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Lectura Interesada de una critica a nuestra historia reciente.|

Juan Carlos Mas C.

Soy respetuoso de los pensamientos ajenos siempre que no se traten de diatribas ni catilinarias y en esta ocasión deseo referirme con el correspondiente respeto a una reciente publicación del sociólogo e investigador clasista de nuestra historia Olmedo Beluche, aparecida en las redes como “La invasión a Panamá y las falacias históricas”.

Las afirmaciones de Beluche no irrumpen como una novedad en sus escritos toda vez que el extenso artículo se asienta sobre otras afirmaciones previas que a su vez lo hacen sobre otros artículos los cuales evidencian la preocupación del autor por tipificar ese periodo de nuestra historia, en una búsqueda incesante que a mi juicio está inacabada.

Previamente es necesario reconocer el notable trabajo del investigador en la tipificación del fenómeno clasista y subnacional de los acontecimientos que jalonaron nuestro periodo de vida colombiano, en donde los panameños no éramos un desprendimiento accesorio de Colombia sino una parte viva de esa formación nacional. Aclarado y reconocido esto, es muy importante señalar que, en el escrito que comentamos, lo nuevo es el intento de abrazar en una sola interpretación todo el tramo histórico reciente sin dejar episodio sin comentar. Es una aventura difícil porque los historiadores atemperados se protegen con el tiempo que sedimenta las pasiones y les permite un enfoque lejano y sosegado, aunque ni el tiempo ni la distancia logran atenuar el juicio personal de quien escribe; menos aun si el analista se zambulle en las aguas de la contemporaneidad para emitir sus juicios. En este esfuerzo, coherente con sus interpretaciones previas hay un continuum de la lucha popular en el cual surge disruptivo el pronunciamiento militar de 1968 al cual interpreta linealmente, como si el mismo no fuera al interior un constante combate dialéctico de fuerzas contradictorias.

En ese interregno, usada la palabra como espacio que rompe una continuidad histórica deseada, se dieron coincidencias y alianzas, todas de facto ya que nunca mediaron acuerdos ni concesiones sino coincidencias silentes en torno a la importancia, o no, de la lucha decolonial.

Me parece pertinente recordar que en los documentos nacionales de factura comunista se intuía una lucha de dos fases: una anti oligárquica y otra antimperialista. ¿Fue aquel corto periodo del torrijismo real entre el contra golpe del 69 y la firma de los Tratados del Canal una fase anti oligárquica, aunque hubiese oligarcas adheridos al régimen? En realidad, se trata solo de esquemas para la aproximación al manejo conceptual del tema, no se preocupe el lector si no encajan las piezas como en un rompecabezas,

Al recordar todo esto pareciera como si se obviara el combate íntimo de cada ciudadano, sumergido en aquella cotidianeidad, percibiendo las irregularidades de un régimen voluntarista cuyo frente político era producto de interrelaciones personales sin acuerdos entre estructuras políticas, pero con el norte puesto en la descolonización y el repudio de una tutela gringa que opacaba nuestra conciencia nacional en aspectos importantes y hasta en las banalidades de la vida cotidiana. La colonia oprimía, pero también ofendía. Aquello de completar el Estado era una necesidad, pero también una pasión.

En medio de esta necesidad se hizo imperioso contar con un instrumento del que carecíamos en la práctica, es decir necesitábamos mas Estado, tanto en lo externo como en lo interno. En lo externo el rumbo hacia los No Alineados estaba cantado. En lo interno el surgimiento de emprendimientos estatales de producción y servicio fue un rasgo nuevo (aunque efímero) en nuestra vida pública. Este surgimiento fue anatematizado desde el principio por quienes hacían alianza y coincidencia con el gobierno para otros fines. Fue un pecado nunca perdonado.

La historia registra hechos reales, pero se le dificulta explorar las subjetividades de la población. Es la prevalencia de esas subjetividades las que explican que estemos debatiendo estas cosas.

¿Cómo pudo Torrijos apoyarse y delegar funciones en quienes no estaban al nivel de su propia evolución personal? Son cosas propias de la especulación que hagamos, pero es obvio reconocer que aquel gobierno tenía pies de barros por cuanto que los ejecutores de instrucciones guardaban también agenda propia.

