocientíficos como Paul D. MacLen, desde hace muchos años, han sustentado que el cerebro humano en realidad son tres en uno; o sea, es triúnico. Tenemos el primero, el primitivo reptiliano y por tanto, el más antiguo que nos ha venido acompañando desde siempre, desde antes del fuego y las cavernas. Este cerebro espacial lo tienen todos los animales vertebrados, incluyéndonos. Allí se dirime lo más recóndito, en nuestro caso ancestral, al primate que tenemos dentro.
Este cerebro primitivo e instintivo marca lo espacial. El instinto de territorialidad. Este es mi lugar, aquel es tuyo. El perro, el tigre, el león y otros animales marcan su respectivo territorio, meando su área de influencia y eso significa, no traspases, hasta aquí puedes. Si pasas la línea orinada hay pelea.
Los reptiles también lo hacen. El nido en la orilla y el propio río son del lagarto. Mantente atento con las culebras cuando fijan sus espacios. Muchas te avisan cuando desprevenidamente te acercas a ellas, pero otras no e incluso te muerden y fácil te mueres sin la atención rápida. Este cerebro primitivo determina el carácter distintivo de cada animal. El de las aves en su extensa variedad; los acuáticos, los anfibios, los animales terrestres bípedos, cuadrúpedos y los que se arrastran. En esa parte espacial cerebral, en todos ellos se marca la naturaleza, incluso la predisposición alimenticia y así como hay herbívoros, hay carnívoros y entre estos, los que cazan y comen carne fresca y los oportunistas carroñeros.
En algún momento, nuestro predecesor fue necrófago. Aprovechaba el cadáver fétido de algún animal que no había cazado. Era una forma de sobrevivencia. Algo de depredación y carroñaría hay en lo que observamos en las campañas.
Como decía, muchas campañas van dirigidas hoy a los cerebros reptilianos y límbicos y muy poco al neocortex (cerebro racional). Como este último cerebro mantiene las funciones cognitivas superiores, el razonamiento, las decisiones bien pensadas, la memoria larga y la percepción consciente, entonces, los estudiosos y expertos, actuando como sicarios del poder económico y político, han utilizado los conocimientos para la promoción emocional de memoria cortoplacista dirigidas al cerebro primitivo.
Son campañas de poca argumentación y de mensajes cortos y repetidos y así, por ejemplo, se observan los esquemas impuestos, que se deben cumplir en la televisión, “porque en tv el tiempo es corto” y por tanto, a la pregunta de cómo vas a arreglar el país y el mundo, te dicen que tienes un minuto para responder.
Esto lo saben algunos candidatos y sus equipos y no es de extrañar entonces, la agresividad calculada de algunos de estos exponentes criollos de la demagogia. Simplemente, están apelando al cerebro reptiliano primitivo. Están apelando a la frustración oculta, al instinto de supervivencia, al miedo, a la predisposición de una supuesta tranquilidad vital sembrando dudas contra la buena idea y van poco a poco construyendo la cerca invisible en la base craneal cavernaria que instintivamente aflora sin control, sin raciocinio y nadie sabría explicar. Además, para qué pensar tanto, si los expertos nos dicen que esas campañas deben ser diseñadas así, a no pensar sino a crear agitación emocional.
En estas campañas se han bajado las ideas al corazón y peor aún, en los últimos tiempos esas ideas se han bajado al estómago y todos sabemos en qué se convierte todo lo que en él cae, al final.
El autor es periodista, escritor y analista
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