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Lo abandoné

José R Acevedo C

Teníamos dieciséis años de compartir, triunfos, angustias, alegrías, tiempos buenos y malos, y mucho más.
Fuimos amigos inseparables. Al salir de la oficina entre las cosas que motivavan el llegar a casa, sin duda, era su locura con la que manifestaba su amor. Corría y saltaba por toda la sala, el jardín o el patio, y luego llegaban las caricias y besos mútuos. Cuando subía a la habitación eran pasos adicionales a los mios. Al ver la tv, subía al sofá y daba vueltas interminables, que solo terminaban con las caricias en todo su cuerpo.
Sus ojos marrones y penetrantes, en narural ternura, te miraban fijamente, como arrancándote el alma. Su lana blanca matizada a miel clara, le hacían ver más grande. Nunca agredió a nadie, sin embargo, en su individualidad, era muy social.
Todo el que lo veía, solo tenía palabras muy amables para con él. ! Que bonito !, decían, era la más recurrente.
Sabía que era muy frágil, no podía cuidarse así mismo. Esto me suprimía algo de libertad, pero era motivante, y me agradaba.
Nuncá pensé en tener que abandonarle, jamás pasó algo así por mis pensamientos. La necidad de cariño era mutua. En verdad me llenaba el alma y mis angustias desaparecían, con solo al verle.
Un indeterminado día, sentí una jaqueca, que fue en incremento. No presté atención, hasta que al día siguiente en una reunión perdí el conocimiento. Los exámenes rompieron toda ilusión, claro menos su cariño por él. Me dieron solo una semana de vida, pero una mala vida, porque los dolores solamente podían ser sedados con opiáceos, que me alienaban de la realidad.
Solo éramos los dos. Yo lo cuidaba y él a mi.
Consciente que tenía pocos días para cuidarle, dediqué el tiempo restante en encontrarle otro hogar. Fue imposible, nadie quiere hacerse cargo de dos viejos.
La angustia me agovió. Lo llevé para que le durmieran, pero no tuve el valor y me lo traje de vuelta.
El penúltino día de vida, aun con algo de consciencia, lo llevé a pasear y lo dejé a su suerte. El dolor fue mucho más fuerte que el físico. Antes de llegar al carro me desvanecí y al despartar, entre desconocidos, él estaba abrazado a mí.y lamiendome todo. Me preguntaron si era mi perro y lo negué, algo parecido hizo alguién a su maestro hace más de dos mil años.
Morí al día siguiente, tal como estaba diagnosticada. Las honrras fúnebres fueron rápidas. En dos días, mis cenizas fueron abandonadas en una isleta cerca del vertedero. Un lugar lejano y desconocido para mi fiel amigo.
Estuvo deámbulando más de dos años, sin comer casi nada, durmiendo donde la noche le permitía y jugándose la vida en el tráfico, los malos tratos por su deteriorado aspecto.
En una ocasión se cruzó con alguién que recurrentemente le decía !Que bonito! y por poco no lo pateó, porque fue por algo de cariño ante un conocido, después de tanto tiempo.
Parecía que daba vueltas sin sentido, hasta que dio con la funeraria donde mi cuerpo fue incinerado. Todavía estaba mi olor allí y entró ladrando, buscándome en vano.
Le echaron y con su caminar lento y débil, siguió el aroma que dejaron mis cenizas. Dos días después llegó a la isleta donde se mantenía muy poco de lo que fue mi vida y allí se echó, y murió, pero antes sus lágrimas mojaron ese verano la tierra.
Pedí permiso donde estaba para ir a recogerlo. Hubo piedad y me abrieron la puerta, con tiempo limitado.
Al llegar y llevarlo a mis brazos como antes, milagrosamente abrió sus ojos, me lamió otra vez y superando mi cobardía anterior me traje su alma y sigo disfrutando de lo que representa un fiel amigo.

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