Ese modelo de Estado perdió sustentabilidad en cuanto se firmó el Tratado -o los Tratados- ya que la dorada manzana del transitismo se apareció como fruta accesible a las apetencias de los grupos oligárquicos y la burguesía burocrática creciente. En las críticas al artículo de Beluche he leído a alguno que le endilga injustamente la afirmación de que Torrijos fue el Buneau Varilla de los nuevos tiempos, cuando de la lectura atenta del artículo se desprende que lo que afirma es que ese tratado fue el correspondiente a un Tratado Buneau Varilla para los nuevos tiempos no que fuera “su tratado”. Los negociadores y causantes de ese tratado fueron Royo y otros que con eso aseguraron su reinserción en la nueva situación a crearse. Torrijos fue una víctima de sus mandaderos que le aseguraban que no habría otra salida. Como resultado de los compromisos aceptados para viabilizar la firma de los tratados estaba el compromiso de abandonar la convocatoria de los dirigentes naturales y aceptar la vuelta a la partidocracia tradicional mediante un partido que creo ad hoc, pero al cual no se inscribió.

Disminuida su capacidad de maniobrar en el plano nacional Torrijos encontró su excusa histórica en su inserción en el debate sobre el porvenir de Centroamérica y en eso estaba cuando sucedió lo del avionazo.

En realidad, y me extraña que el historiador no lo comente, la gran derrota de aquel gobierno de poca duración lo fue la defenestración de las propuestas de transformación educativa y la de integración en salud con aquella huelga aciaga de octubre de 1979. Ahí murió el impulso trasformador del Estado. A partir de ello todo lo demás fueron reculadas. La iniciativa estratégica siempre estuvo en la oposición que era formalmente anti estatista.

Todo Estado que intenta transformarse empieza por las tareas de Educación y Salud. La educación porque es la transformadora y la salud porque protege al esfuerzo educativo. Esto se da en todas las transformaciones revolucionarias.

El intento de mantener como resto residual de aquel Estado a unas Fuerzas de Defensa que debían prepararse para asumir el control del Canal era un intento menguado de asumir un rol de Estado prevalente pero ya mordisqueado. Siempre las Fuerzas de Defensa lucieron como un peón del ajedrez perseguido por la Dama poderosa que era el Tío Sam.

Aquella oposición ganó la batalla por controlar las formas, las apariencias, y logró imponer en la opinión pública la idea de que se estaba ante un régimen antidemocrático escondiendo la verdad de que en todo estado dividido en clases hay más democracia para uno que para otros. La política es lo que se hace y no vale la pena acudir a códigos morales construidos sobre la estética de las cosas, la real moral concierne al fondo de las decisiones. En este momento se me ocurre que es muy oportuno traer a colación lo que sucede en nuestro entorno regional: Nicaragua ha logrado derrotar en el terreno de las armas al principal enemigo de las formaciones estatales latinoamericanas, ergo el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Dicho esto, en la geopolítica de los países pequeños, que también la necesitan, Nicaragua ha hecho lo que no pudimos nosotros.

Las críticas a la preminencia del matrimonio Ortega en el poder arañan la superficie de la nueva situación de independencia creciente en Nicaragua. Me viene el recuerdo del matrimonio Ceaucescu empeñado en la industrialización autónoma de Rumania y que fue ejecutado por la subversión pro- occidental. Hoy Rumania ya no tiene base industrial, pero si bases militares gringas y es reconocida en Europa por su exportación de proxenetas y rateros.

De regreso al tema principal confesamos que escapa a nuestros esfuerzos la posibilidad de analizar personalidades no rectilíneas que se movían en el ámbito militar. La historia está llena de zigzagueantes triunfantes como Fouché o Talleyrand, en donde se juzgan los resultados y no la maniobra. Es sano que sigamos discutiendo esto porque la unidad que habrá de venir se escribe sobre un pergamino rasgado por cicatrices con las que aprenderemos a convivir.

Estamos seguros de que aquel régimen que dio en llamarse torrijista y fue ocultado por un Estado reculante, hasta su desaparición en 1989, fue reemplazado por un solo Estado desintegrador o anti-estatista que es uno solo, con diferentes administraciones hasta el presente. Poner fin a ese Estado es la tarea de estos tiempos.

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