Por: Carlos Fuentes
1. La invasión de Panamá por fuerzas armadas de Estados Unidos es un desastre desde cualquier punto que se le observe. Primero, es un desastre internacional. Interrumpe violentamente el proceso de distensión y establece un violento contraste entre los cambios pacíficos que se suceden en la antigua zona de influencia soviética y la arrogante incapacidad norteamericana para aceptar los caminos de la negociación y el derecho en su propia zona de influencia en Centroamérica y el Caribe. Gorbachov ha renunciado la política de esferas de influencia. Ha renunciado al intervencionismo, ha demostrado s confianza en que cada país sabrá dirimir sus propios conflictos internos y darse libremente los Gobiernos acordes con su experiencia nacional. Bush ha hecho exactamente lo contrario. Se niega a desprenderse de la zona de influencia caribeña y centroamericana. Se atribuye el derecho de intervenir en los asuntos internos de una nación soberana y a dictar los términos de su vida política.
En otras palabras: la perestroika europea no está siendo correspondida por una perestroika americana. Europa se en camina con decisión a metas que los latinoamericanos conocemos y apreciamos: autodeterminación, no intervención, solución pacífica de controversias. El continente americano se aleja rápidamente de esas mis mas metas. Todos corremos el peligro de que las reglas más elementales de la simetría internacional muevan a la URSS a restaurar lo mismo que Estados Unidos se niega a abandonar: política de esferas, derecho a la intervención. Gorbachov, que es un gran estadista, necesitará todo su talento para impedir que la inseguridad valentona de un político circunstancial como lo es George Bush eche a pique un plan de convivencia para el siglo XXI con maniobras que pertenecen al siglo XIX.
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2. La segunda zona de desastre es nuestro propio hemisferio. El Gobierno de Bush nos anuncia a todos que, en el continente americano, Estados Unidos se sigue arroga-I-ldo el derecho de intervenir a su antojo, quitar y poner rey y pisotear todas las leyes. No es de sorprender que, en estas circunstancias, Fidel Castro decide atrincherarse en su Numancia ‘insular y advierta, con razón, que la guerra fría no ha terminado en el Caribe. Hemos de deplorar también que el proceso de paz en Centroamérica sufra una demora mortal y que acción de Bush anuncia que no habrá más paz en «la delgada cintura de sufrimiento», que cantó Pablo Neruda, que la determinada por el capricho norte americano.
La lectura de lo que ha ocurrido en Panamá tiene que ser alarmante para Nicaragua y su doble proceso hacia la paz y hacia la democracia. Si las elecciones de febrero no le dan el triunfo a la candidatura oficial de Washington, ¿se sentirá Bush autorizado a intervenir para restaurar la democracia? La guerra aún no termina en El Salvador. Los conflictos internos de Guatemala se vuelven cada día más visibles y explosivos. ¿Será nuevamente Estados Unidos el que determine el rumbo futuro de esos países?
Y la amenaza, claro está, no termina allí. Si Washington ha decidido que el fin de la guerra fría internacional autoriza el inicio de la guerra caliente! interamericana, nadie ni nada se encuentra a salvo. Ni México, con el pretexto que sea: lucha contra el narcotráfico, fraude electoral, inestabilidad política, movimientos migratorios o protección a algún turista deslavazado en Puerto Vallarta; todo vale. Ni Colombia, el país al que le fue cercenada la provincia panameña y en cuyo territorio quisiera desplegar Bush fuerzas militares contra los barones de la droga… ¿Quién estaría en estas condiciones a salvo de ser salvado por la providencia. de la Casa Blanca?
3. No será así, sin embargo, por razón de un tercer desastre, y es el que Estados Unidos se inflige a sí mismo con una acción como la emprendida contra Panamá. Esta catástrofe atañe al corazón y a la voluntad mismos de la democracia norteamericana. Al filo de un nuevo siglo, a la. luz de una realidad internacional que sufre cambios veloces día a día, Estados Unidos aparece como un monstruo antediluviano debatiéndose patas arriba en un mar de anacronías. ¿Qué estamos viendo? ¿Nada ha cambiado desde 1803? ¿Sigue Teddy Roosevelt en el poder, son realidades viables aún el gran garrote, la diplomacia del dólar y el destino manifiesto? Dan ganas de. restregarse los ojos.
Pero a la anacronía delirante de la invasión debe añadirse una consideración sobre la no menos ridícula falta de preparación de los dispositivos de inteligencia norteamericanos. Si de lo que se trataba era de dar un golpe de mano contra el dictador militar Manuel Noriega, una operación de comando debió capturarlo primero y, sólo entonces proceder a la invasión. La misma inercia de las operaciones en el desierto iraní, en Líbano y en el golfo Pérsico han puesto de manifiesto una vez más la precariedad de los servicios de inteligencia, su falta de sincronización con las operaciones militares y la confusión de éstas.
Pero si no las operaciones militares y de inteligencia, ¿funcionan por lo menos las justificaciones políticas? Invocar la restauración de la democracia no pasa en un continente donde Trujillo, Somoza, Pinochet y las juntas argentinas han llegado al poder y sobrevivido con asistencia y beneplácito norteamericanos. Invocar la muerte de un infante de Marina resulta un pretexto sentimental cuando, a la hora que escribí,, estas páginas, ya han muerto 20 soldados norteamericanos en Panamá y más de 50 murieron en Líbano sin que el belicoso Reagan o su vicepresidente, Bush, se sintiesen movidos vengarlos. ¿Por qué? Porque en Líbano era enfrentarse a Siria, y Siría tiene más de cinco millones de habitantes.
Digo que Estados Unidos se derrota a sí mismo, en una operación como la panameña porque demuestra una vez más que ellos sólo se meten con naciones de menos de cinco millones de habitantes: Granada, Libia, Nicaragua y, ahora Panamá… A medida que sus enemigos se hacen más pequeños, Estados Unidos también se empequeñece. El macho hemisférico, aparece como un cobarde; el matón del barrio, típicamente, no se mide contra uno de su propio tamaño. Estos hechos claman a la vergüenza. Su víctima son los propios Estados Unidos de América.
4. No hay víctima más cierta de esta catástrofe, sin embargo, que la propia República de Panamá -un país que me es particularmente querido, me apresto a añadir, porque en el nací, siendo mi padre encargado de negocios del Gobierno de Plutarco Elías Calles- En todas las memorias estaba presente entonces el recuerdo de la invasión de Veracruz en 1913 en nombre de la oposición de Woodrow Wilson a otro dictador Latinoamérica no, Victoriano Huarte.
Resultó difícil en aquel momento asociar al asesino de Madero con ninguna ideología o conspiración extracontinental, como no fuese con la ideología de la exportación y consumo del coñác Martell. Pero a Carranza se le presionó con el fantasma del káiser, y a Calles, ya, con el del bolcheviquismo. Cárdenas salvó limpiamente estos escollos ayudado por Franklin, Roosevelt y Trotski, pero a Perón se le tildó de fascista, y a Árbenz, Castro, Allende y Ortega se les asedió en nombre de la defensa contra el comunismo.
Al general Noriega, como a Huerta, se le puede acusar de muchas cosas, menos de comunista. Sus vicios son bien conocidos: es feo, es un sádico, es narcotraficante, es corrupto y es un tirano. Pero el vicio mayor de Noriega es de origen, y es su origen: se trata de una criatura de los servicios de inteligencia norteamericanos, y que los conoce al dedillo. Éste es su crimen mayor y su verdadero peligro: Noriega conoce perfectamente los vínculos entre el narcotráfico y la contra nicaragüense; se sabe de memoria los detalles de la operación Managua y las responsabilidades en que incurrieron en ella altos funcionarios norteamericanos de ayer y de hoy, incluyendo a Ronald Reagan y a George Bush.
La invasión de Panamá también. es, de esta manera, la cacería de un hombre que hasta ahora ha jugado provocativamente las cartas de su gran chantaje internacional. A este hombre, Estados Unidos le ha puesto, como el ayatolá Jomeini a Salman Rushdie, precio a su cabeza: un millón de dólares. Sospecho que el propósito de esta. cacería no es capturar a Noriega y someterlo a juicio en Estados Unidos, sino asesinarlo lo más pronto posible y callarle la boca para siempre.
En aras de esta sórdida vendetta contra el soldadete que resultó respondón, Estados Unidos ha puesto en jaque la distensión internacional, la atención diplomática latinoamericana, que una vez más es distraída de sus verdaderos propósitos -la reanudación del crecimiento con justicia en un clima de respeto y negociación-, para perderse en un sideshow, un carnaval sangriento, pero, al fin y al cabo, un asunto interno que sólo compete a los panameños, y a nadie más, resolver.
Panamá mismo es, por ello, el desastre mayor. Pues si esta pequeña nación tiene derecho a existir como país soberano en el conjunto hemisférico a pesar de su origen artificial, sacrifica ese derecho en la medida en que aplaude la invasión o tolera la imposición de un Gobierno pelele. Pues nuevamente, sean cuales fueren los títulos de legitimidad de Endara, los acaba de perder prestándose al triste papel de títere tropical, tan deplorable como los de Indra, Bilak y Musak, que aprobaron la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968. ¿No tenían los panameños otro recurso para deshacerse de Manuel Noriega que apelar a la invasión extranjera? Los mexicanos no dijimos esto para acabar con Huerta ni los rumanos para expulsar a Ceaucescu. No valen pretextos en estos casos, salvo si se quiere sacrificar la soberanía misma y repetir tarde o temprano el mal que sólo nosotros, y nadie más, puede exorcizar.
La ilegitimidad histórica del régimen de Endara va a ser ratificada por otra necesidad surgida de este desastroso evento. Destrozadas las fuerzas de policía, librado el país a la anarquía y al vandalismo, devastada la economía por dos años de sitio, sanción y sangría, previsiblemente organizadas algunas fuerzas en resistencia, francotiradores o guerrillas, la fuerza de invasión necesariamente pasará a ser fuerza de ocupación.
Entonces, con desnudez, se verá el propósito de este catastrófico cuento: permanecer en Panamá para controlar el canal y declarar, por causa de fuerza mayor, nulos los tratados Torrijos-Carter.
Pero si Bush puede hacer esto en Panamá, ¿no lo puede hacer Deng en Hong Kong o Gorbachov en Berlín? El crimen de George Bush es haberle dado una nueva oportunidad a la política del hecho consumado sobre la política del hecho negociado. La realidad económica y social de Panamá hubiese dado cuenta al cabo del general Noriega como dio cuenta de Ceaucescu o de Honecker.
5. Por eso digo que, finalmente, no debemos alarmarnos más allá de ciertos límites. La acción en Panamá, desastrosa sobre todo para los panameños, sólo nos amenaza a los mexicanos, a los colombianos, a los argentinos, si permitimos que nos espante un Superman añil que está dando, peligrosamente, sus últimas patadas de ahogado.
En México, Brasilia o Buenos Aires debemos tener presente que el mundo ya no responde a las visiones o ilusiones provincianas de Estados Unidos. Los procesos de cambio que se han desatado son demasiado profundos, a la par que imprevisibles. Washington no se debe engañar creyendo que ellos han triunfado y los otros han perdido, y que esta lectura falaz le da a Estados Unidos patente de corso, si no en Europa, Asia o África, sí en este hemisferio. Si desconocemos nuestras armas cundirá la piratería. Debemos reconocerlas pronto y usarlas, llegado el caso, con prudencia y decisión.
* Este artículo apareció en la edición impresa del 23 de diciembre de 1989 en diferentes diarios del mundo y publicada también en el Primer Número de El Periódico del 9 de enero de 1990, 19 días después de la invasión con el país ocupado por las tropas yankees y con las calles con un fuerte olor a cadáveres calcinados aún. Carlos Fuentes Nació en Colón y siempre se sintió además de mexicano, nunca olvidó de sacar la cara por el país de su nacimiento.
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